miércoles, 14 de octubre de 2020

Sócrates y los aplausos

 

 Reflexiones al volver a "El Banquete" o "Simposio" 

Es interesante observar cómo luego del aplauso que sigue al elogio que Agatón hace de Eros, el texto invita a centrar la mirada en la actitud de Sócrates. En principio parece haber estado entre los que aplaudieron “todos los presentes aplaudieron estruendosamente” (198ª), nos dice el texto. Entonces mirando a Eriximaco se dirige a él con una pregunta, tendiente a hacer notar que, tal como lo había previsto se iba a encontrar en una situación difícil al hablar después de Agatón. Y ante la respuesta de éste, Sócrates comienza un análisis del discurso que le ha precedido, análisis, no exento de ironía.

Expresa que no es fácil hablar después de un discurso “tan espléndido y variado”, hoy diríamos, que atiende a la diversidad. Para agregar “bien es cierto que los otros aspectos no han sido igualmente admirables…”, pero rescata “…la belleza de las palabras y las expresiones finales…” y se pregunta: “¿Quién no quedaría impresionado al oírlas?”; para decir más adelante: “Su discurso ciertamente me recordaba a Gorgias…terrible orador”

¿Quién fue Gorgias? Te invito a investigarlo. 




 A partir de tomar esa distancia temporal, a partir de las preguntas y su ironía, Sócrates comienza a calmar los ánimos de una concurrencia exaltada por el orador que le precedió. “Y entonces precisamente comprendí…” -va a agregar palabras más, palabras menos – que yo no sabía nada de cómo hacer un discurso para elogiar a alguien; y agrega algo que muestra la profundidad de su mirada intelectual: “Llevado por mi ingenuidad, creía en efecto que se debía decir la verdad sobre cada aspecto del objeto encomiado y que esto debía constituir la base, pero que luego debíamos seleccionar las cosas más hermosas y presentarlas de la manera más atractiva…” Es decir, Sócrates comienza a llamar la atención, comienza a hacer pensar a sus interlocutores: ¿Qué es más importante? ¿Cuál es la base, el fundamento de lo que se va a decir? ¿la verdad o la forma en que se dice? ¿la verdad o el discurso?

Ciertamente que esto habrá llevado a más de uno de los presentes a reconsiderar su aplauso.

Y entonces, haciendo uso de la llamada ironía socrática va a agregar: “…pero según parece…elogiar cualquier cosa…más bien consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y, si eran falsas, no importa nada…” (198 d -pag. 239).

Sócrates tensa la reunión, Sócrates con un agudo sentido crítico, lleva a sus oyentes no tanto a considerar si lo que se ha dicho está “bien dicho”, no si el discurso merece por su belleza ser aplaudido o no; eso no es lo importante, parece querer decir Sócrates, lo importante es: si es verdadero o no; si lo que se dice es cierto o no.

¿Cuándo aplaudimos a alguien en un discurso lo hacemos porque habla lindo o porque dice la verdad? Cuándo se dice de alguien mirá que bien que habla, mirá como improvisa, mirá como mantiene la atención de la audiencia o de sus seguidores: ¿lo hacemos por la forma del discurso o por el fondo del discurso? ¿Cuándo no le prestamos atención a alguien porque no se sabe expresar, o porque “mirá que bruto o bruta que es, mirá como se expresa”, nos detenemos a pensar si dice la verdad? ¿Qué importancia tiene para quien enseña la forma y el fondo de lo que dice? ¿Qué es más importante enseñar de forma verdadera o hablar bien, espléndida y variadamente? ¿o los dos aspectos son importantes en la enseñanza? ¿Qué otras preguntas te surgen al pensar en esta actitud de Sócrates?

 “Lo que antes se nos propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros diera la impresión de hacer un encomio a Eros, no que éste fuera realmente encomiado…” Acá Sócrates invita,  a considerar otro problema: la subjetividad y objetividad del conocimiento que se comunica, se podrá decir con términos no propios de su época. Puedo impresionar a los otros con lo que digo hasta cautivarlos y hacerles hacer, pensar o decir, lo que quiero; más aún si se trata de la niñez, cuya fragilidad es permeable a todo tipo de influencias; pero… ¿es real lo que comunico? Sócrates no duda en sostener que hay una realidad que le es ajena al sujeto, a quien habla, y que a esa realidad hay que referir lo que se va a decir. En el diálogo, esa realidad es Eros, el Amor. ¿Qué es importante: impresionarlos a ustedes con lo que digo acerca del amor o elogiar verdaderamente, hablar con la verdad acerca de ese objeto que se llama Eros, Amor ?, parece plantear Sócrates con su actitud.

 Y entonces comienza a tomar distancia de quienes le han precedido “Yo no conocía en verdad este modo de hacer un elogio…” (199 a)…Yo no voy a hacer un encomio de esta manera, pues no podría…” Obsérvese el drama, la pasión con que considera Sócrates su propia situación; se pone ante la situación que vive y agrega: “…Pero con todo estoy dispuesto, si queréis, a decir la verdad a mi manera, sin competir con vuestros discursos, para no exponerme a ser objeto de risa…”. Decir la verdad; nadie antes que él en El Banquete se había puesto en esta situación; nadie había planteado el problema; y, aun así, con actitud de maestro, pregunta a la voluntad de sus oyentes, apela al querer de sus interlocutores: “…si queréis…”. Sabe que quien no quiere escuchar la verdad, no lo hará, quien no quiere aceptar la verdad, no lo hará; sabe del drama de la Verdad. Se la puede tener de pie ahí ante los ojos, sonriente, sufriente o sangrante, a veces, pero se puede endurecer el corazón ante ella y preguntar: “¿y qué es la verdad?”.

