viernes, 22 de enero de 2021

Volver a las aulas

  

Hubo un tiempo en el cual el Estado abrió escuelas con la manifiesta intención de educar. Pero los sucesivos gobiernos no encontraron la forma de integrar un sistema educativo que atienda a la realidad del pueblo. Comenzó por darle marco legal: se sancionaron leyes para formatear el sistema según los postulados de la dirigencia del momento. El Soplo de Dios se movía sobre las instituciones de las leyes positivas. Y los legisladores no lo recibieron. Pretendieron dejarlo afuera. Por mas que la Constitución lo invoca en su preámbulo como fuente de toda razón y justicia, y el pueblo lo vive a diario en sus prácticas piadosas.

¿Se puede dejar afuera el Aire Vital? ¿Para qué se sancionan leyes que interesan más a los gobiernos que a los pueblos? ¿Por qué las preguntas se gestan y nacen en los corazones que aman aprender y enseñar? 

Ven y verás.

 


         28 de diciembre de 2020. Día de los Santos Inocentes. En los despachos del Congreso de la Nación, las mayorías circunstanciales se preparan otra vez para “atender” a los dos extremos de la pirámide poblacional: los nasciturus o personas por nacer, y los jubilados. Congresales variopintos, como un Estado Mayor en retirada, toman decisiones agónicas sobre los que, ellos piensan, no pueden mas que obedecer. Así responden a los financistas que ya les anticipan el sostenimiento de las campañas electorales para el año 2021, y aseguran su porvenir económico y el de varias generaciones de familiares. Candidatos funcionales a la gobernanza mundial a promover, se sienten acompañados por una ruidosa muchedumbre de futuros votantes. Allí ni se gestan ni nacen preguntas. Todos tienen respuestas. Nadie aprende ni enseña nada.

17.30 hs. tomo de la mesa de trabajo en casa un cuaderno y una lapicera – propio de un profesor de escuela del siglo XX, con estudiantes del siglo XXI a decir de un Ministro de Educación de infeliz memoria -, y una Declaración Jurada. Para entrar a la escuela pública el Estado Provincial me pide que le jure que estoy sano. Jamás me pidieron renovar el juramento de enseñar que hice cuando me gradué de profesor o aquel por el cual juré defender a la Patria hasta perder la vida. Pero ahora me anticiparon que cada vez que vaya a ingresar a la escuela tengo que llevar mi Declaración Jurada de estar sano. Quizás deba decir saludable, para estar acorde al lenguaje impulsado por el imperio.

-         Tomen todos los cuidados y no se olviden de pedir la declaración jurada –

Los aceitados eslabones de la burocracia estatal se hicieron presente vía oral por intermedio de la cadena de mandos del sistema.

Llegué a la puerta de rejas de la decimonónica escuela. Al contemplar el pesado hierro forjado, evoqué las horas de fragua de quien sabe qué herrero en quien sabe qué forja. Horas vitales para él. Como cada acto de enseñar se constituye en vital para quien enseña. Las horas vitales del herrero ante la fragua le permitieron dar forma artesanalmente artística a la reja. Las sucesivas capas de antióxido y sintético permiten, al contemplarla, hablar de la casi perennidad de la reja negra. Paradojas de una escuela pública que desde su formato legal estatal renegó de lo perenne.

El enrejado estaba abierto. Vivimos tiempos en los que, mientras algunas rejas se abren con facilidad, los hogares y las escuelas se ven cada vez más enrejados. Me detuve antes de entrar: casi un año sin estudiantes ni enseñantes que la cruzaran para llevar a cabo el acto de aprender y enseñar. Derecho constitucional, le dicen. Me agaché. Toqué con la punta de los dedos de mi mano derecha el último escalón de la escalera de ingreso. Me hice la señal de la Cruz: en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y entré. El busto frío y serio de Rivadavia, con la vista vacía en horizontes de utopías forjadas en un modernismo decadente, en el centro del hall de entrada, es incapaz de extrañar el paso de centenares de estudiantes que, hasta hace poco tiempo, pasaran indiferentes a su lado. La mayoría de ellos sin siquiera saber de quién es ese rostro de ojos que no ven. Corazones que no sienten nada, al verlo. Lo miré, como tantos días al entrar. Me sonreí, mientras me colocaba el barbijo. Atributo contemporáneo que, junto con la declaración jurada, se asemejan a aquellas “papeletas” necesarias para cruzar las fronteras en la pampa, también ella decimonónica. La pregunta dio vueltas en mi mientras pensaba en los ojos que no ven – los del busto -: ¿no era que el Estado iba a asegurar educación para todos? Callé la pregunta. Formulada así puede sonar hoy, en los umbrales de las escuelas, producto de una perspectiva que no es LA perspectiva generada normativamente. Y no llegaba a la escuela con la intención de generar ningún género de controversia.

-         ¡Bienvenido! Ya están todos los del primer turno en el salón –

El saludo afectuoso del directivo rememoró el sentido de comunidad educativa, y el sentimiento se corporizó desde los pies a la cabeza hasta expresarse en una sonrisa que él no vio. Yo tampoco alcancé a ver la suya. Pero el diálogo que continuó por unos instantes, los gestos corporales que acompañaron su saludo y el brillo de la mirada trasuntaron el sentimiento compartido de un acto fundante de comunidad: el saludo diario que hacía tiempo se nos había impedido expresar. Al menos así, a la distancia de los metros protocolares establecidos. Los saludos dados durante el año habían estado todos mediados por dispositivos y pantallas.

¿Qué permanece allí, en las pantallas, y qué se esfuma de una comunidad educativa? Las preguntas se gestan y nacen en los encuentros vitales. Hasta ahora no han votado leyes para la interrupción voluntaria segura y gratuita de las preguntas. Y si las votaran habrá que recurrir a la objeción de conciencia.

