"Exijente, feroz, terminante.
De muchacho, entre los trece y los dieciséis años, yo era violento, terrible, ¿malo? Las escopetas me fascinaban. Tuve varias, muchas, desde las de salón, de balines, hasta las de dos cañones, de bala, pasando por una variedad considerable de modelos. Cazador de todo lo que cazable, mi escopeta hizo un daño largo en mis alrededores. Mataba por matar gorriones, mirlos, jilgueros, chamarices, palomos, cuervos, gallinas, gatos. Hasta la pobre tortuga griega, tan apacible y apartada, le di un tiro en la concha, que por fortuna no le saltó más que una capa de carey. Por imprevisión, estuve a punto de matar personas y de matarme a mí mismo. Recuerdo que mi primo Ignacio Ríos, menor que yo, tenía un águila y la llevaba consigo a todas partes. Vino a vernos a Montemayor con ella y yo decidí matársela. Él corría, loco, con ella cojida por los picos de las plumas de las alas, y yo, detrás, le di un tiro contra tierra. Al fin, mi pobre primo, no sabiendo qué hacer, la echó al agua de la alberca grande. Y allí se la maté. Mi prima María Teresa, niña, tenía un tic nervioso en la mano. De pronto, daba una vuelta en forma de tirabuzón, que a mí me descomponía. Comía con nosotros, y yo no podía comer con aquel tic, que en mi inconsciencia consideraba caprichoso. Le gritaba, le reñía, le amenazaba y, claro, cada vez el tic era mayor, y yo me ponía más furioso. Tuvo que dejar de venir a comer en casa.
Todo tenía que estar, para mí, en punto y exacto. Si no me exaltaba, rabiaba, amenazaba. Tenía que hacerse lo que yo decía. Mi madre sufrió mucho, aquellos años, por mi culpa. En Andalucía, las pobres madres tenían que hacerlo todo. Los hijos creen, en jeneral, que no deben cuidarse mas que de su propia vida, estudio o diversión y que es obligación de la madre, no ya del padre, ser el hazlotodo de una casa y una familia. Mi madre se levantaba antes que nadie y se acostaba la última. Cuidaba, sola, o ayudada por la Macaria, de mi padre enfermo; nos tomaba las lecciones, dirijía a las costureras, nos preparaba para el colejio, etc. Jamás se me ocurrió ayudarla entonces. Se llegó a decir que yo le había cojido manía a mi madre. Sin embargo, no debía ser así, porque yo veía que mis amigos eran con sus madres lo mismo que yo. Con mis tíos, de cincuenta, setenta años, discutía yo de todo, y tenían que quedarse debajo de mí. Las discusiones sobre arte, literatura, viajes, eran interminables y estúpidas por mi parte. Todos los asuntos acababan llorando mi madre, lo cual me exasperaba más todavía Y aunque después me conmovía y me iba a mi cuarto llorando, no me determinaba a reaccionar, me daba vergüenza de "desagradarme".
Cuando, enfermo de la muerte de mi padre, me llevaron a Francia, de lejos sentí un dolor inmenso por todas estas injusticias y crueldades mías y un delirante cariño por mi madre lejana. Sentía que yo había sido el centro de un inmenso hábito de maldad propia y dolor ajeno, y resolvía mi dolor solitario en triste poesía, que yo consideraba amorosa para nosotros y que en realidad era suplicante y egoísta.
Luego, ya a mis veinte años, no podía yo comprender todo esto. Me parecía imposible que hubiera sido así. Mal jenio, mejor, arranques de mal jenio, siempre los tuve, pero fui aprendiendo lentamente, por mí mismo, en mi soledad, a reaccionar, y poco a poco fui dejando de ser capaz de dejar a nadie injustamente, en lugar desfavorable, a menos que fuese un Bergamín y yo tuviese razón."
("Vida y época", 1910-1954, 21, pp. 1220-2)
Cuántas horas de nuestra formación de grado como profesores, cuántos cursos y postgrados realizamos y realizaremos una vez graduados, para comprender mejor al "adolescente" destinatario de nuestra enseñanza. Prestemos atención a lo que los especialistas nos piden atender en nuestra situación existencial, pero no perdamos de vista aquellas notas, peculiaridades, características, que permiten describir esa fase de la vida y que resiste con rasgos de perennidad, a los condicionamientos temporales. Centrar nuestra atención en la persona a quien pretendemos educar nos exige ese esfuerzo de atender a sus aspectos cambiantes, ciertamente, mas ellos se sostienen en el ser Juan, Pedro, Diego, María, Rosa, Laura. Ese alguien que desde su situación existencial nos muestra nuestra misteriosa y sagrada naturaleza humana.
Juan Ramón Jiménez - http://www.fundacion-jrj.es/ - nos describió en "Vida y época" su "inquieta adolescencia", y nosotros nos atrevimos a colorear en su descripción algunas de las notas que, seguramente hemos vivido en esa etapa vital, y que, además vemos a diario en los jóvenes contemporáneos.
¿Estaremos equivocados?
El texto de Juan Ramón Jiménez lo hemos tomado de la obra "Poesía y prosa", que con el Nª 72 formó parte de la colección "Historia de la literatura" de RBA Editores S.A., Barcelona, 1995, pags. 27/29. El uso de g/j y otras peculiaridades del castellano del autor se han conservado tal como aparecen en el texto. Si visitas la fundación del vínculo encontrarás material didáctica para trabajar la obra del autor.