miércoles, 20 de mayo de 2020

Cuestiones otoñales



El Sol ilumina el sendero. Una tras otras las hormigas cargadas con su alimento buscan el agujero que las conduce a la oscuridad. Se aseguran la subsistencia. Han salido sólo para procurarse aquello a lo que su instinto las mueve.

El hornero bate sus alas y canta posado en la tierra blanda. Remonta vuelo con la cuota de barro para darle forma a su nido. La misma forma con la que cada hornero está llamado a construir. Ha salido a construir. Por instinto.

La hoja del nogal, perdida la vitalidad, cae en un vuelo manso producto de la aparente calma matinal. Como cada hoja que había caído el día anterior, como las que caerán mañana. Con el mismo indescifrable vuelo con el que cumple la legislación otoñal. Ha salido para caer.





Y en el Silencio dorado del aula vital resuena la misma pregunta del Pretorio (1) que obtuvo como respuesta la Mirada Serena del Amor. La misma pregunta que despertó las disputas de aquel otoño de 1256 en las aulas universitarias del Convento de Santiago de París: ¿qué es la verdad?
Con hambre y sed de aquellas aulas en las que es posible disputar, asisto dolorido a los eufemismos cotidianos con los que se intentan disfrazar simulacros de aprendizajes a los que se les escamotean las preguntas esenciales.




Las hormigas siguen recorriendo ante mi vista el camino al que llegan desde distintos senderos y que las conduce siempre al mismo agujero, por el que entran al submundo terrenalmente oscuro para seguir subsistiendo. No les ha sido concedida la posibilidad de la pregunta.

Sin preguntas no hay disputa. Si no hay discusión no puede haber respuestas por parte del que enseña. Sin preguntas no hay oponentes; no hay oposición. No hay toma de posición. No hay determinaciones por parte del que enseña. Quien enseña ya no puede ser autor de su enseñanza. Y si no es autor, ha perdido toda autoridad. Mejor que se quede en casa.

El hornero va y viene al mismo lodo; canta el mismo canto; construye el mismo nido. Un canto a la vida sobreviviente. Una construcción igualitaria con una belleza limitada que te deja con hambre y sed de Belleza.

Emet en hebreo, - afirman los filólogos – palabra que significa Verdad, en su raíz indica firmeza, estabilidad. Para los griegos Verdad es aletheia, que con su sonoridad parece batir las alas, y sigue despertando investigaciones. Tiene “…tres significados principales, uno referido al conocer, otro al ser y el tercero al obrar. La aletheia: a) indica rectitud en el pensar y decir frente a la mentira y el engaño; b) significa la realidad, frente a la mera apariencia; c) designa una conducta recta frente a la engañosa…” (2) Y en senderos ascensionales la cultura griega llega a afirmar con Aristóteles: “Hay que amar a los amigos y a la Verdad, pero en caso de conflicto, hay que dar preferencia a la Verdad” (3). Quizás por ello, sólo quizás, los griegos fueron capaces de recibir en el Areópago a Pablo de Tarso; fueron capaces de preguntar y disputar con él.

Las hojas del nogal siguen cayendo como las palabras de los sofistas, y en indescifrables volteretas comunicacionales terminan en el mismo lodo donde el hornero se posó. Tapan, como las palabras de los sofistas, el sendero de las hormigas que conduce al mismo agujero.

Pero el otoño resiste y una voz que clama en el desierto mantiene como sonido del Silencio la pregunta que resuena en el aula vital: ¿qué es la Verdad? Cuando el mundo griego preguntó se iluminó con una noticia que no esperaban: ahora la Verdad y la Amistad se habían Encarnado en la Persona de Cristo. Porque sabían preguntar. Los senderos de la Paideia desembocaron en el Camino de la Verdad y la Vida. La autoridad del que pregunta gozó ante el Autor de la Autoridad, y aprendió que el Silencio invita a ponerse en Camino a Casa (4); no a quedarse en casa.

La cuestión de la pregunta por la Verdad resuena en el aula vital en la que habitan quienes no quieren vivir como hormigas, construir y cantar como horneros y marchitarse y caer como las hojas del nogal en el otoño. Aunque todos, como cada hormiga, como cada hornero, y como cada hoja, hemos salido del mismo Soplo Vital. Y todos abonaremos por nuestra corporeidad el mismo humus con el que el hornero construye; nuestros días por aquí terminarán en la misma oscuridad subterránea en la que pasa la mayor parte de la vida cada hormiga; y nos marchitamos hasta caer en un indescifrable vuelo final.
Pero en el último instante se nos regalará el Silencio y recibiremos la última invitación para ponernos en Camino a Casa. No seremos invitados a quedarnos en casa. Quizás, sólo quizás, ese día nuestra última pregunta sea la del Pretorio y se nos muestre el Rostro Sonriente de la Mirada Serena del Amor Encarnado: Cristo Rey Resucitado.

(1) Jn 18,38
(2) Sigo en esto a Abelardo Lobato, O.P. Cfr. Pags. 22 ss. de la Introducción a la edición bilingüe de la editorial Ágape de “La Verdad” de Santo Tomás de Aquino, Bs.As., 2010.
(3) Ethic. Nic. 1, 6, 1096ª16
(4) Lc. 15, 18


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