Me incliné en un saludo casi oriental, respetando el distanciamiento (¡quien no se siente tentado a descomponer esta palabra!: distancia – miento) y así componer la escena dentro de los protocolos que, según sus impulsores, parecen estar destinados a proteger la salud de los ciudadanos y, en consecuencia, evitar la enfermiza descomposición de la sociedad.

¿No es la corrupción la que descompone las sociedades? ¡Esa manía del corazón de gestar y dar a luz preguntas cuando uno menos se las espera! Así son las preguntas, como la vida; no siempre se hacen presentes cuando uno quiere o desea. Menos mal que tengo el barbijo. Aunque la sonoridad y primera acepción del término morral, me tienta a considerarlo más adecuado a las circunstancias, mantengo el argentinismo que resulta quizás, técnicamente más adecuado.

La sonrisa, - insisto: bajo el barbijo o morral -, fue como una salida de escape al nudo que en la garganta intentaba imponerse y pujaba para expresarse en lágrimas en los ojos: la emoción de que el 2020 no iba a terminar sin que los estudiantes que tanto me lo habían reclamado desde las pantallas y mensajes, pudieran cumplir su sueño de: volver a la escuela.

Antes de encaminar mis pasos hacia el salón faltaba el último acto protocolar: una pistola me apuntó al cuello debajo de la oreja. Una de esas diseñadas para controlar la temperatura. Y se escuchó una voz que decía: treinta seis cinco. Un suspiro de alivio nos unió mientras se volcaba en la declaración jurada mi temperatura de ingreso al establecimiento. Casi parecía que el velo tras el que enseñaba Pitágoras se había rasgado. ¡Treinta y seis cinco! El eco de las galerías vacías completó el protocolo de ingreso y sólo restaba dar los primeros pasos hacia el salón acondicionado en cumpli -miento del distancia- miento vigente.

Una sensación de extraña e irónica serenidad recorrió mi ser al sentir que atravesaba las fronteras de la salud pública en mi querida escuela pública. Aunque bastaría decir mi querida escuela, pues toda la educación es pública en mi querida Argentina. Salvo la que se da en las sociedades secretas, claro está o en la deep web.

Antes de dar los primeros pasos miré de arriba abajo las altas galerías, relucientes y brillantes gracias a la labor de las auxiliares. Saludé a la que había tenido que ir a preparar el salón:

-         ¡Feliz Navidad! – 

y me incliné con el mismo saludo que había hecho al directivo

 - ¿Cómo pasaste la Navidad? ¿bien vos? ¿y tu familia?  – 

agregué.

-         ¡Gracias!, ¡Feliz Navidad también para vos! Si, todos bien nosotros ¿y ustedes? – 

preguntó

-         Bien, gracias a Dios –

Y apuré mis pasos hacia el salón. Extender el diálogo iniciado habría implicado que ella debiera quedarse mas tiempo y no quise importunar más. No sé que tan contenta estaba de que éste viejo profesor hubiera presentado una nota para solicitar le abrieran la escuela para llevar adelante los exámenes. Lamenté perderme esa sonrisa con la que siempre nos recibe cuando llegamos a diario a la escuela. Con los barbijos hoy todos nos parecemos en algo al busto de Rivadavia. No hay sonrisas a la vista. Aunque he descubierto en este tiempo que los ojos también ríen. El brillo de sus ojos me enseñó que el saludo había llegado. Espero ella también haya descubierto en mis ojos que su saludo tejió comunidad educativa.

¡Cómo no van a vibrar los corazones ante un saludo de Feliz Navidad! Salvo que estés un 28 de diciembre de 2020 en algunos despachos del Congreso o en la casa de algunos representantes… ¿del pueblo? ¿Por qué comenzaron por mutilar el preámbulo para acomodarlo a campañas políticas hasta directamente casi ni enseñarlo? ¿Dónde quedó aquello de “Nos, los representantes del Pueblo…Dios, fuente de toda razón y justicia…”?. Las preguntas siguen naciendo. Hay que parir las preguntas para poder aprender y enseñar.

-         Entrá en el primer salón de la galería. Cuiden de seguir los protocolos así podemos evaluar la experiencia” – 

me habían indicado.

-         “¿Cuidado de qué Comandante Alias?” –

Aquella pregunta que el autor de El Principito puso en una de sus obras resonó en mis oídos, pero otra vez el barbijo me ayudó a callar. Después de todo mi querido directivo no tenía por qué soportar a este viejo profesor dando explicaciones de un libro que había leído hacía ya tanto tiempo. Por lo demás ni él es un comandante, ni yo soy un piloto de guerra. Hay momentos que no se explican, se viven. Al menos los vivimos aquellos a los que se nos ha concedido la gracia de vivir porque nadie decidió voluntaria y gratuitamente interrumpir nuestra gestación.

Llené mis pulmones de aire áulico. Algún día tendré las palabras para describir lo que se siente. Al ingresar al salón, respetando los protocolos de distanciamiento, me incliné para saludar a la profesora que, con las estudiantes, ya tenía todo listo para comenzar el examen de integración final de su materia. Todas elegantemente vestidas, con sus miradas sonrientes de mujeres esperanzadas, expresaban, sin decir aún una sola palabra, la alegría de volver a las aulas en el 2020.

En pocos minutos comenzaron a dar a luz nuevas preguntas.

En algún rincón del corazón, el dolor redentor del Día de los Santos Inocentes encontró un bálsamo para seguir peregrinando por la senda que conduce hacia Egipto. Ya llegará el tiempo de volver al Hogar.  

Así comenzó el día primero.