miércoles, 3 de febrero de 2021

Volver a las aulas - Segundo Acto

 

29 de diciembre de 2020. Se acerca la hora. 

Por segundo día consecutivo en Tiempo de Navidad las puertas de la más que centenaria Escuela se abrirán para llevar adelante un acto educativo. No es que no se hayan abierto durante el resto del año, sólo que se abrieron para llevar adelante actos administrativos, o reparaciones edilicias, quizás, o para repartir insumos varios. Los sucesivos gobiernos van perfeccionando las técnicas repartidoras y usan las escuelas para sus programas asistenciales. “El que reparte, reparte, se queda con la mejor parte”, decía mi tía mientras cortaba la torta.

Tomo de la mesa de trabajo un cuaderno, una lapicera, y una declaración jurada. Juro que juré por segundo día consecutivo. La tarde es bella. La lluvia de ayer dio lugar a un cielo luminoso que abrigó desde la salida del sol y hasta el ocaso.



Mientras voy camino a la Escuela pienso en las muchedumbres y en las masas que ruidosamente marchan hacia la Plaza del Congreso Nacional. También en mi ciudad, las murgas se citan en las adyacencias de la sede del gobierno.

Se gestan y renacen las preguntas: ¿Cómo eran los tiempos en que había Pueblo? ¿Cómo eran la conciencia y el corazón de los Pueblos? ¿Cómo trabajaba ese pueblo que amaba el trabajo, que se deleitaba en el trabajo bien hecho y bien concluido? ¿Cómo era la cultura del trabajo antes de que los gobiernos se propusieran “educar para el trabajo” y dejaran a los pueblos sin trabajo? ¿Cómo era enseñar en los tiempos en los que se enseñaba? ¿Cómo era estudiar cuando se estudiaba?

Ayer se mintió con: “El Pueblo quiere saber de qué se trata”; hoy se miente con: “El Pueblo quiere que sea ley”. Hay mentiras que perduran, sólo se disfrazan.

En muchas familias hoy se reza mas que ayer. Un cierto número de familias, quizás un número pequeño, dinastías populares, unidas por el lazo indisoluble de la oración, entretejiendo con hilos invisibles del patrimonio cultural recibido en herencia, tejen el Poncho de la Fe. Están abrigando a lo que queda de Pueblo en la República perdida. Son un puñado de familias que los historiadores ni siquiera nombrarán las que, en superior gesto de mística heroica, manifiestan en plenitud la Piedad del Pueblo Argentino. Son las leales a los fundamentos vitales. En esas familias se cuidan y protegen a los mayores, a los abuelos, y en ellas se gestan y nacerán las generaciones llamadas por la Vida a vivir un Cielo y una Tierra nuevas.

En el Congreso de la Nación, sede extendida a los domicilios de algunos congresales que, “a la distancia”, representarán los intereses de sus mandantes, se abre la última sesión del año. Las mayorías circunstanciales van anudando dos cuerdas, van tejiendo dos lazos, más propiamente dos cinchas. Con dos leyes van a cinchar los extremos generacionales: el cinchazo lo recibirán los jubilados y los que se gestan. Será el Congreso que pasará a la historia como el que llevó a la Argentina al siglo XXI, el congreso de los que se dan de listos, el de la gente inteligente, la de aquellos que “la tienen clara”, los de avanzada, la gente que manda, la que no tiene nada que aprender, la que no hace preguntas, obedece a sus mandantes. Los que no son cándidos, ni imbéciles como nosotros los retrógrados, los que no entendemos nada, los oscurantistas, los que nos la pasamos haciendo preguntas y pretendemos enseñar.

