Diálogo de la Aurora y la Mañana
La Aurora dialoga con la Mañana que sale
al aula diaria de la Vida. Doy los primeros pasos matinales. Cuando sales al
aula te abraza el Silencio. El primero que dice presente donde se aprende es el
Silencio: la presencia más intensa que existe. Hay quien sale al aula a enseñar
y no se percata de su presencia. No halla ni el reposo ni la serenidad que son
condiciones para conocerse a sí mismo y a los demás: condiciones necesarias
para enseñar y aprender, en serio.
-
¡Buen
Día! – saludó la Aurora.
-
¡Buen
Día vecina! – respondió la Mañana – Temprano, como siempre, anda saliendo.
-
Así
es, como todos los días; aunque siempre distinta. ¿No me ve como he cambiado
hoy?
-
Por
supuesto, está bellísima, se nota que la Noche le legó el Silencio –
concluyó
la Mañana mirando con cierto deseo de, también ella, recibir el legado.
Mientras las escuché recordé que hay que
salir al aula vital a la búsqueda del Silencio que te abraza con su calor. El
sol calienta en Silencio. Darle un abrazo al Silencio. Antes de que se vaya.
Antes de que lo echen. En algunas aulas ya no encuentra cupo. En otras cursa
unos días y después pasa a engrosar la lista de los excluidos. Se va de la mano
de los que se van. A veces pienso que el Silencio un día se va a rebelar y
vendrá a producir la asonada del Silencio. Bueno, la segunda. La primera de la
historia fue un Viernes. Al Silencio no lo contabilizan en las estadísticas del
“desgranamiento escolar”. ¿Los que se cuentan son granos? Ni en los de
la “deserción escolar”. ¿Son desertores? Ni en los que salen del
sistema, los salidores: los que buscan la salida. En todo comienzo hay un
salir. Todo final consiste en salir.
El Silencio siempre que se va, se va de la
mano de su amiga: Soledad. Silencio y Soledad: matrimonio valiente. Fecundo.
Abierto a la Vida. Si no sales al aula con él, no hay conocimiento. Nada nuevo
nace sin él. La sangre corre por mis venas en silencio, sin ruidos. De algún
modo soy mi sangre. Antes de hacer nada, soy. Soy quien sale al aula. Soy quien
soy, antes de hacer lo que hago. Y el ser me fue dado. Y con él el Silencio de
mi corazón: condición para convivir.
-
¿Qué
harás hoy con ese Silencio tan bello que llevas? – preguntó la Mañana
- - Llevarlo
un tiempo conmigo, dejarme abrazar y después abrirle la Puerta para que salga a
recorrer el Día y vuelva a los brazos de la Noche – contestó la Aurora
Mientras las escuchaba me di cuenta de que
el Silencio en el aula es una presencia que se mueve como la sístole y la
diástole del corazón: entra y sale con un ritmo vital que, si se altera, tanto
por exceso como por defecto, causa la muerte. La muerte del aprendizaje. Por
eso requiere de controles periódicos. Para mantener la Vida en el aula. Dichosas
las instituciones educativas que atienden a esta condición. Que miden el nivel
de ruido. Que enriquecen sus tiempos con Silencio.
Aquella maleza que saqué; aquella hoja de
menta que me regaló su aroma: crecieron en Silencio. Desde la más elemental
mata de pasto hasta el añejo ombú crecen en Silencio. Sólo cuando alcanzo el Silencio
escucho los latidos de mi corazón. Y el tuyo.
Cuando en mi peregrinar doy pasos por los
sonidos del Silencio, al costado del sendero las malezas del ruido aquietan sus
ramas en señal de respeto. ¿A quién? Al Silencio.
El silencio une, es causa de unidad,
porque permite definir y distinguir. Aunque no se vea. En el patio escucho el
grillo. Y la chicharra. Infiero que allí están. En el pasto. En la rama del
árbol. No los veo. Pero distingo que ese sonido, ese cantar, es del grillo; ese
ruido, ese sonar, es de la chicharra. ¡Paro la oreja! Distingo quien me encanta
y quien me aturde. Y puedo elegir el mejor. Soy libre. Si no distingo, me
confundo. Me con fundo. Me fundo con ellos. Me animalizo. No puedo elegir. No
me libero.
Se aprende de la mujer este arte. Valga
atender a las madres: expertas en esta distinción. Llora el bebé: “porque
tiene hambre”, dice la mamá. Llora el bebé: “porque le duele algo”,
dice la mamá. Llora la beba: “es un capricho”, dice la mamá. Los padres
escuchamos los tres llantos y decimos: “¡Está llorando! ¿qué le pasa?”
Hay una iniciación al silencio que la
realiza una mujer que se llama Soledad. Con Soledad aprendemos a escuchar los
sonidos del silencio. Como Diotima que enseñó a Sócrates todo lo que aprendió
sobre el Amor, Soledad enseña todo sobre el silencio.
“Es mejor guardar silencio y ser, que
hablar y no ser. Es bueno enseñar si el que habla lo practica…” enseñaba Ignacio
de Loyola, el Santo.
-
¿Y
para que te sirve ese Silencio que te dejó la Noche? – preguntó la Mañana con
intenciones de aprender
-
Para
dar los primeros pasos atenta a lo que vendrá – respondió la Aurora – Si los
doy de la mano del Silencio me voy despojando de lo que se constituye en
obstáculo para entender los ámbitos por los que peregrino. Me invita a
despojarme de las reacciones de mis pasiones para que pueda entender y amar a cada
Día, salir al encuentro del Día para seguir aprendiendo –
Mientras contemplaba el diálogo nacían en
mi las preguntas y un deseo de salir al encuentro del Silencio para que, con su
Luz y Calor me despoje de todo aquello que me impida ver y contemplar lo
esencial de cada Día. Algunas de esas preguntas quedaron resonando mientras
preparaba el mate: ¿habrá llegado la hora de combatir las dictaduras del ruido
y de las imágenes que pretenden encarcelar la Palabra? ¿Qué ha sucedido que
hemos dejado que las Sirenas suplanten a las Campanas?
Hasta el próximo despojo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario! Hagamos uso de esta posibilidad de aprender con respeto; nos ayudan mucho a pensar tus preguntas.