Y dice que lo va a hacer, sin competir. Para Sócrates, no se trata acá de quien tiene razón; recuerden ustedes que están celebrando que el anfitrión ganó una competencia; no pierdan de vista la ironía socrática una vez más: ¿Qué importancia tiene ganar? La verdad no necesita competir; más tarde o más temprano sale a la luz; no necesita ser sometida ni a los discursos ni al voto de la mayoría, sólo hay que salir a buscarla, porque se deja encontrar.

Y a sabiendas de que sus interlocutores pueden no necesitar recorrer un sendero como el que les propone insiste: “…Mira, pues, Fedro, si hay necesidad todavía de un discurso de esta clase y queréis oír expresamente la verdad sobre Eros…”. Insiste en apelar al movimiento de la voluntad de los oyentes. Recién ahí y ante el acuerdo de los asistentes iniciará su camino. Atrás quedaron los aplausos; ahora logró interesar, captar la atención hacia algo más importante y, aun así, no va a hablar todavía, sino que pide permiso para preguntar: “…déjame preguntar…unas cuantas cosas para que una vez haya obtenido conformidad en algunos puntos pueda yo hablar…”. Busca el acuerdo, busca comenzar a poner algunos puntos de partida en común a partir de los cuales hablar. La disputa, la competencia lingüística ha sido dejada a un lado para dar lugar a la pregunta; la amistad que unía a los asistentes en torno a la celebración abre los corazones y se crea un clima nuevo en El Banquete.

¡Qué diferencia con nuestros contemporáneos, o incluso con nuestras actitudes en las que tantas veces buscamos como punto de partida lo que me distingue del otro; aquello en lo que me puedo oponer al otro! Pensemos en nuestros dirigentes políticos que viven compitiendo con sus discursos; buscando imponer sus puntos de vista; sin importar si quieren o no ser escuchados. Pensemos en nuestras actitudes en casa o en ronda de amigos: ¿buscamos puntos de partida en común o partimos de las diferencias? ¿a dónde nos conducen unos u otros senderos?

Es entonces cuando Sócrates presta su acuerdo a un principio sentado por Agatón: “…que había que exponer primero cuál era la naturaleza de Eros y luego sus obras. Este principio me gusta mucho…”, va a agregar (199 c; pag. 240). Manifiesta lo que siente, parte de algo que le es común con quien le precedió en la palabra. Esto demuestra: que estuvo atento al otro, una capacidad de escucha que le hace aún recordar y concordar con algo que Agatón, incluso, había dicho al principio de su discurso. A la hospitalidad del anfitrión de la fiesta suma Sócrates su hospitalidad a la palabra del otro.

¡Que distinta actitud a lo que tantas veces tenemos nosotros de tomarnos de la última expresión de quien dialoga con nosotros, para mostrarle nuestras diferencias, para competir dialécticamente con él, tratando de dejar sentado que pensamos distinto que él!

Y a partir de allí comienza a realizar preguntas a Agatón, en las que no me voy a detener, aunque cada una de ellas, despierta nuevas reflexiones cada vez que las pensamos. Sino que invito a considerar a ese joven Agatón que llega a decir: “Me parece Sócrates, que no sabía nada de lo que antes dije” (201 b). Maravillosa coincidencia con aquel no saber del maestro que señalábamos al principio, a la vez que muestra las diferencias de que hay varias formas de no saber. Y que recibe como respuesta del maestro: “Y sin embargo hablaste bien Agatón”. ¡Se puede hablar bien sin saber! El maestro Sócrates, una vez más, enseña. Hablar bien no es sinónimo de decir la verdad.

Me atrevo a agregar que tampoco escribir bien es sinónimo de escribir para comunicar verdaderamente. Por ello hasta aquí llego y tengan a bien hacerme saber si no he comunicado con verdad.

Cierro esta reflexión que comparto con ustedes con un deseo: que nos una en nuestros senderos de aprendizaje el amor a la verdad y podamos descubrir juntos nuevas sendas para comunicarnos de forma cada vez más bella.

La Vida, la Cultura y la Educación, se embellecen cuando caminan unidas por los senderos de la Verdad.  

 

 

 

 

 

miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuestiones otoñales



El Sol ilumina el sendero. Una tras otras las hormigas cargadas con su alimento buscan el agujero que las conduce a la oscuridad. Se aseguran la subsistencia. Han salido sólo para procurarse aquello a lo que su instinto las mueve.

El hornero bate sus alas y canta posado en la tierra blanda. Remonta vuelo con la cuota de barro para darle forma a su nido. La misma forma con la que cada hornero está llamado a construir. Ha salido a construir. Por instinto.

La hoja del nogal, perdida la vitalidad, cae en un vuelo manso producto de la aparente calma matinal. Como cada hoja que había caído el día anterior, como las que caerán mañana. Con el mismo indescifrable vuelo con el que cumple la legislación otoñal. Ha salido para caer.





Y en el Silencio dorado del aula vital resuena la misma pregunta del Pretorio (1) que obtuvo como respuesta la Mirada Serena del Amor. La misma pregunta que despertó las disputas de aquel otoño de 1256 en las aulas universitarias del Convento de Santiago de París: ¿qué es la verdad?
Con hambre y sed de aquellas aulas en las que es posible disputar, asisto dolorido a los eufemismos cotidianos con los que se intentan disfrazar simulacros de aprendizajes a los que se les escamotean las preguntas esenciales.




Las hormigas siguen recorriendo ante mi vista el camino al que llegan desde distintos senderos y que las conduce siempre al mismo agujero, por el que entran al submundo terrenalmente oscuro para seguir subsistiendo. No les ha sido concedida la posibilidad de la pregunta.