Aunque a veces se hacen preguntas: “… ¿Qué importa? Dicen los políticos profesionales. ¿Qué consecuencias puede tener esto?... ¿Qué puede sucedernos? Todo marcha bien…sabemos gobernar…si hemos olvidado la República hemos aprendido a gobernar. Vean las elecciones. Son buenas. Siempre son buenas, y serán aún mejores, porque nosotros que las hacemos, comenzamos a perfeccionarnos…El gobierno hace las elecciones, las elecciones hacen el gobierno. Es un préstamo devuelto. El gobierno hace los electores, los electores hacen el gobierno. El gobierno hace los diputados, los diputados hacen el gobierno. Y todo con gentileza. La gente mira. El país paga. El Gobierno hace las Cámaras y las Cámaras hacen el gobierno. No es, como pueden creer, un círculo vicioso, no lo es en absoluto. Es simplemente un círculo perfecto, cerrado. Todos los círculos lo son, por otra parte, sino no serían círculos. No es esto, sin duda, los que nuestros fundadores previeron; pero ellos no salieron muy bien parados del asunto, y, por lo demás, no siempre es posible fundar. Es fatigante. La prueba de que esto está firme y se mantiene es que marcha desde hace más de cuarenta años. Y hay para cuarenta siglos, pues los primeros cuarenta años son los mas duros, los que cuestan. Luego uno se habitúa...” (1)

Quizás el problema entre nosotros es que en la escuela ya no se enseña lo que son los hábitos. Que hay hábitos buenos, que son las virtudes, y hábitos malos que son los vicios. Así los políticos profesionales no distinguen a qué se han habituado. Tampoco parecen distinguir bien entre un poncho y una cincha. Por eso revolean los ponchos como si revolearan el lazo, y pretenden abrigar y proteger cinchando.

“... Se equivocan. Estos políticos se equivocan. Desde lo alto de esta República no los contemplan cuarenta siglos de futuro…Nosotros creemos por el contrario…en fuerzas y realidades infinitamente más profundas: que son los pueblos los que hacen la fuerza y debilidad de los regímenes…creemos que son los pueblos los que hacen los regímenes, la paz y la guerra, la fuerza y la flaqueza, la enfermedad y la salud de los regímenes…”  (1)

Por eso me pregunto: ¿Cómo eran los tiempos en los que había Pueblo? 

Y mientras nace la pregunta voy llegando a la Escuela. Hoy, como ayer, llegué a la puerta de rejas de la decimonónica escuela. El enrejado abierto, los ventanales abiertos, el portal abierto daban cuenta de una escuela abierta, en acto; algo más pleno que una escuela activa. Pero vamos a ver que no todos hoy se dan cuenta de ello. Vivimos tiempos en los que, a muchas personas les cuesta darse cuenta de lo evidente: si puertas de acceso y ventanas de una escuela están abiertas, la escuela está abierta. Y, lo mas sorprendente aún, ¡con personas enseñando y aprendiendo adentro!  

Hoy como ayer, toqué con la punta de los dedos de mi mano derecha el último escalón de la escalera de ingreso. Me hice la señal de la Cruz: en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras me colocaba el barbijo, entré. Nos saludamos con afecto cordial y el distanciamiento protocolar. El personal de la institución que, con diligencia y esmero preparó todas las instalaciones para llevar adelante el acto educativo, y algunas estudiantes que iban entrando, manifestaban con su presencia la vitalidad de una escuela abierta. Busqué en el cuaderno la declaración jurada. Juré por segundo día consecutivo estar sano, y se completó el rubro correspondiente en el formulario: treinta y seis cuatro, si mal no recuerdo. “Una décima menos que ayer – pensé - Deberíamos tener una de estas pistolas para la inflación, o para los índices de pobreza, por ahí comienzan a bajar”. El pensamiento pujaba por manifestarse en palabras, pero sólo se guardó en la memoria para volver hoy, mientras escribo. Los pensamientos, como la vida, se gestan y nacen, sorprendiéndonos. Treinta y seis cuatro: la pistola otra vez daba cuenta de mi salubridad. Lo que menos me esperaba hasta ese momento es que iba a ver otras pistolas y armas largas en aquella histórica jornada escolar.

En aulas acondicionadas según los protocolos de salud vigentes, con los ventanales abiertos que daban cuenta de una escuela abierta, llevamos adelante con la profesora, por mas de dos horas, los exámenes finales de integración de los contenidos desarrollados durante el año, en modalidad a distancia. Salvo un día del taller inicial, todo el año el contacto con los estudiantes de primer año había sido en entornos virtuales.

