miércoles, 24 de marzo de 2021

Dos mujeres

 

 

Convocadas a la Vida por el mismo Padre Misericordioso que las sostuvo con su Gracia en el peregrinar, han recibido el abrazo de la Hermana Muerte, con apenas unos días de diferencia en el seno de la comunidad que las vio crecer y que fue motivo de muchos de sus desvelos.

Pasaron haciendo el bien. Eso basta.


Ninguna muerte es casual. Aunque se nos escapen las causas ante la profundidad de los designios de la Providencia, se nos ha revelado que su Sabiduría va “…entrando en las almas buenas de cada generación y va haciendo amigos de Dios y profetas…” (Sab. 7, 27).

María y Graciela: he aquí dos testimonios de esas almas buenas de cada generación. ¡Cómo no agradecer haberlas conocido!

En tiempos de neopaganismo que busca sustitutos a los tiempos sagrados, parten en el “Mes de la Mujer”. Son convocadas a un Banquete que no tiene fin, y me permito evocarlas en el Sagrado Tiempo de Cuaresma a las dos; así peregrinando juntas como lo hacen las mujeres de nuestro pueblo, que van de a dos, como manifestándonos a cada paso la importancia de nuestro ser con los otros. Como Aquella María y su prima Isabel.

Dos mujeres, las dos han sido palenques para tantas amigas que encontraron en ellas siempre un tiempo para ser escuchadas. Ambas mostraron una atención preferencial hacia el que necesitaba, y donaron con generosidad horas de sus vidas a instituciones y comunidades que las vieron ser capaces de organizar, prever, proveer, enseñar, animar, conducir, abrir puertas y senderos a las soluciones, aún en medio de las mas duras adversidades de la vida. Y siempre con una sonrisa, un abrazo de cordialidad y un “tecito” o “un matecito”, según sus diversas preferencias.

Dos mujeres a las que vi muchas veces de rodillas ante el Sagrario, en distintos momentos de su vida; o peregrinando con alegría por las calles de los barrios con una imagen de la Virgen de Luján o haciendo una visita a quien estaba enfermo, o llamando para dar solución a las necesidades materiales de alguna familia, o llevándole por sus propios medios alimentos, o lo que precisara, otra familia.

Dos mujeres dolientes con el dolor de los otros, y asumiendo, en silencio con miradas transidas por el dolor propio, que el Camino de la Cruz culmina siempre en la Luz de la Esperanza. Y sus esperanzas no serán defraudadas.

Dos mujeres con una dimensión estética que se reflejaba en el esmero con cuidaban de sus plantas y jardines, o en el esfuerzo por hacer de sus hogares sitios de hospitalidad en los que el visitante no sólo se sintiera bienvenido, sino atendido. O en las obras que realizaban con sus propias manos. Con sus estilos propios que expresaban sus diferencias generacionales, pero en los que no faltaba el toque de trascendencia de una referencia sagrada: una imagen, un rosario, algo natural que evoca la riqueza de la Creación y eleva los corazones al Creador.

Dos mujeres atentas. Respetaban al otro tal como es. 

Dos mujeres madres con las experiencias vitales de gestación, nacimiento y acompañamiento en los gozos y esperanzas, alegrías y dolores de aquellos a quienes aceptaron con amor desde el instante de la concepción. Y que les hacían brillar sus ojos al pronunciar sus nombres.

Dos mujeres piadosas, y tal vez por ello, sin vueltas. Los impíos andan en círculo, leemos en la Biblia; la palabra charlatán viene del latín “circulator”, ese que habla y habla y no dice nada, está siempre en el mismo lugar; no conduce a nada. María y Graciela gustaban del diálogo conducente. Gustaban de preguntar y responder desde sus convicciones. Mujeres con las que se aprende; con quienes se puede coincidir o disentir, pero que, en cualquier caso – como buenas mujeres – te invitaban con sus palabras o acciones a poner los pies sobre la tierra: “No tienen vino”. Aquel pasaje evangélico estimo les cabe a ambas en su plenitud.

Dos mujeres políticas. Trabajaron y anhelaron el Bien Común en sus comunidades, aún a costa de su sacrificio personal. No lo hacían con ambición de poder, sino con espíritu de servicio. Capaces de manifestar sus preferencias partidarias o de liderazgos, pero siempre subordinadas a lo simbólico que representaban para ambas los colores de la bandera argentina. Lo “simbólico” en su origen es lo que une y se opone a lo “diabólico”, que es lo que divide. Basta entender este lenguaje para entender quien es una buena o un buen político.

