1° de Abril de 1520
Jesús, Juan y Pedro
El asombro fue mutuo: dos seres humanos
que ven algo nunca visto y, una visión en la que, a la vez, ven algo de si
mismo; una imagen y semejanza suya. Ese encuentro no fue casual.
Como grandes acontecimientos históricos
que marcan el nacimiento de culturas invitadas a renovar la humanidad también
éste se da en las orillas. Pienso en las orillas del Tigris y Éufrates, del
Nilo, del Jordán, del Tíber, el Volga, el Sena, el Tajo, y tantos otros, que
vos – querido lector – elegirás. Este encuentro también se dio en las orillas. A
orillas del agua inmensa, del mar océano.
Juan, que no fue Juan al nacer, estaba
allí; había nacido por allí; no sabemos dónde, pero como el pueblo al que
pertenecía caminaba mucho, tenía alma de peregrino. Él era tehuelche, penkén. Y
en cada migración de las tierras interiores hacia el mar océano, en aquel
tiempo esperaba encontrar la playa con cormoranes, algún lobo marino, quizás.
Pero no fue así.
Pedro, llegaba exhausto de navegar bravías
olas, como parte de una tripulación tensionada y en la que, prontamente, esa
tensión desencadenaría la violencia. Llegaba habiendo nacido en climas
mediterráneos, luego de meses de navegación, a tierras donde el otoño ya le
había abierto las puertas al invierno. Esperaba encontrar sosiego y descanso al
desembarcar. Pero no fue así.
De Pedro, sabemos más que de Juan. Había
nacido en Écija, la
Ciudad del Sol, hoy mas conocida como la Ciudad de las Torres o el Sartén
de Andalucía. La antigua Astigi, nacida a orillas del Rio Genil, lugar clave en
la Vía Augusta durante el Imperio Romano; hacía poco que había sido liberada por
Castilla del dominio árabe de varios siglos. Ese dominio secular no había
impedido que la ciudad continuara rindiendo honores a su Patrona la Virgen del
Valle. Y que, al volver los católicos a conducir los destinos del pueblo,
erigieran el templo principal en honor a la Santa Cruz. La bandera de Écija
tiene un Sol sobre un paño azur; y hunde sus raíces en el antiguo Templo al Sol
que existía en el lugar antes de la llegada de los romanos. Los Cristianos
mantendrán este sol en recuerdo al pasaje de Isaías cuando al referirse a las
ciudades egipcias afirma que “…y una de ellas se llamará Ciudad del sol”
(Is. 19,18).
Pedro de Valderrama, que así se llamaba, sacerdote
él, no supo nunca que muchas de estas notas de su ciudad la unirían a la tierra
en la que iba a desembarcar.
Aquel, que desde siempre había preparado aquel
día, los esperaba a ambos, a Juan y a Pedro, - tal como eran, con sus luces y
sus sombras – con los brazos abiertos en Cruz.
Las cinco naves al mando de la Trinidad,
que comandaba Hernando de Magallanes, anclaron y el Capitán ordenó el
desembarco. Para Pedro y los suyos, comenzaba la Semana Santa del año 1520.
Para Juan, el tiempo siempre tenía algo de
espera. Para los penken, tehuelches meridionales, Kooch, el Ser Supremo, no los
tenía en el olvido y por eso, solían enterrar a sus muertos en la cima de las
colinas, recubriéndolos con piedras, chenque. Por eso, quizás, esos primeros
días miraron de lejos. Esperaron los acontecimientos.
Cuando aquel primero de abril los que
buscaban un paso desembarcaron; improvisaron un altar con los elementos que
traían en sus naves, y entre la sinfonía del mar y vientos patagónicos, con el
altar rodeado de algunos hombres piadosos y otros que se miraban entre sí con
recelo; cada uno con sus historias personales rumiadas sobre las cubiertas de
las naves durante meses de cielo y mar, se produjo una vez más, como la primera
vez, y como primera vez en estas que hoy, llamamos nuestra tierra, el
acontecimiento salvífico más importante de cada día: Pedro de Valderrama,
sacerdote de Écija, pronunció las seculares palabras que cambiaron el mundo un Jueves
que hoy llamamos Santo: “Este es mi Cuerpo … Esta es mi sangre”. Levantó sus
manos al cielo y aquellos rústicos marinos doblaron sus rodillas sobre el suelo
patagónico, mientras el mar, en cada ola, traía y llevaba los gozos y
esperanzas de aquellos hombres que, acostumbrados a diversidad de orillas, no
sabían que las generaciones venideras les estaríamos agradecidas por traer en
sus barcos la Fe; por haber aceptado, navegar mar adentro.
Como después del primer Jueves Santo,
también a esta primera Misa en lo que hoy es el territorio argentino, le
siguieron la traición, la violencia, la muerte. Pareciera que Cristo, desde el
primer día que quiso hacerse presente sacramentalmente en Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad en las que hoy llamamos nuestras tierras, también quiso dejarnos el
testimonio de que nuestro peregrinar va unido al sacrificio de la Cruz
Redentora, desde el inicio.
Aquella Semana Santa de 1520, es la
primera que tenemos documentada que se vivió en las orillas del hoy Mar
Argentino.
Pedro de Valderrama fue el sacerdote
celebrante.
Juan fue el primer tehuelche del que
hablan los registros de la época, que recibió el Bautismo algunos días después
de aquella primera misa.
Dios, el Padre Misericordioso, al enviar a
su Hijo, el Señor de la Historia, fue quien hizo que aquel encuentro no fuera
casual.
Como tampoco es casual, pienso hoy, que el
templo Mayor de Écija esté consagrado a la Santa Cruz, como el nombre de la
Provincia donde se encuentra el Puerto de San Julián, donde se celebró aquella
misa. Que los habitantes de Écija tengan como Patrona a la Virgen del Valle; a
quien también en este Año Mariano honramos por su presencia de 400 años en
nuestra querida provincia de Catamarca. Que la bandera de Écija posea el Sol en
su corazón como nuestra Bandera Argentina.
Como tampoco es casual que aquella, que
llamamos la Primera Misa en tierras hoy Argentinas, haya sido a orillas del Mar,
para hombres de Mar: Jesús también allí, como ayer, hoy y siempre, está en la
playa, y aunque sus discípulos no lo reconozcan sigue diciendo: “Tiren la
red a la derecha de la barca y encontrarán… Vengan a comer…”; le sigue
diciendo a Pedro, “…apacienta mis ovejas…Sígueme…”. Y no es casual que
Pedro hoy al ver a tantos Juanes, como quizás se preguntó Pedro de Valderrama al
mirar por última vez a aquel Juan, el tehuelche, le pregunta a Jesús:
“Señor, y de éstos ¿qué?...” . Y
Jesús sigue contestando: “Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti
qué? Tú Sígueme.” (Jn. 21)
Quedan muchas otras cosas que hizo, hace y
hará Jesús desde aquella Primera Misa. Pero todo se ha cumplido.
Todo ocurrió en las costas patagónicas, y
los detalles de la historia los puedes encontrar en la página oficial si haces CLIK AQUÍ.
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