lunes, 4 de mayo de 2020

Segundo diálogo en Tiempos de Despojos


 Diálogo de la Aurora y la Mañana

La Aurora dialoga con la Mañana que sale al aula diaria de la Vida. Doy los primeros pasos matinales. Cuando sales al aula te abraza el Silencio. El primero que dice presente donde se aprende es el Silencio: la presencia más intensa que existe. Hay quien sale al aula a enseñar y no se percata de su presencia. No halla ni el reposo ni la serenidad que son condiciones para conocerse a sí mismo y a los demás: condiciones necesarias para enseñar y aprender, en serio.

-          ¡Buen Día! – saludó la Aurora.
-          ¡Buen Día vecina! – respondió la Mañana – Temprano, como siempre, anda saliendo.
-          Así es, como todos los días; aunque siempre distinta. ¿No me ve como he cambiado hoy?
-          Por supuesto, está bellísima, se nota que la Noche le legó el Silencio – 
concluyó la Mañana mirando con cierto deseo de, también ella, recibir el legado.


Mientras las escuché recordé que hay que salir al aula vital a la búsqueda del Silencio que te abraza con su calor. El sol calienta en Silencio. Darle un abrazo al Silencio. Antes de que se vaya. Antes de que lo echen. En algunas aulas ya no encuentra cupo. En otras cursa unos días y después pasa a engrosar la lista de los excluidos. Se va de la mano de los que se van. A veces pienso que el Silencio un día se va a rebelar y vendrá a producir la asonada del Silencio. Bueno, la segunda. La primera de la historia fue un Viernes. Al Silencio no lo contabilizan en las estadísticas del “desgranamiento escolar”. ¿Los que se cuentan son granos? Ni en los de la “deserción escolar”. ¿Son desertores? Ni en los que salen del sistema, los salidores: los que buscan la salida. En todo comienzo hay un salir. Todo final consiste en salir.
El Silencio siempre que se va, se va de la mano de su amiga: Soledad. Silencio y Soledad: matrimonio valiente. Fecundo. Abierto a la Vida. Si no sales al aula con él, no hay conocimiento. Nada nuevo nace sin él. La sangre corre por mis venas en silencio, sin ruidos. De algún modo soy mi sangre. Antes de hacer nada, soy. Soy quien sale al aula. Soy quien soy, antes de hacer lo que hago. Y el ser me fue dado. Y con él el Silencio de mi corazón: condición para convivir.

-          ¿Qué harás hoy con ese Silencio tan bello que llevas? – preguntó la Mañana
-        -  Llevarlo un tiempo conmigo, dejarme abrazar y después abrirle la Puerta para que salga a recorrer el Día y vuelva a los brazos de la Noche – contestó la Aurora

Mientras las escuchaba me di cuenta de que el Silencio en el aula es una presencia que se mueve como la sístole y la diástole del corazón: entra y sale con un ritmo vital que, si se altera, tanto por exceso como por defecto, causa la muerte. La muerte del aprendizaje. Por eso requiere de controles periódicos. Para mantener la Vida en el aula. Dichosas las instituciones educativas que atienden a esta condición. Que miden el nivel de ruido. Que enriquecen sus tiempos con Silencio.   
Aquella maleza que saqué; aquella hoja de menta que me regaló su aroma: crecieron en Silencio. Desde la más elemental mata de pasto hasta el añejo ombú crecen en Silencio. Sólo cuando alcanzo el Silencio escucho los latidos de mi corazón. Y el tuyo.
Cuando en mi peregrinar doy pasos por los sonidos del Silencio, al costado del sendero las malezas del ruido aquietan sus ramas en señal de respeto. ¿A quién? Al Silencio.
El silencio une, es causa de unidad, porque permite definir y distinguir. Aunque no se vea. En el patio escucho el grillo. Y la chicharra. Infiero que allí están. En el pasto. En la rama del árbol. No los veo. Pero distingo que ese sonido, ese cantar, es del grillo; ese ruido, ese sonar, es de la chicharra. ¡Paro la oreja! Distingo quien me encanta y quien me aturde. Y puedo elegir el mejor. Soy libre. Si no distingo, me confundo. Me con fundo. Me fundo con ellos. Me animalizo. No puedo elegir. No me libero. 
Se aprende de la mujer este arte. Valga atender a las madres: expertas en esta distinción. Llora el bebé: “porque tiene hambre”, dice la mamá. Llora el bebé: “porque le duele algo”, dice la mamá. Llora la beba: “es un capricho”, dice la mamá. Los padres escuchamos los tres llantos y decimos: “¡Está llorando! ¿qué le pasa?
Hay una iniciación al silencio que la realiza una mujer que se llama Soledad. Con Soledad aprendemos a escuchar los sonidos del silencio. Como Diotima que enseñó a Sócrates todo lo que aprendió sobre el Amor, Soledad enseña todo sobre el silencio.
Es mejor guardar silencio y ser, que hablar y no ser. Es bueno enseñar si el que habla lo practica…” enseñaba Ignacio de Loyola, el Santo.

-       ¿Y para que te sirve ese Silencio que te dejó la Noche? – preguntó la Mañana con intenciones de aprender
-       Para dar los primeros pasos atenta a lo que vendrá – respondió la Aurora – Si los doy de la mano del Silencio me voy despojando de lo que se constituye en obstáculo para entender los ámbitos por los que peregrino. Me invita a despojarme de las reacciones de mis pasiones para que pueda entender y amar a cada Día, salir al encuentro del Día para seguir aprendiendo –

Mientras contemplaba el diálogo nacían en mi las preguntas y un deseo de salir al encuentro del Silencio para que, con su Luz y Calor me despoje de todo aquello que me impida ver y contemplar lo esencial de cada Día. Algunas de esas preguntas quedaron resonando mientras preparaba el mate: ¿habrá llegado la hora de combatir las dictaduras del ruido y de las imágenes que pretenden encarcelar la Palabra? ¿Qué ha sucedido que hemos dejado que las Sirenas suplanten a las Campanas?  
Hasta el próximo despojo.

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