Dos mujeres de Fe que expresaron en la constancia con la que recorrieron los caminos de esta vida, en los que cayeron y se levantaron, rieron y lloraron. Fe que las impulsó a enseñar, cada una a su manera, pero ambas teniendo como modelo a La Mujer que desde el cerro de Tepeyac y desde las orillas del Río Luján fue para ellas guía y consuelo en sus aflicciones. Verlas y escucharlas cantar cantos marianos fue ver rostros de mujeres esperanzadas y voces de mujeres libres.

Toda evocación cansa si es extensa.

Con el tiempo, si el Señor de la Historia así lo mueve en su Providencia, quienes escriban la historia de nuestras comunidades, saldrán al rescate de la Memoria de mujeres que, como María y Graciela, abrieron senderos de justicia y paz, sin recurrir a la violencia armada, al grito, a la ofensa, a los agravios, al resentimiento, al ruido y al odio.

Con el tiempo, cuando se despejen,  por un simple Soplo del Espíritu, las tormentas de eclesiofobia imperantes, se escribirá la Verdad de las mujeres que, como María y Graciela, la Iglesia ha dado a nuestras comunidades para que brille en ellas el resplandor de la Belleza y el Bien.

Con el tiempo, cuando por la Gracia de Aquel que es la Vida, germinen las semillas de amor que María y Graciela sembraron, nuestras comunidades descubrirán que sus senderos de Justicia ya no culminan en los tribunales, sino que los conducen de paso, camino al Cielo.

María Duca de Otonelli, Graciela Analía Cañas, dos mujeres, dos generaciones. Una sola Fe. 

Que brille para ellas la Luz que no tiene fin.

Un abrazo en el dolor a familiares y amistades.

 

 

 

 

 

miércoles, 3 de febrero de 2021

Volver a las aulas - Segundo Acto

 

29 de diciembre de 2020. Se acerca la hora. 

Por segundo día consecutivo en Tiempo de Navidad las puertas de la más que centenaria Escuela se abrirán para llevar adelante un acto educativo. No es que no se hayan abierto durante el resto del año, sólo que se abrieron para llevar adelante actos administrativos, o reparaciones edilicias, quizás, o para repartir insumos varios. Los sucesivos gobiernos van perfeccionando las técnicas repartidoras y usan las escuelas para sus programas asistenciales. “El que reparte, reparte, se queda con la mejor parte”, decía mi tía mientras cortaba la torta.

Tomo de la mesa de trabajo un cuaderno, una lapicera, y una declaración jurada. Juro que juré por segundo día consecutivo. La tarde es bella. La lluvia de ayer dio lugar a un cielo luminoso que abrigó desde la salida del sol y hasta el ocaso.



Mientras voy camino a la Escuela pienso en las muchedumbres y en las masas que ruidosamente marchan hacia la Plaza del Congreso Nacional. También en mi ciudad, las murgas se citan en las adyacencias de la sede del gobierno.

Se gestan y renacen las preguntas: ¿Cómo eran los tiempos en que había Pueblo? ¿Cómo eran la conciencia y el corazón de los Pueblos? ¿Cómo trabajaba ese pueblo que amaba el trabajo, que se deleitaba en el trabajo bien hecho y bien concluido? ¿Cómo era la cultura del trabajo antes de que los gobiernos se propusieran “educar para el trabajo” y dejaran a los pueblos sin trabajo? ¿Cómo era enseñar en los tiempos en los que se enseñaba? ¿Cómo era estudiar cuando se estudiaba?

Ayer se mintió con: “El Pueblo quiere saber de qué se trata”; hoy se miente con: “El Pueblo quiere que sea ley”. Hay mentiras que perduran, sólo se disfrazan.

En muchas familias hoy se reza mas que ayer. Un cierto número de familias, quizás un número pequeño, dinastías populares, unidas por el lazo indisoluble de la oración, entretejiendo con hilos invisibles del patrimonio cultural recibido en herencia, tejen el Poncho de la Fe. Están abrigando a lo que queda de Pueblo en la República perdida. Son un puñado de familias que los historiadores ni siquiera nombrarán las que, en superior gesto de mística heroica, manifiestan en plenitud la Piedad del Pueblo Argentino. Son las leales a los fundamentos vitales. En esas familias se cuidan y protegen a los mayores, a los abuelos, y en ellas se gestan y nacerán las generaciones llamadas por la Vida a vivir un Cielo y una Tierra nuevas.