Sin preguntas no hay disputa. Si no hay discusión no puede haber respuestas por parte del que enseña. Sin preguntas no hay oponentes; no hay oposición. No hay toma de posición. No hay determinaciones por parte del que enseña. Quien enseña ya no puede ser autor de su enseñanza. Y si no es autor, ha perdido toda autoridad. Mejor que se quede en casa.

El hornero va y viene al mismo lodo; canta el mismo canto; construye el mismo nido. Un canto a la vida sobreviviente. Una construcción igualitaria con una belleza limitada que te deja con hambre y sed de Belleza.

Emet en hebreo, - afirman los filólogos – palabra que significa Verdad, en su raíz indica firmeza, estabilidad. Para los griegos Verdad es aletheia, que con su sonoridad parece batir las alas, y sigue despertando investigaciones. Tiene “…tres significados principales, uno referido al conocer, otro al ser y el tercero al obrar. La aletheia: a) indica rectitud en el pensar y decir frente a la mentira y el engaño; b) significa la realidad, frente a la mera apariencia; c) designa una conducta recta frente a la engañosa…” (2) Y en senderos ascensionales la cultura griega llega a afirmar con Aristóteles: “Hay que amar a los amigos y a la Verdad, pero en caso de conflicto, hay que dar preferencia a la Verdad” (3). Quizás por ello, sólo quizás, los griegos fueron capaces de recibir en el Areópago a Pablo de Tarso; fueron capaces de preguntar y disputar con él.

Las hojas del nogal siguen cayendo como las palabras de los sofistas, y en indescifrables volteretas comunicacionales terminan en el mismo lodo donde el hornero se posó. Tapan, como las palabras de los sofistas, el sendero de las hormigas que conduce al mismo agujero.

Pero el otoño resiste y una voz que clama en el desierto mantiene como sonido del Silencio la pregunta que resuena en el aula vital: ¿qué es la Verdad? Cuando el mundo griego preguntó se iluminó con una noticia que no esperaban: ahora la Verdad y la Amistad se habían Encarnado en la Persona de Cristo. Porque sabían preguntar. Los senderos de la Paideia desembocaron en el Camino de la Verdad y la Vida. La autoridad del que pregunta gozó ante el Autor de la Autoridad, y aprendió que el Silencio invita a ponerse en Camino a Casa (4); no a quedarse en casa.

La cuestión de la pregunta por la Verdad resuena en el aula vital en la que habitan quienes no quieren vivir como hormigas, construir y cantar como horneros y marchitarse y caer como las hojas del nogal en el otoño. Aunque todos, como cada hormiga, como cada hornero, y como cada hoja, hemos salido del mismo Soplo Vital. Y todos abonaremos por nuestra corporeidad el mismo humus con el que el hornero construye; nuestros días por aquí terminarán en la misma oscuridad subterránea en la que pasa la mayor parte de la vida cada hormiga; y nos marchitamos hasta caer en un indescifrable vuelo final.
Pero en el último instante se nos regalará el Silencio y recibiremos la última invitación para ponernos en Camino a Casa. No seremos invitados a quedarnos en casa. Quizás, sólo quizás, ese día nuestra última pregunta sea la del Pretorio y se nos muestre el Rostro Sonriente de la Mirada Serena del Amor Encarnado: Cristo Rey Resucitado.

(1) Jn 18,38
(2) Sigo en esto a Abelardo Lobato, O.P. Cfr. Pags. 22 ss. de la Introducción a la edición bilingüe de la editorial Ágape de “La Verdad” de Santo Tomás de Aquino, Bs.As., 2010.
(3) Ethic. Nic. 1, 6, 1096ª16
(4) Lc. 15, 18


miércoles, 6 de mayo de 2020

4to. diálogo en tiempos de despojo


 Diálogo de la Tarde y el Ocaso


La Tarde se sienta a las orillas del Día y mientras refresca sus pies en el Agua del Callvú Leovú, dialoga con el Atardecer. Cuando salís al aula vital te llevás muchas sorpresas, por eso no hay que perder la capacidad de asombro.
                                                                          
- Tanto tiempo juntos y nunca te lo he preguntado ¿Cómo prefieres que te llamen Ocaso o Atardecer? – preguntó la Tarde 
-        -  Aquí en las orillas me conocen más como “la tardecita”, pero cuando escuchan que alguien me dice Ocaso, se preguntan ¿y eso que es? Y yo me alegro mucho, porque quien pregunta crece. Los poetas suelen llamarme Ocaso. “Tardecita” me emparenta con vos, “Ocaso” con la Noche. Y a mi gusta ser Puente entre ustedes.
-          Puente, Puerta, Pedro…perdón, dijiste Puente y comencé a buscar Palabras con P… - dijo la Tarde.
-          ¡Cuidado con esos juegos! Que podés parir primicias – Y se rieron.
-          ¿Por qué venís cada Día acá?
-          Para ver los horizontes antes de legar a la Noche el Misterio y mis preguntas –

A veces pienso que cada vez son menos quienes salen al aula vital al encuentro de las preguntas que les han legado. Prefieren quedarse en casa. Uno de los rostros mas felices del que aprende es cuando logra hacerse una pregunta que lo hace salir de sus prejuicios, de sus presupuestos y lo hace mirar horizontes nuevos. Aunque estén lejos. Aunque sienta que requerirá de su parte un esfuerzo que quizás le lleve toda la Vida, la pregunta le permite peregrinar en la búsqueda de lo que se despliega allí en el horizonte. La vida que vive se convierte así en un anticipo de una Vida Mejor.

En el aula vital aprendí que quien no quiere para vos una Vida Mejor, no deja que preguntes; te encierra en sus respuestas de forma tal que no mires horizontes nuevos. Ver horizontes comunica con la Belleza. Sentarse a ver horizontes nuevos con otros es indispensable para discernir, para distinguir.

