miércoles, 24 de marzo de 2021

Dos mujeres

 

 

Convocadas a la Vida por el mismo Padre Misericordioso que las sostuvo con su Gracia en el peregrinar, han recibido el abrazo de la Hermana Muerte, con apenas unos días de diferencia en el seno de la comunidad que las vio crecer y que fue motivo de muchos de sus desvelos.

Pasaron haciendo el bien. Eso basta.


Ninguna muerte es casual. Aunque se nos escapen las causas ante la profundidad de los designios de la Providencia, se nos ha revelado que su Sabiduría va “…entrando en las almas buenas de cada generación y va haciendo amigos de Dios y profetas…” (Sab. 7, 27).

María y Graciela: he aquí dos testimonios de esas almas buenas de cada generación. ¡Cómo no agradecer haberlas conocido!

En tiempos de neopaganismo que busca sustitutos a los tiempos sagrados, parten en el “Mes de la Mujer”. Son convocadas a un Banquete que no tiene fin, y me permito evocarlas en el Sagrado Tiempo de Cuaresma a las dos; así peregrinando juntas como lo hacen las mujeres de nuestro pueblo, que van de a dos, como manifestándonos a cada paso la importancia de nuestro ser con los otros. Como Aquella María y su prima Isabel.

Dos mujeres, las dos han sido palenques para tantas amigas que encontraron en ellas siempre un tiempo para ser escuchadas. Ambas mostraron una atención preferencial hacia el que necesitaba, y donaron con generosidad horas de sus vidas a instituciones y comunidades que las vieron ser capaces de organizar, prever, proveer, enseñar, animar, conducir, abrir puertas y senderos a las soluciones, aún en medio de las mas duras adversidades de la vida. Y siempre con una sonrisa, un abrazo de cordialidad y un “tecito” o “un matecito”, según sus diversas preferencias.

Dos mujeres a las que vi muchas veces de rodillas ante el Sagrario, en distintos momentos de su vida; o peregrinando con alegría por las calles de los barrios con una imagen de la Virgen de Luján o haciendo una visita a quien estaba enfermo, o llamando para dar solución a las necesidades materiales de alguna familia, o llevándole por sus propios medios alimentos, o lo que precisara, otra familia.

Dos mujeres dolientes con el dolor de los otros, y asumiendo, en silencio con miradas transidas por el dolor propio, que el Camino de la Cruz culmina siempre en la Luz de la Esperanza. Y sus esperanzas no serán defraudadas.

Dos mujeres con una dimensión estética que se reflejaba en el esmero con cuidaban de sus plantas y jardines, o en el esfuerzo por hacer de sus hogares sitios de hospitalidad en los que el visitante no sólo se sintiera bienvenido, sino atendido. O en las obras que realizaban con sus propias manos. Con sus estilos propios que expresaban sus diferencias generacionales, pero en los que no faltaba el toque de trascendencia de una referencia sagrada: una imagen, un rosario, algo natural que evoca la riqueza de la Creación y eleva los corazones al Creador.

Dos mujeres atentas. Respetaban al otro tal como es. 

Dos mujeres madres con las experiencias vitales de gestación, nacimiento y acompañamiento en los gozos y esperanzas, alegrías y dolores de aquellos a quienes aceptaron con amor desde el instante de la concepción. Y que les hacían brillar sus ojos al pronunciar sus nombres.

Dos mujeres piadosas, y tal vez por ello, sin vueltas. Los impíos andan en círculo, leemos en la Biblia; la palabra charlatán viene del latín “circulator”, ese que habla y habla y no dice nada, está siempre en el mismo lugar; no conduce a nada. María y Graciela gustaban del diálogo conducente. Gustaban de preguntar y responder desde sus convicciones. Mujeres con las que se aprende; con quienes se puede coincidir o disentir, pero que, en cualquier caso – como buenas mujeres – te invitaban con sus palabras o acciones a poner los pies sobre la tierra: “No tienen vino”. Aquel pasaje evangélico estimo les cabe a ambas en su plenitud.

Dos mujeres políticas. Trabajaron y anhelaron el Bien Común en sus comunidades, aún a costa de su sacrificio personal. No lo hacían con ambición de poder, sino con espíritu de servicio. Capaces de manifestar sus preferencias partidarias o de liderazgos, pero siempre subordinadas a lo simbólico que representaban para ambas los colores de la bandera argentina. Lo “simbólico” en su origen es lo que une y se opone a lo “diabólico”, que es lo que divide. Basta entender este lenguaje para entender quien es una buena o un buen político.

Dos mujeres de Fe que expresaron en la constancia con la que recorrieron los caminos de esta vida, en los que cayeron y se levantaron, rieron y lloraron. Fe que las impulsó a enseñar, cada una a su manera, pero ambas teniendo como modelo a La Mujer que desde el cerro de Tepeyac y desde las orillas del Río Luján fue para ellas guía y consuelo en sus aflicciones. Verlas y escucharlas cantar cantos marianos fue ver rostros de mujeres esperanzadas y voces de mujeres libres.

Toda evocación cansa si es extensa.

Con el tiempo, si el Señor de la Historia así lo mueve en su Providencia, quienes escriban la historia de nuestras comunidades, saldrán al rescate de la Memoria de mujeres que, como María y Graciela, abrieron senderos de justicia y paz, sin recurrir a la violencia armada, al grito, a la ofensa, a los agravios, al resentimiento, al ruido y al odio.

Con el tiempo, cuando se despejen,  por un simple Soplo del Espíritu, las tormentas de eclesiofobia imperantes, se escribirá la Verdad de las mujeres que, como María y Graciela, la Iglesia ha dado a nuestras comunidades para que brille en ellas el resplandor de la Belleza y el Bien.

Con el tiempo, cuando por la Gracia de Aquel que es la Vida, germinen las semillas de amor que María y Graciela sembraron, nuestras comunidades descubrirán que sus senderos de Justicia ya no culminan en los tribunales, sino que los conducen de paso, camino al Cielo.

María Duca de Otonelli, Graciela Analía Cañas, dos mujeres, dos generaciones. Una sola Fe. 

Que brille para ellas la Luz que no tiene fin.

Un abrazo en el dolor a familiares y amistades.

 

 

 

 

 

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