En el Congreso de la Nación, sede extendida a los domicilios de algunos congresales que, “a la distancia”, representarán los intereses de sus mandantes, se abre la última sesión del año. Las mayorías circunstanciales van anudando dos cuerdas, van tejiendo dos lazos, más propiamente dos cinchas. Con dos leyes van a cinchar los extremos generacionales: el cinchazo lo recibirán los jubilados y los que se gestan. Será el Congreso que pasará a la historia como el que llevó a la Argentina al siglo XXI, el congreso de los que se dan de listos, el de la gente inteligente, la de aquellos que “la tienen clara”, los de avanzada, la gente que manda, la que no tiene nada que aprender, la que no hace preguntas, obedece a sus mandantes. Los que no son cándidos, ni imbéciles como nosotros los retrógrados, los que no entendemos nada, los oscurantistas, los que nos la pasamos haciendo preguntas y pretendemos enseñar.

Aunque a veces se hacen preguntas: “… ¿Qué importa? Dicen los políticos profesionales. ¿Qué consecuencias puede tener esto?... ¿Qué puede sucedernos? Todo marcha bien…sabemos gobernar…si hemos olvidado la República hemos aprendido a gobernar. Vean las elecciones. Son buenas. Siempre son buenas, y serán aún mejores, porque nosotros que las hacemos, comenzamos a perfeccionarnos…El gobierno hace las elecciones, las elecciones hacen el gobierno. Es un préstamo devuelto. El gobierno hace los electores, los electores hacen el gobierno. El gobierno hace los diputados, los diputados hacen el gobierno. Y todo con gentileza. La gente mira. El país paga. El Gobierno hace las Cámaras y las Cámaras hacen el gobierno. No es, como pueden creer, un círculo vicioso, no lo es en absoluto. Es simplemente un círculo perfecto, cerrado. Todos los círculos lo son, por otra parte, sino no serían círculos. No es esto, sin duda, los que nuestros fundadores previeron; pero ellos no salieron muy bien parados del asunto, y, por lo demás, no siempre es posible fundar. Es fatigante. La prueba de que esto está firme y se mantiene es que marcha desde hace más de cuarenta años. Y hay para cuarenta siglos, pues los primeros cuarenta años son los mas duros, los que cuestan. Luego uno se habitúa...” (1)

Quizás el problema entre nosotros es que en la escuela ya no se enseña lo que son los hábitos. Que hay hábitos buenos, que son las virtudes, y hábitos malos que son los vicios. Así los políticos profesionales no distinguen a qué se han habituado. Tampoco parecen distinguir bien entre un poncho y una cincha. Por eso revolean los ponchos como si revolearan el lazo, y pretenden abrigar y proteger cinchando.

“... Se equivocan. Estos políticos se equivocan. Desde lo alto de esta República no los contemplan cuarenta siglos de futuro…Nosotros creemos por el contrario…en fuerzas y realidades infinitamente más profundas: que son los pueblos los que hacen la fuerza y debilidad de los regímenes…creemos que son los pueblos los que hacen los regímenes, la paz y la guerra, la fuerza y la flaqueza, la enfermedad y la salud de los regímenes…”  (1)

Por eso me pregunto: ¿Cómo eran los tiempos en los que había Pueblo? 

Y mientras nace la pregunta voy llegando a la Escuela. Hoy, como ayer, llegué a la puerta de rejas de la decimonónica escuela. El enrejado abierto, los ventanales abiertos, el portal abierto daban cuenta de una escuela abierta, en acto; algo más pleno que una escuela activa. Pero vamos a ver que no todos hoy se dan cuenta de ello. Vivimos tiempos en los que, a muchas personas les cuesta darse cuenta de lo evidente: si puertas de acceso y ventanas de una escuela están abiertas, la escuela está abierta. Y, lo mas sorprendente aún, ¡con personas enseñando y aprendiendo adentro!  