Quienes se presentaron manifestaron la alegría que sentían de haber podido volver a las aulas, pudieron poner en palabras algunos de sus temores, dudas, miedos, y expresar sus deseos de que el año 2021 les permitiera mayor presencialidad en la institución. Pero sobre todo pusieron de manifiesto el esfuerzo realizado para preparar la materia, dieron cuenta de lo aprendido, y pudieron formularse preguntas. Me alegró. Comenzaron a preguntarse y dar pasos en los senderos que los llevarán a obtener la titulación como profesores.

Al finalizar salimos al patio. Eran los últimos minutos de luz de los días de verano en Azul. Comunicamos las calificaciones y nos despedimos con la alegría de haber podido hacer preguntas y comenzar a responder: ¿Cómo es estudiar, como es enseñar, en esta época, en este tiempo? Nos comprometimos a seguir haciéndonos preguntas para conocernos más a nosotros mismos y a seguir preguntando para buscar la Verdad que nos hace libres.

Las estudiantes se fueron. Antes, solicitaron sacarse una foto con nosotros. Aunque pensándolo bien no sé si fue este día o el anterior. Nos quedamos compartiendo las primeras impresiones de la jornada con la profesora y el directivo presente.

De pronto, nuestro diálogo se interrumpió. Nuestras miradas se dirigieron hacia los ruidos de personas que parecían venir corriendo por las galerías de la institución. Y por la esquina norte una patrulla policial se acerca por la galería con sus armas reglamentarias – cortas y largas – en la mano. Comienzan a detener su carrera al vernos. Con la sorpresa e incertidumbre propia del momento, el directivo pregunta qué sucede, y el personal policial a cargo comienza a dar sus explicaciones: habían recibido una llamada de que había gente en la escuela, y decidieron entrar por las ventanas laterales para sorprenderlos y aprehenderlos. Nos miramos con la profesora.

Lo demás, entiendo que habrá quedado plasmado en las actuaciones o informes labrados al efecto por el personal policial. Eso si, todo se llevó a cabo cumpliendo con los protocolos de distanciamiento y con los barbijos correspondientes.  

Era mi último día del ciclo lectivo 2020. Miré a los jóvenes de la fuerza de seguridad. Seguían dando explicaciones al director acerca del procedi-miento. Opté por realizar una caminata hasta el aula donde habíamos estado con las estudiantes; miré los ventanales abiertos y pensé qué hubiera sucedido si el personal policial ingresaba en el momento en que estábamos allí. Una cierta nostalgia de los años jóvenes se hizo presente al notar la agilidad del personal policial para ingresar a la escuela por la ventana, mientras estaban todas las puertas de ingreso abiertas. Sentí que se gestaban preguntas. Me fui embarazando con ellas.  

El Congreso Nacional a esas mismas horas se encontraba todo vallado y rodeado de fuerzas policiales con escudos y sin armas. Estaban trenzando las cinchas.

Este caballo viejo buscó sabana no sin antes dejarle algunas preguntas al directivo, nacidas bajo la influencia de haber sido formado en el siglo XX, en el que las filosofías de la sospecha erosionaron la modernidad con sus interrogantes. Me desembaracé un poco.

Me despedí con las formas protocolares propias de épocas de distanciamiento social preventivo y obligatorio. Pensé en los dos grupos de jóvenes con los que había compartido el último acto educativo del 2020. Y sentí que se seguían gestando preguntas que nacerán en este 2021. Porque seguirán naciendo: será ley.

Así terminó el día segundo.

Y en los primeros días de enero perdido en un rincón de la biblioteca, mientras registraba esta experiencia, asomó el libro de Charles Péguy, aquel socialista converso que gestó y parió preguntas para los franceses. Y aparecieron líneas subrayadas en mis años jóvenes: 

“… a los jóvenes sólo nos es dado decirles: tengan cuidado. Nos tratan de viejos tontos, bien, pero tengan cuidado. Cuando hablan a la ligera, cuando tratan ligeramente a la República, tan ligeramente a la República, no cometen tan solo una injusticia, … sino que arriesgan nada menos que ser considerados tontos. Olvidan, desconocen que ha habido una mística republicana…Han muertos hombres por la libertad como han muerto por la fe…”

  

Las citas son todas de Charles Péguy, Nuestra juventud, EMECE, Bs As, 1945, pag. 22 ss.

 

 

 

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