-          ¿No te vienen ganas de aplaudir cuando ves los horizontes? – 
preguntó la Tarde
-          ¡NO! Basta de aplausos por favor – frunció el ceño el Atardecer – Hoy todo se aplaude. Los aplausos son como los fuegos artificiales: efímeros, fugaces, sin raíces; fáciles de encender, parecen que llevan al cielo, pero suben un poquito y ni bien parece que levantan vuelo hacia las alturas se precipitan, generalmente sin haber recorrido no mas que unos metros hacia el horizonte. No. Cuando comienzan los aplausos se termina el Misterio y no tendría nada para legarle a la Noche…

El Ocaso se puso de rodillas. Me llamó poderosamente la atención ese gesto. Era la primera vez que lo veía en el Día. La Tarde se puso de pie y se retiró. La Luz del Día se fue con ella, pero una Luz distinta, interior, luego de un instante de sombras, permitió distinguir a orillas del Callvú Leovú, muchos sonidos y colores que hasta hacía unos instantes pasaban desapercibidos.
Cuando la Noche llegó encontró al Ocaso de rodillas y se quedó esperando. Finalmente éste se puso de pie, la Noche preguntó:

-          ¿Qué hacías? –
-          Escuchaba el Lucero, que cada Día me avisa que estás por llegar. No es bueno que te reciba así no más. No sé si será la última vez que nos veamos, y quiero estar bien para recibirte

La Noche lo miró enamorada. Cómo no enamorarse de un Ocaso que no dejó de mirar los horizontes ni por un instante; ni siquiera cuando estaba de rodillas. Cómo no enamorarse de un Ocaso que le dijo:

-          No temas, volverán las campanas a sonar mas que las sirenas. Me lo dijo el Lucero. Ahora te dejo mi abrazo y te lego el Misterio… -
-          ¡Gracias! – 
respondió la Noche, y luego preguntó: 
- -¿no sabés quién es ese que salió para contemplar nuestro encuentro? Quiero saber quien es ese que sale cuando quiere.-

No sé a quien se referían. Sentí que me miraban.
Hasta el próximo despojo.

martes, 5 de mayo de 2020

3er. Diálogo en tiempos de despojo


 Diálogo de la Mañana y la Tarde.

La Mañana peregrina cantando y pasa desapercibida, para que el Día se manifieste en todo su esplendor. Quien sale al aula vital se pone en camino acompañado de sus Silencios y de la mano de la Soledad. Y, al dar los primeros pasos, le salen al encuentro la Humildad y la Pobreza: dejarse acompañar por estas tres Mujeres no es una decisión fácil. Hay que quererlas. Se las puede rechazar, despreciar, soportar, aceptar con indiferencia, hacer de cuenta que no están, intentar correr para alejarse de ellas, renegarse contra ellas, atender a ellas, considerarlas, reírse con ellas, intentar conquistarlas, dejarse seducir…Mas ¡ay de aquel que queriendo enseñar las maltrate, maldiga, intente abusar de ellas o las violente!

La Tarde recibe a la Mañana con un abrazo:
-          ¿¡Vos nunca andás sola?!, siempre andás rodeada de amigas –
-           ¡Hola bella Tarde!, qué bueno que las reconociste, porque todos los días vienen conmigo, pero hay quienes prefieren no verlas –
-          Si, se fijan mas en ese otro que las anda siguiendo, ocultándose y desocultándose, según le conviene; ese que se desliza por la Noche y se arrastra todo el Día –
-          Si. Lo sé. También el Mal sale atrás nuestro; pero mientras nosotras vamos el encuentro del Día, él sale al desencuentro; inventa desencuentros…-



Mientras las escuchaba dialogar pensé que frente al mal que sale al paso cada Mañana no hay mas que combatir y a veces, quizás las más de las veces, sólo queda resistir. Y me di cuenta de que, en esto, estas tres Mujeres, la Soledad, la Humildad, la Pobreza, son maestras. Hoy aprendí que la Mañana las recibe y les abre la puerta de cada Día. Peregrinan todo el Día y cada Día de la historia juntas. Por eso la historia de la humanidad está llena de ejemplos de Mujeres que son verdaderos arquetipos de la Soledad, la Humildad y la Pobreza. Que las manifiestan en todo su esplendor. Mujeres que, de pie y en silencio le ponen rostro al dolor: asisten a los enfermos, reciben en sus brazos al desvalido, acompañan al moribundo, consuelan al afligido, salen y parten sin demora, cui – dando la Vida. Y, en las aulas vitales, salen al encuentro de quienes van a ellas porque quieren o porque deben. No siempre son bien recibidas. Las mujeres son las parteras del saber primero, de los saberes vitales, aquellos que sientan las bases, los tan olvidados saberes de la crianza.
Y escuché a la Mañana preguntar:
- ¿Te parece algo importante que Soledad, Humildad y Pobreza salgan conmigo todos los días para recibir la Vida cuando da los primeros pasos?
La Tarde se tomó su tiempo para contestar:
 - Si; si ellas están desde las primeras horas, en la medida que la Vida crece, quien vive será capaz de reconocer su rostro cuando le salgan al paso. Y cuánto antes las reconozca mejor. Porque siempre salen a su encuentro –
La Mañana siguió escuchando.
-       Si, sí; salen a diario, te lo puedo decir yo – dijo la Tarde, recordando que fue Una Tarde cuando se manifestaron en todo su esplendor – y estarán allí, de pie, con el Silencio, en el último instante para acompañar, para pegar el salto a la Barca o en la Agonía que precede al A Dios. Silencio y Soledad, como un matrimonio indisoluble, fecundo, abierto a la Vida, estarán allí; Humildad y Pobreza también; sólo que cada uno tiene que reconocerlas. –
La Mañana, que suele ser un poco escéptica, insistió:
-       ¿Cómo lo sabes?
Y la tarde contestó:
-       Porque lo he visto y oído, mientras vos y yo dialogamos, armando la cuna de las Paciencias del que enseña. Esas Paciencias que nacen para aprender a respetar los tiempos de quienes acuden a su encuentro para aprender -.
-       ¿Pero eso no es “científico”? – sonrió la Mañana
-       No, para nada – dijo la Tarde – el Día no se deja gobernar por “científicos”
-       ¿Y eso para qué sirve? – insistió la Mañana con una sonrisa.
-       No sé, ¿por qué tengo que saberlo todo? – dijo la Tarde – además: ¡sé libre! querida amiga salí vos al encuentro de la Verdad ¿o no te dejan salir?