Hoy como ayer, toqué con la punta de los dedos de mi mano derecha el último escalón de la escalera de ingreso. Me hice la señal de la Cruz: en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras me colocaba el barbijo, entré. Nos saludamos con afecto cordial y el distanciamiento protocolar. El personal de la institución que, con diligencia y esmero preparó todas las instalaciones para llevar adelante el acto educativo, y algunas estudiantes que iban entrando, manifestaban con su presencia la vitalidad de una escuela abierta. Busqué en el cuaderno la declaración jurada. Juré por segundo día consecutivo estar sano, y se completó el rubro correspondiente en el formulario: treinta y seis cuatro, si mal no recuerdo. “Una décima menos que ayer – pensé - Deberíamos tener una de estas pistolas para la inflación, o para los índices de pobreza, por ahí comienzan a bajar”. El pensamiento pujaba por manifestarse en palabras, pero sólo se guardó en la memoria para volver hoy, mientras escribo. Los pensamientos, como la vida, se gestan y nacen, sorprendiéndonos. Treinta y seis cuatro: la pistola otra vez daba cuenta de mi salubridad. Lo que menos me esperaba hasta ese momento es que iba a ver otras pistolas y armas largas en aquella histórica jornada escolar.

En aulas acondicionadas según los protocolos de salud vigentes, con los ventanales abiertos que daban cuenta de una escuela abierta, llevamos adelante con la profesora, por mas de dos horas, los exámenes finales de integración de los contenidos desarrollados durante el año, en modalidad a distancia. Salvo un día del taller inicial, todo el año el contacto con los estudiantes de primer año había sido en entornos virtuales.

Quienes se presentaron manifestaron la alegría que sentían de haber podido volver a las aulas, pudieron poner en palabras algunos de sus temores, dudas, miedos, y expresar sus deseos de que el año 2021 les permitiera mayor presencialidad en la institución. Pero sobre todo pusieron de manifiesto el esfuerzo realizado para preparar la materia, dieron cuenta de lo aprendido, y pudieron formularse preguntas. Me alegró. Comenzaron a preguntarse y dar pasos en los senderos que los llevarán a obtener la titulación como profesores.

Al finalizar salimos al patio. Eran los últimos minutos de luz de los días de verano en Azul. Comunicamos las calificaciones y nos despedimos con la alegría de haber podido hacer preguntas y comenzar a responder: ¿Cómo es estudiar, como es enseñar, en esta época, en este tiempo? Nos comprometimos a seguir haciéndonos preguntas para conocernos más a nosotros mismos y a seguir preguntando para buscar la Verdad que nos hace libres.

Las estudiantes se fueron. Antes, solicitaron sacarse una foto con nosotros. Aunque pensándolo bien no sé si fue este día o el anterior. Nos quedamos compartiendo las primeras impresiones de la jornada con la profesora y el directivo presente.

De pronto, nuestro diálogo se interrumpió. Nuestras miradas se dirigieron hacia los ruidos de personas que parecían venir corriendo por las galerías de la institución. Y por la esquina norte una patrulla policial se acerca por la galería con sus armas reglamentarias – cortas y largas – en la mano. Comienzan a detener su carrera al vernos. Con la sorpresa e incertidumbre propia del momento, el directivo pregunta qué sucede, y el personal policial a cargo comienza a dar sus explicaciones: habían recibido una llamada de que había gente en la escuela, y decidieron entrar por las ventanas laterales para sorprenderlos y aprehenderlos. Nos miramos con la profesora.

Lo demás, entiendo que habrá quedado plasmado en las actuaciones o informes labrados al efecto por el personal policial. Eso si, todo se llevó a cabo cumpliendo con los protocolos de distanciamiento y con los barbijos correspondientes.  

Era mi último día del ciclo lectivo 2020. Miré a los jóvenes de la fuerza de seguridad. Seguían dando explicaciones al director acerca del procedi-miento. Opté por realizar una caminata hasta el aula donde habíamos estado con las estudiantes; miré los ventanales abiertos y pensé qué hubiera sucedido si el personal policial ingresaba en el momento en que estábamos allí. Una cierta nostalgia de los años jóvenes se hizo presente al notar la agilidad del personal policial para ingresar a la escuela por la ventana, mientras estaban todas las puertas de ingreso abiertas. Sentí que se gestaban preguntas. Me fui embarazando con ellas.  

El Congreso Nacional a esas mismas horas se encontraba todo vallado y rodeado de fuerzas policiales con escudos y sin armas. Estaban trenzando las cinchas.

