lunes, 30 de marzo de 2020

500 años a Orillas del Mar Océano


 1° de Abril de 1520
 Jesús, Juan y Pedro

El asombro fue mutuo: dos seres humanos que ven algo nunca visto y, una visión en la que, a la vez, ven algo de si mismo; una imagen y semejanza suya. Ese encuentro no fue casual.
Como grandes acontecimientos históricos que marcan el nacimiento de culturas invitadas a renovar la humanidad también éste se da en las orillas. Pienso en las orillas del Tigris y Éufrates, del Nilo, del Jordán, del Tíber, el Volga, el Sena, el Tajo, y tantos otros, que vos – querido lector – elegirás. Este encuentro también se dio en las orillas. A orillas del agua inmensa, del mar océano.

Juan, que no fue Juan al nacer, estaba allí; había nacido por allí; no sabemos dónde, pero como el pueblo al que pertenecía caminaba mucho, tenía alma de peregrino. Él era tehuelche, penkén. Y en cada migración de las tierras interiores hacia el mar océano, en aquel tiempo esperaba encontrar la playa con cormoranes, algún lobo marino, quizás. Pero no fue así.
Pedro, llegaba exhausto de navegar bravías olas, como parte de una tripulación tensionada y en la que, prontamente, esa tensión desencadenaría la violencia. Llegaba habiendo nacido en climas mediterráneos, luego de meses de navegación, a tierras donde el otoño ya le había abierto las puertas al invierno. Esperaba encontrar sosiego y descanso al desembarcar. Pero no fue así.
De Pedro, sabemos más que de Juan. Había nacido en Écija, la Ciudad del Sol, hoy mas conocida como la Ciudad de las Torres o el Sartén de Andalucía. La antigua Astigi, nacida a orillas del Rio Genil, lugar clave en la Vía Augusta durante el Imperio Romano; hacía poco que había sido liberada por Castilla del dominio árabe de varios siglos. Ese dominio secular no había impedido que la ciudad continuara rindiendo honores a su Patrona la Virgen del Valle. Y que, al volver los católicos a conducir los destinos del pueblo, erigieran el templo principal en honor a la Santa Cruz. La bandera de Écija tiene un Sol sobre un paño azur; y hunde sus raíces en el antiguo Templo al Sol que existía en el lugar antes de la llegada de los romanos. Los Cristianos mantendrán este sol en recuerdo al pasaje de Isaías cuando al referirse a las ciudades egipcias afirma que “…y una de ellas se llamará Ciudad del sol” (Is. 19,18).
Pedro de Valderrama, que así se llamaba, sacerdote él, no supo nunca que muchas de estas notas de su ciudad la unirían a la tierra en la que iba a desembarcar.
Aquel, que desde siempre había preparado aquel día, los esperaba a ambos, a Juan y a Pedro, - tal como eran, con sus luces y sus sombras – con los brazos abiertos en Cruz.
Las cinco naves al mando de la Trinidad, que comandaba Hernando de Magallanes, anclaron y el Capitán ordenó el desembarco. Para Pedro y los suyos, comenzaba la Semana Santa del año 1520.
Para Juan, el tiempo siempre tenía algo de espera. Para los penken, tehuelches meridionales, Kooch, el Ser Supremo, no los tenía en el olvido y por eso, solían enterrar a sus muertos en la cima de las colinas, recubriéndolos con piedras, chenque. Por eso, quizás, esos primeros días miraron de lejos. Esperaron los acontecimientos.
Cuando aquel primero de abril los que buscaban un paso desembarcaron; improvisaron un altar con los elementos que traían en sus naves, y entre la sinfonía del mar y vientos patagónicos, con el altar rodeado de algunos hombres piadosos y otros que se miraban entre sí con recelo; cada uno con sus historias personales rumiadas sobre las cubiertas de las naves durante meses de cielo y mar, se produjo una vez más, como la primera vez, y como primera vez en estas que hoy, llamamos nuestra tierra, el acontecimiento salvífico más importante de cada día: Pedro de Valderrama, sacerdote de Écija, pronunció las seculares palabras que cambiaron el mundo un Jueves que hoy llamamos Santo: “Este es mi Cuerpo … Esta es mi sangre”. Levantó sus manos al cielo y aquellos rústicos marinos doblaron sus rodillas sobre el suelo patagónico, mientras el mar, en cada ola, traía y llevaba los gozos y esperanzas de aquellos hombres que, acostumbrados a diversidad de orillas, no sabían que las generaciones venideras les estaríamos agradecidas por traer en sus barcos la Fe; por haber aceptado, navegar mar adentro.
Como después del primer Jueves Santo, también a esta primera Misa en lo que hoy es el territorio argentino, le siguieron la traición, la violencia, la muerte. Pareciera que Cristo, desde el primer día que quiso hacerse presente sacramentalmente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en las que hoy llamamos nuestras tierras, también quiso dejarnos el testimonio de que nuestro peregrinar va unido al sacrificio de la Cruz Redentora, desde el inicio.
Aquella Semana Santa de 1520, es la primera que tenemos documentada que se vivió en las orillas del hoy Mar Argentino.
Pedro de Valderrama fue el sacerdote celebrante.
Juan fue el primer tehuelche del que hablan los registros de la época, que recibió el Bautismo algunos días después de aquella primera misa.
Dios, el Padre Misericordioso, al enviar a su Hijo, el Señor de la Historia, fue quien hizo que aquel encuentro no fuera casual.
Como tampoco es casual, pienso hoy, que el templo Mayor de Écija esté consagrado a la Santa Cruz, como el nombre de la Provincia donde se encuentra el Puerto de San Julián, donde se celebró aquella misa. Que los habitantes de Écija tengan como Patrona a la Virgen del Valle; a quien también en este Año Mariano honramos por su presencia de 400 años en nuestra querida provincia de Catamarca. Que la bandera de Écija posea el Sol en su corazón como nuestra Bandera Argentina.
Como tampoco es casual que aquella, que llamamos la Primera Misa en tierras hoy Argentinas, haya sido a orillas del Mar, para hombres de Mar: Jesús también allí, como ayer, hoy y siempre, está en la playa, y aunque sus discípulos no lo reconozcan sigue diciendo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán… Vengan a comer…”; le sigue diciendo a Pedro, “…apacienta mis ovejas…Sígueme…”. Y no es casual que Pedro hoy al ver a tantos Juanes, como quizás se preguntó Pedro de Valderrama al mirar por última vez a aquel Juan, el tehuelche, le pregunta a Jesús:
“Señor, y de éstos ¿qué?...” . Y Jesús sigue contestando: “Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú Sígueme.” (Jn. 21)
Quedan muchas otras cosas que hizo, hace y hará Jesús desde aquella Primera Misa. Pero todo se ha cumplido.
Todo ocurrió en las costas patagónicas, y los detalles de la historia los puedes encontrar en la página oficial si haces CLIK AQUÍ.