Rieron juntas la Mañana y la Tarde. Entonces recordé que no hay verdadera y eficaz acción educativa que no vaya precedida de Silencio y Soledad. Recordé aquel día: María José llega al aula con su bebé: quiere ser maestra. Pide un lugar tranquilo para amamantar: uno de los primeros actos educativos que, junto con el abrazo y el acunar, se constituyen en sólidos cimientos de una crianza saludable. También el canto.Aquella Mañana ella no sabía que la Tarde le había preparado aquella sorpresa. Gestos primigenios, originarios, que fortalecen mis debilidades, la debilidad de todos, pero especialmente de los más débiles. Gestos en los que el sufrimiento se hace a un lado por un instante y la Vida se ofrece con horizontes nuevos. Aunque se den esos gestos en las situaciones más angustiantes y dolorosas. El testimonio de tantas madres amamantando y abrazando a sus hijos en hambrunas, guerras, epidemias, encarcelamientos, etc. es un llamado a valorar esos instantes fundantes de la educación, para aquellos que pueden vivirlos sin mayores sobresaltos.
Es así: las crianzas, llegan cada Día al aula. Llevo la mía cuando salgo al aula, y me encuentro con las de todos aquellos que van a aprender conmigo. Muchas veces me pregunto: ¿cuáles de aquellos gestos primigenios jamás estuvieron? O ¿cuál habrá sido la calidad de aquellos gestos primigenios en cada uno de los que aquí en el aula estamos? A veces la pregunta se despierta cuando me asaltan las pasiones y me siento irritable. Entonces espero que salgan a mi encuentro los saberes recibidos. Como aquellos de la historia de Suturá, la mujer que legó a su pueblo el dicho “Paciente como Suturá” o aquella Fábula del clásico de Leonardo Castellani “Camperas”, que tituló “Tenga paciencia” y que concluye: “La Paciencia – dijo Michi – Todos hablan de ella. No hay cosa más fácil que encontrar razones de por qué los otros tienen que tener paciencia”.
La Mañana comenzó a alejarse no sin antes darse un abrazo y cantar a coro con la Tarde. Ví que la Tarde se perfumó con la Música de la Mañana, aquella que ésta compuso con las notas de la Aurora. Con su música, la Tarde verterá sus aromas al Atardecer. Espero estar allí un poco más despojado que ayer. No me quiero perder lo que vendrá.
Hasta el próximo despojo.

lunes, 4 de mayo de 2020

Segundo diálogo en Tiempos de Despojos


 Diálogo de la Aurora y la Mañana

La Aurora dialoga con la Mañana que sale al aula diaria de la Vida. Doy los primeros pasos matinales. Cuando sales al aula te abraza el Silencio. El primero que dice presente donde se aprende es el Silencio: la presencia más intensa que existe. Hay quien sale al aula a enseñar y no se percata de su presencia. No halla ni el reposo ni la serenidad que son condiciones para conocerse a sí mismo y a los demás: condiciones necesarias para enseñar y aprender, en serio.

-          ¡Buen Día! – saludó la Aurora.
-          ¡Buen Día vecina! – respondió la Mañana – Temprano, como siempre, anda saliendo.
-          Así es, como todos los días; aunque siempre distinta. ¿No me ve como he cambiado hoy?
-          Por supuesto, está bellísima, se nota que la Noche le legó el Silencio – 
concluyó la Mañana mirando con cierto deseo de, también ella, recibir el legado.


Mientras las escuché recordé que hay que salir al aula vital a la búsqueda del Silencio que te abraza con su calor. El sol calienta en Silencio. Darle un abrazo al Silencio. Antes de que se vaya. Antes de que lo echen. En algunas aulas ya no encuentra cupo. En otras cursa unos días y después pasa a engrosar la lista de los excluidos. Se va de la mano de los que se van. A veces pienso que el Silencio un día se va a rebelar y vendrá a producir la asonada del Silencio. Bueno, la segunda. La primera de la historia fue un Viernes. Al Silencio no lo contabilizan en las estadísticas del “desgranamiento escolar”. ¿Los que se cuentan son granos? Ni en los de la “deserción escolar”. ¿Son desertores? Ni en los que salen del sistema, los salidores: los que buscan la salida. En todo comienzo hay un salir. Todo final consiste en salir.
El Silencio siempre que se va, se va de la mano de su amiga: Soledad. Silencio y Soledad: matrimonio valiente. Fecundo. Abierto a la Vida. Si no sales al aula con él, no hay conocimiento. Nada nuevo nace sin él. La sangre corre por mis venas en silencio, sin ruidos. De algún modo soy mi sangre. Antes de hacer nada, soy. Soy quien sale al aula. Soy quien soy, antes de hacer lo que hago. Y el ser me fue dado. Y con él el Silencio de mi corazón: condición para convivir.