Este caballo viejo buscó sabana no sin antes dejarle algunas preguntas al directivo, nacidas bajo la influencia de haber sido formado en el siglo XX, en el que las filosofías de la sospecha erosionaron la modernidad con sus interrogantes. Me desembaracé un poco.

Me despedí con las formas protocolares propias de épocas de distanciamiento social preventivo y obligatorio. Pensé en los dos grupos de jóvenes con los que había compartido el último acto educativo del 2020. Y sentí que se seguían gestando preguntas que nacerán en este 2021. Porque seguirán naciendo: será ley.

Así terminó el día segundo.

Y en los primeros días de enero perdido en un rincón de la biblioteca, mientras registraba esta experiencia, asomó el libro de Charles Péguy, aquel socialista converso que gestó y parió preguntas para los franceses. Y aparecieron líneas subrayadas en mis años jóvenes: 

“… a los jóvenes sólo nos es dado decirles: tengan cuidado. Nos tratan de viejos tontos, bien, pero tengan cuidado. Cuando hablan a la ligera, cuando tratan ligeramente a la República, tan ligeramente a la República, no cometen tan solo una injusticia, … sino que arriesgan nada menos que ser considerados tontos. Olvidan, desconocen que ha habido una mística republicana…Han muertos hombres por la libertad como han muerto por la fe…”

  

Las citas son todas de Charles Péguy, Nuestra juventud, EMECE, Bs As, 1945, pag. 22 ss.

 

 

 

viernes, 22 de enero de 2021

Volver a las aulas

  

Hubo un tiempo en el cual el Estado abrió escuelas con la manifiesta intención de educar. Pero los sucesivos gobiernos no encontraron la forma de integrar un sistema educativo que atienda a la realidad del pueblo. Comenzó por darle marco legal: se sancionaron leyes para formatear el sistema según los postulados de la dirigencia del momento. El Soplo de Dios se movía sobre las instituciones de las leyes positivas. Y los legisladores no lo recibieron. Pretendieron dejarlo afuera. Por mas que la Constitución lo invoca en su preámbulo como fuente de toda razón y justicia, y el pueblo lo vive a diario en sus prácticas piadosas.

¿Se puede dejar afuera el Aire Vital? ¿Para qué se sancionan leyes que interesan más a los gobiernos que a los pueblos? ¿Por qué las preguntas se gestan y nacen en los corazones que aman aprender y enseñar? 

Ven y verás.

 


         28 de diciembre de 2020. Día de los Santos Inocentes. En los despachos del Congreso de la Nación, las mayorías circunstanciales se preparan otra vez para “atender” a los dos extremos de la pirámide poblacional: los nasciturus o personas por nacer, y los jubilados. Congresales variopintos, como un Estado Mayor en retirada, toman decisiones agónicas sobre los que, ellos piensan, no pueden mas que obedecer. Así responden a los financistas que ya les anticipan el sostenimiento de las campañas electorales para el año 2021, y aseguran su porvenir económico y el de varias generaciones de familiares. Candidatos funcionales a la gobernanza mundial a promover, se sienten acompañados por una ruidosa muchedumbre de futuros votantes. Allí ni se gestan ni nacen preguntas. Todos tienen respuestas. Nadie aprende ni enseña nada.

17.30 hs. tomo de la mesa de trabajo en casa un cuaderno y una lapicera – propio de un profesor de escuela del siglo XX, con estudiantes del siglo XXI a decir de un Ministro de Educación de infeliz memoria -, y una Declaración Jurada. Para entrar a la escuela pública el Estado Provincial me pide que le jure que estoy sano. Jamás me pidieron renovar el juramento de enseñar que hice cuando me gradué de profesor o aquel por el cual juré defender a la Patria hasta perder la vida. Pero ahora me anticiparon que cada vez que vaya a ingresar a la escuela tengo que llevar mi Declaración Jurada de estar sano. Quizás deba decir saludable, para estar acorde al lenguaje impulsado por el imperio.

-         Tomen todos los cuidados y no se olviden de pedir la declaración jurada –

Los aceitados eslabones de la burocracia estatal se hicieron presente vía oral por intermedio de la cadena de mandos del sistema.