-          ¿Qué harás hoy con ese Silencio tan bello que llevas? – preguntó la Mañana
-        -  Llevarlo un tiempo conmigo, dejarme abrazar y después abrirle la Puerta para que salga a recorrer el Día y vuelva a los brazos de la Noche – contestó la Aurora

Mientras las escuchaba me di cuenta de que el Silencio en el aula es una presencia que se mueve como la sístole y la diástole del corazón: entra y sale con un ritmo vital que, si se altera, tanto por exceso como por defecto, causa la muerte. La muerte del aprendizaje. Por eso requiere de controles periódicos. Para mantener la Vida en el aula. Dichosas las instituciones educativas que atienden a esta condición. Que miden el nivel de ruido. Que enriquecen sus tiempos con Silencio.   
Aquella maleza que saqué; aquella hoja de menta que me regaló su aroma: crecieron en Silencio. Desde la más elemental mata de pasto hasta el añejo ombú crecen en Silencio. Sólo cuando alcanzo el Silencio escucho los latidos de mi corazón. Y el tuyo.
Cuando en mi peregrinar doy pasos por los sonidos del Silencio, al costado del sendero las malezas del ruido aquietan sus ramas en señal de respeto. ¿A quién? Al Silencio.
El silencio une, es causa de unidad, porque permite definir y distinguir. Aunque no se vea. En el patio escucho el grillo. Y la chicharra. Infiero que allí están. En el pasto. En la rama del árbol. No los veo. Pero distingo que ese sonido, ese cantar, es del grillo; ese ruido, ese sonar, es de la chicharra. ¡Paro la oreja! Distingo quien me encanta y quien me aturde. Y puedo elegir el mejor. Soy libre. Si no distingo, me confundo. Me con fundo. Me fundo con ellos. Me animalizo. No puedo elegir. No me libero. 
Se aprende de la mujer este arte. Valga atender a las madres: expertas en esta distinción. Llora el bebé: “porque tiene hambre”, dice la mamá. Llora el bebé: “porque le duele algo”, dice la mamá. Llora la beba: “es un capricho”, dice la mamá. Los padres escuchamos los tres llantos y decimos: “¡Está llorando! ¿qué le pasa?
Hay una iniciación al silencio que la realiza una mujer que se llama Soledad. Con Soledad aprendemos a escuchar los sonidos del silencio. Como Diotima que enseñó a Sócrates todo lo que aprendió sobre el Amor, Soledad enseña todo sobre el silencio.
Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar si el que habla lo practica…” enseñaba Ignacio de Loyola, el Santo.

-       ¿Y para que te sirve ese Silencio que te dejó la Noche? – preguntó la Mañana con intenciones de aprender
-       Para dar los primeros pasos atenta a lo que vendrá – respondió la Aurora – Si los doy de la mano del Silencio me voy despojando de lo que se constituye en obstáculo para entender los ámbitos por los que peregrino. Me invita a despojarme de las reacciones de mis pasiones para que pueda entender y amar a cada Día, salir al encuentro del Día para seguir aprendiendo –

Mientras contemplaba el diálogo nacían en mi las preguntas y un deseo de salir al encuentro del Silencio para que, con su Luz y Calor me despoje de todo aquello que me impida ver y contemplar lo esencial de cada Día. Algunas de esas preguntas quedaron resonando mientras preparaba el mate: ¿habrá llegado la hora de combatir las dictaduras del ruido y de las imágenes que pretenden encarcelar la Palabra? ¿Qué ha sucedido que hemos dejado que las Sirenas suplanten a las Campanas?  
Hasta el próximo despojo.

domingo, 3 de mayo de 2020

Cuatro diálogos en tiempos de despojo


1. Diálogo del Atardecer y la Noche

El Atardecer dialoga con la Noche que se acerca. Termino de desmalezar. Algo necesario cuando uno siembra. Los grillos acompañan. Van llegando al nogal los habitantes nocturnos. Sobre el techo, el gato parece celebrar la noche que se aproxima. Quizás, en un rato, pueda saltar a esa rama y la torcaza sea su cena.
Corto una hoja de menta sólo para aspirar su aroma, sentir su textura, hacerla descansar sobre la palma de la mano y sorprenderme porque es distinta a la de ayer. No he encontrado aún una hoja igual a otra: la diversidad de lo común. Pero todas me regalan su aroma y su verdor.