Llegué a la puerta de rejas de la decimonónica escuela. Al contemplar el pesado hierro forjado, evoqué las horas de fragua de quien sabe qué herrero en quien sabe qué forja. Horas vitales para él. Como cada acto de enseñar se constituye en vital para quien enseña. Las horas vitales del herrero ante la fragua le permitieron dar forma artesanalmente artística a la reja. Las sucesivas capas de antióxido y sintético permiten, al contemplarla, hablar de la casi perennidad de la reja negra. Paradojas de una escuela pública que desde su formato legal estatal renegó de lo perenne.

El enrejado estaba abierto. Vivimos tiempos en los que, mientras algunas rejas se abren con facilidad, los hogares y las escuelas se ven cada vez más enrejados. Me detuve antes de entrar: casi un año sin estudiantes ni enseñantes que la cruzaran para llevar a cabo el acto de aprender y enseñar. Derecho constitucional, le dicen. Me agaché. Toqué con la punta de los dedos de mi mano derecha el último escalón de la escalera de ingreso. Me hice la señal de la Cruz: en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y entré. El busto frío y serio de Rivadavia, con la vista vacía en horizontes de utopías forjadas en un modernismo decadente, en el centro del hall de entrada, es incapaz de extrañar el paso de centenares de estudiantes que, hasta hace poco tiempo, pasaran indiferentes a su lado. La mayoría de ellos sin siquiera saber de quién es ese rostro de ojos que no ven. Corazones que no sienten nada, al verlo. Lo miré, como tantos días al entrar. Me sonreí, mientras me colocaba el barbijo. Atributo contemporáneo que, junto con la declaración jurada, se asemejan a aquellas “papeletas” necesarias para cruzar las fronteras en la pampa, también ella decimonónica. La pregunta dio vueltas en mi mientras pensaba en los ojos que no ven – los del busto -: ¿no era que el Estado iba a asegurar educación para todos? Callé la pregunta. Formulada así puede sonar hoy, en los umbrales de las escuelas, producto de una perspectiva que no es LA perspectiva generada normativamente. Y no llegaba a la escuela con la intención de generar ningún género de controversia.

-         ¡Bienvenido! Ya están todos los del primer turno en el salón –

El saludo afectuoso del directivo rememoró el sentido de comunidad educativa, y el sentimiento se corporizó desde los pies a la cabeza hasta expresarse en una sonrisa que él no vio. Yo tampoco alcancé a ver la suya. Pero el diálogo que continuó por unos instantes, los gestos corporales que acompañaron su saludo y el brillo de la mirada trasuntaron el sentimiento compartido de un acto fundante de comunidad: el saludo diario que hacía tiempo se nos había impedido expresar. Al menos así, a la distancia de los metros protocolares establecidos. Los saludos dados durante el año habían estado todos mediados por dispositivos y pantallas.

¿Qué permanece allí, en las pantallas, y qué se esfuma de una comunidad educativa? Las preguntas se gestan y nacen en los encuentros vitales. Hasta ahora no han votado leyes para la interrupción voluntaria segura y gratuita de las preguntas. Y si las votaran habrá que recurrir a la objeción de conciencia.

Me incliné en un saludo casi oriental, respetando el distanciamiento (¡quien no se siente tentado a descomponer esta palabra!: distancia – miento) y así componer la escena dentro de los protocolos que, según sus impulsores, parecen estar destinados a proteger la salud de los ciudadanos y, en consecuencia, evitar la enfermiza descomposición de la sociedad.

¿No es la corrupción la que descompone las sociedades? ¡Esa manía del corazón de gestar y dar a luz preguntas cuando uno menos se las espera! Así son las preguntas, como la vida; no siempre se hacen presentes cuando uno quiere o desea. Menos mal que tengo el barbijo. Aunque la sonoridad y primera acepción del término morral, me tienta a considerarlo más adecuado a las circunstancias, mantengo el argentinismo que resulta quizás, técnicamente más adecuado.

La sonrisa, - insisto: bajo el barbijo o morral -, fue como una salida de escape al nudo que en la garganta intentaba imponerse y pujaba para expresarse en lágrimas en los ojos: la emoción de que el 2020 no iba a terminar sin que los estudiantes que tanto me lo habían reclamado desde las pantallas y mensajes, pudieran cumplir su sueño de: volver a la escuela.