Al enderezarme, una rama del damasco me acaricia la frente. Levanto la mirada. Un fruto parece decir: estoy listo, llévame. Lo escucho y lo llevo. La manguera, aún vierte agua para patos y gansos. Higienizo mis manos, - soy un poco ganso - refresco mi cara y lavo el damasco. Es dulce, muy dulce. ¿Qué hago con el carozo? No me lo trago. Allá va. Tierra, es tuyo.
Doy unos pasos con destino a la cocina. Los acordes de una guitarra. Un hijo canta. Otro en red, dialoga sobre estrategias virtuales, con un amigo que no está ahí. Auriculares, micrófono y pantalla, son el soporte para tomar las decisiones con las que ganar la próxima contienda en las que intervienen personajes que no conozco. Otro salió. ¡Qué importante es salir! En todo comienzo hay un salir. Todo final consiste en salir.
Mi esposa estudia. Prepara otra materia para su licenciatura. Nos miramos y sonríe. Parece que supiera que escuché dialogar al Atardecer con la Noche. Risas y llantos. Comienzos y finales. Hay días que se resumen en una mirada. Hay vidas que son una mirada. Otras una nota musical. Todas un soplo. Y hay vidas que ya no se ven. O sí. Con los ojos del corazón. Los mismos ojos con los que se mira el Cielo en las Noches de Azul. Porque el Atardecer, que contemplaba horizontes, ya se despidió y ella llegó con sus Silencios y sus Palabras. Para instalar aquí, por un rato, a las Tres Marías y a la Cruz del Sur. Y para seguir abrazándonos con su Misterio.
-       Te lego el Misterio - le había dicho hace un rato el Atardecer.
-       ¡Gracias! – respondió la Noche – Somos grandes amigos con él, aunque hay quienes no soportan vernos juntos.
-       ¡Ustedes sabrán por qué! – ironizó el Atardecer con una sonrisa.
-       Es sencillo – dijo la Noche mientras avanzaba a paso lento – Hay quienes no soportan los abrazos; tanto que pretenden prohibirlos…
Mientras escuchaba el diálogo sentí que la Noche avanzaba a paso lento y me tendía sus brazos para abrazarnos, a mí, a mis vecinos. A los habitantes de mi Pueblo. De los pueblos vecinos. De esta Provincia de los Buenos Aires de corazón Azul. Me dejé abrazar por la Noche y el Misterio. La misma Noche y el mismo Misterio que permite hoy la saciedad de algunos y el hambre de muchos. La guerra y la paz. Que enriquece a unos pocos y empobrece a tantos: en todos los órdenes. El mismo que sostiene el mundo en este Universo en el que, hoy, el Atardecer dejó de dialogar con la Noche, para volver al Silencio que dará origen a la Aurora. Mañana. 
El Atardecer. La Noche. El pasto. Los grillos. El nogal. El techo. El gato. La rama. La torcaza. La hoja de menta. El aroma. La mano. El verdor. El damasco. La mirada. La voz. El hijo. La esposa. Las risas. Los llantos. El pueblo. La Cruz del Sur…todo; todo, todos tenemos el mismo origen común. Todo sale del mismo seno. Todos salimos del mismo seno. Salimos. Todos. Desde todos los tiempos. Desde que el Tiempo es Tiempo. También el Tiempo salió, de un soplo de Paternidad.
Y todos vamos a salir por la misma Puerta. Al final. También el Tiempo. Un día ya no habrá más Tiempo. Se va a ir. Va a salir. El Tiempo, todo y todos: vamos a salir como salimos para llegar hasta acá. Desnudos.
- ¿Hacia dónde vas hoy? – le preguntó el Atardecer, antes de despedirse, a la Noche.
- Hacia Oriente. ¡No perdamos el Oriente! – le contestó. Rieron juntos.
Entre la salida de origen – común a todo y a todos – y la salida final – común a todo y a todos – peregrino. Aprendo. Aprendo que más aprendo cuando me desprendo. De todo. Para que la última salida me encuentre desnudo.
Cada Día que se me da, salgo al aula vital – porque se aprende cuando se sale al aula – y, como la hoja de menta, se me ofrecen al alcance de la mano, infinidad de prendas. Lo cotidiano, lo diario, mercantilizado al extremo por el paradigma tecno económico vigente, te prenda. Se te prende. Te viste y reviste. Te agrega prenda sobre prenda, en cotidianos “créditos” prendarios que al final serán ejecutados. Y seguiré saliendo.    
Hoy, el diálogo del Atardecer y la Noche me muestra que a – prender, implica, quizás también, estar sin – prenda. Despojarse. Como se despojan tantos hoy y enseñan como pueden en tantos misteriosos lugares de este mundo y este tiempo que nos son comunes.
El Atardecer llegó con sus grillos, sus siembras, sus malezas, sus frutos…entró en diálogo con la Noche…se terminó despojando de todo para que brillaran al final las Tres Marías y la Cruz del Sur…A - prendió…se despojó…se desnudó…Quizás por eso el horizonte enrojeció un poco: fue bello.
Hoy me despojo de esta reflexión, que nació al escuchar un diálogo. Sigo aprendiendo. Sigo despojándome de pensar que sé algo: la peor de mis ignorancias. Vuelvo al Silencio. Lo escucharé y hablaré con él. Seguiré siendo peregrino de senderos, rastrilladas, huellas y Camino. Aunque quieran inventar un mundo donde haya unos que decidan las salidas de los otros. Seguiré saliendo para seguir siendo aprendiz de Esperanzas y de los sonidos del Silencio.
-       ¿Y para qué sirve el Oriente? – preguntó el Atardecer, casi despidiéndose.
-       Para rumbear, para no perder el rumbo, nomás; porque si se pierde el rumbo se olvidan los sueños… Y la Aurora no tendrá nada para contar… ¡Hasta Mañana! Busca la Verdad. Sé libre. – Se despidió la Noche.
Hasta el próximo despojo.

lunes, 30 de marzo de 2020

500 años a Orillas del Mar Océano


 1° de Abril de 1520
 Jesús, Juan y Pedro

El asombro fue mutuo: dos seres humanos que ven algo nunca visto y, una visión en la que, a la vez, ven algo de si mismo; una imagen y semejanza suya. Ese encuentro no fue casual.
Como grandes acontecimientos históricos que marcan el nacimiento de culturas invitadas a renovar la humanidad también éste se da en las orillas. Pienso en las orillas del Tigris y Éufrates, del Nilo, del Jordán, del Tíber, el Volga, el Sena, el Tajo, y tantos otros, que vos – querido lector – elegirás. Este encuentro también se dio en las orillas. A orillas del agua inmensa, del mar océano.

Juan, que no fue Juan al nacer, estaba allí; había nacido por allí; no sabemos dónde, pero como el pueblo al que pertenecía caminaba mucho, tenía alma de peregrino. Él era tehuelche, penkén. Y en cada migración de las tierras interiores hacia el mar océano, en aquel tiempo esperaba encontrar la playa con cormoranes, algún lobo marino, quizás. Pero no fue así.
Pedro, llegaba exhausto de navegar bravías olas, como parte de una tripulación tensionada y en la que, prontamente, esa tensión desencadenaría la violencia. Llegaba habiendo nacido en climas mediterráneos, luego de meses de navegación, a tierras donde el otoño ya le había abierto las puertas al invierno. Esperaba encontrar sosiego y descanso al desembarcar. Pero no fue así.
De Pedro, sabemos más que de Juan. Había nacido en Écija, la Ciudad del Sol, hoy mas conocida como la Ciudad de las Torres o el Sartén de Andalucía. La antigua Astigi, nacida a orillas del Rio Genil, lugar clave en la Vía Augusta durante el Imperio Romano; hacía poco que había sido liberada por Castilla del dominio árabe de varios siglos. Ese dominio secular no había impedido que la ciudad continuara rindiendo honores a su Patrona la Virgen del Valle. Y que, al volver los católicos a conducir los destinos del pueblo, erigieran el templo principal en honor a la Santa Cruz. La bandera de Écija tiene un Sol sobre un paño azur; y hunde sus raíces en el antiguo Templo al Sol que existía en el lugar antes de la llegada de los romanos. Los Cristianos mantendrán este sol en recuerdo al pasaje de Isaías cuando al referirse a las ciudades egipcias afirma que “…y una de ellas se llamará Ciudad del sol” (Is. 19,18).
Pedro de Valderrama, que así se llamaba, sacerdote él, no supo nunca que muchas de estas notas de su ciudad la unirían a la tierra en la que iba a desembarcar.
Aquel, que desde siempre había preparado aquel día, los esperaba a ambos, a Juan y a Pedro, - tal como eran, con sus luces y sus sombras – con los brazos abiertos en Cruz.
Las cinco naves al mando de la Trinidad, que comandaba Hernando de Magallanes, anclaron y el Capitán ordenó el desembarco. Para Pedro y los suyos, comenzaba la Semana Santa del año 1520.
Para Juan, el tiempo siempre tenía algo de espera. Para los penken, tehuelches meridionales, Kooch, el Ser Supremo, no los tenía en el olvido y por eso, solían enterrar a sus muertos en la cima de las colinas, recubriéndolos con piedras, chenque. Por eso, quizás, esos primeros días miraron de lejos. Esperaron los acontecimientos.
Cuando aquel primero de abril los que buscaban un paso desembarcaron; improvisaron un altar con los elementos que traían en sus naves, y entre la sinfonía del mar y vientos patagónicos, con el altar rodeado de algunos hombres piadosos y otros que se miraban entre sí con recelo; cada uno con sus historias personales rumiadas sobre las cubiertas de las naves durante meses de cielo y mar, se produjo una vez más, como la primera vez, y como primera vez en estas que hoy, llamamos nuestra tierra, el acontecimiento salvífico más importante de cada día: Pedro de Valderrama, sacerdote de Écija, pronunció las seculares palabras que cambiaron el mundo un Jueves que hoy llamamos Santo: “Este es mi Cuerpo … Esta es mi sangre”. Levantó sus manos al cielo y aquellos rústicos marinos doblaron sus rodillas sobre el suelo patagónico, mientras el mar, en cada ola, traía y llevaba los gozos y esperanzas de aquellos hombres que, acostumbrados a diversidad de orillas, no sabían que las generaciones venideras les estaríamos agradecidas por traer en sus barcos la Fe; por haber aceptado, navegar mar adentro.
Como después del primer Jueves Santo, también a esta primera Misa en lo que hoy es el territorio argentino, le siguieron la traición, la violencia, la muerte. Pareciera que Cristo, desde el primer día que quiso hacerse presente sacramentalmente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las que hoy llamamos nuestras tierras, también quiso dejarnos el testimonio de que nuestro peregrinar va unido al sacrificio de la Cruz Redentora, desde el inicio.
Aquella Semana Santa de 1520, es la primera que tenemos documentada que se vivió en las orillas del hoy Mar Argentino.
Pedro de Valderrama fue el sacerdote celebrante.
Juan fue el primer tehuelche del que hablan los registros de la época, que recibió el Bautismo algunos días después de aquella primera misa.
Dios, el Padre Misericordioso, al enviar a su Hijo, el Señor de la Historia, fue quien hizo que aquel encuentro no fuera casual.
Como tampoco es casual, pienso hoy, que el templo Mayor de Écija esté consagrado a la Santa Cruz, como el nombre de la Provincia donde se encuentra el Puerto de San Julián, donde se celebró aquella misa. Que los habitantes de Écija tengan como Patrona a la Virgen del Valle; a quien también en este Año Mariano honramos por su presencia de 400 años en nuestra querida provincia de Catamarca. Que la bandera de Écija posea el Sol en su corazón como nuestra Bandera Argentina.
Como tampoco es casual que aquella, que llamamos la Primera Misa en tierras hoy Argentinas, haya sido a orillas del Mar, para hombres de Mar: Jesús también allí, como ayer, hoy y siempre, está en la playa, y aunque sus discípulos no lo reconozcan sigue diciendo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán… Vengan a comer…”; le sigue diciendo a Pedro, “…apacienta mis ovejas…Sígueme…”. Y no es casual que Pedro hoy al ver a tantos Juanes, como quizás se preguntó Pedro de Valderrama al mirar por última vez a aquel Juan, el tehuelche, le pregunta a Jesús:
“Señor, y de éstos ¿qué?...” . Y Jesús sigue contestando: “Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú Sígueme.” (Jn. 21)
Quedan muchas otras cosas que hizo, hace y hará Jesús desde aquella Primera Misa. Pero todo se ha cumplido.
Todo ocurrió en las costas patagónicas, y los detalles de la historia los puedes encontrar en la página oficial si haces CLIK AQUÍ.