Antes de encaminar mis pasos hacia el salón faltaba el último acto protocolar: una pistola me apuntó al cuello debajo de la oreja. Una de esas diseñadas para controlar la temperatura. Y se escuchó una voz que decía: treinta seis cinco. Un suspiro de alivio nos unió mientras se volcaba en la declaración jurada mi temperatura de ingreso al establecimiento. Casi parecía que el velo tras el que enseñaba Pitágoras se había rasgado. ¡Treinta y seis cinco! El eco de las galerías vacías completó el protocolo de ingreso y sólo restaba dar los primeros pasos hacia el salón acondicionado en cumpli -miento del distancia- miento vigente.

Una sensación de extraña e irónica serenidad recorrió mi ser al sentir que atravesaba las fronteras de la salud pública en mi querida escuela pública. Aunque bastaría decir mi querida escuela, pues toda la educación es pública en mi querida Argentina. Salvo la que se da en las sociedades secretas, claro está o en la deep web.

Antes de dar los primeros pasos miré de arriba abajo las altas galerías, relucientes y brillantes gracias a la labor de las auxiliares. Saludé a la que había tenido que ir a preparar el salón:

-         ¡Feliz Navidad! – 

y me incliné con el mismo saludo que había hecho al directivo

 - ¿Cómo pasaste la Navidad? ¿bien vos? ¿y tu familia?  – 

agregué.

-         ¡Gracias!, ¡Feliz Navidad también para vos! Si, todos bien nosotros ¿y ustedes? – 

preguntó

-         Bien, gracias a Dios –

Y apuré mis pasos hacia el salón. Extender el diálogo iniciado habría implicado que ella debiera quedarse mas tiempo y no quise importunar más. No sé que tan contenta estaba de que éste viejo profesor hubiera presentado una nota para solicitar le abrieran la escuela para llevar adelante los exámenes. Lamenté perderme esa sonrisa con la que siempre nos recibe cuando llegamos a diario a la escuela. Con los barbijos hoy todos nos parecemos en algo al busto de Rivadavia. No hay sonrisas a la vista. Aunque he descubierto en este tiempo que los ojos también ríen. El brillo de sus ojos me enseñó que el saludo había llegado. Espero ella también haya descubierto en mis ojos que su saludo tejió comunidad educativa.

¡Cómo no van a vibrar los corazones ante un saludo de Feliz Navidad! Salvo que estés un 28 de diciembre de 2020 en algunos despachos del Congreso o en la casa de algunos representantes… ¿del pueblo? ¿Por qué comenzaron por mutilar el preámbulo para acomodarlo a campañas políticas hasta directamente casi ni enseñarlo? ¿Dónde quedó aquello de “Nos, los representantes del Pueblo…Dios, fuente de toda razón y justicia…”?. Las preguntas siguen naciendo. Hay que parir las preguntas para poder aprender y enseñar.

-         Entrá en el primer salón de la galería. Cuiden de seguir los protocolos así podemos evaluar la experiencia” – 

me habían indicado.

-         “¿Cuidado de qué Comandante Alias?” –

Aquella pregunta que el autor de El Principito puso en una de sus obras resonó en mis oídos, pero otra vez el barbijo me ayudó a callar. Después de todo mi querido directivo no tenía por qué soportar a este viejo profesor dando explicaciones de un libro que había leído hacía ya tanto tiempo. Por lo demás ni él es un comandante, ni yo soy un piloto de guerra. Hay momentos que no se explican, se viven. Al menos los vivimos aquellos a los que se nos ha concedido la gracia de vivir porque nadie decidió voluntaria y gratuitamente interrumpir nuestra gestación.

Llené mis pulmones de aire áulico. Algún día tendré las palabras para describir lo que se siente. Al ingresar al salón, respetando los protocolos de distanciamiento, me incliné para saludar a la profesora que, con las estudiantes, ya tenía todo listo para comenzar el examen de integración final de su materia. Todas elegantemente vestidas, con sus miradas sonrientes de mujeres esperanzadas, expresaban, sin decir aún una sola palabra, la alegría de volver a las aulas en el 2020.

En pocos minutos comenzaron a dar a luz nuevas preguntas.

En algún rincón del corazón, el dolor redentor del Día de los Santos Inocentes encontró un bálsamo para seguir peregrinando por la senda que conduce hacia Egipto. Ya llegará el tiempo de volver al Hogar.  

Así comenzó el día primero.