1.
Diálogo del Atardecer y la Noche
El Atardecer dialoga con la Noche que se
acerca. Termino de desmalezar. Algo necesario cuando uno siembra. Los grillos
acompañan. Van llegando al nogal los habitantes nocturnos. Sobre el techo, el
gato parece celebrar la noche que se aproxima. Quizás, en un rato, pueda saltar
a esa rama y la torcaza sea su cena.
Corto una hoja de menta sólo para aspirar
su aroma, sentir su textura, hacerla descansar sobre la palma de la mano y
sorprenderme porque es distinta a la de ayer. No he encontrado aún una hoja
igual a otra: la diversidad de lo común. Pero todas me regalan su aroma y su
verdor.
Al enderezarme, una rama del damasco me
acaricia la frente. Levanto la mirada. Un fruto parece decir: estoy listo, llévame.
Lo escucho y lo llevo. La manguera, aún vierte agua para patos y gansos. Higienizo
mis manos, - soy un poco ganso - refresco mi cara y lavo el damasco. Es dulce,
muy dulce. ¿Qué hago con el carozo? No me lo trago. Allá va. Tierra, es tuyo.
Doy unos pasos con destino a la cocina.
Los acordes de una guitarra. Un hijo canta. Otro en red, dialoga sobre
estrategias virtuales, con un amigo que no está ahí. Auriculares, micrófono y
pantalla, son el soporte para tomar las decisiones con las que ganar la próxima
contienda en las que intervienen personajes que no conozco. Otro salió. ¡Qué
importante es salir! En todo comienzo hay un salir. Todo final consiste en
salir.
Mi esposa estudia. Prepara otra materia
para su licenciatura. Nos miramos y sonríe. Parece que supiera que escuché
dialogar al Atardecer con la Noche. Risas y llantos. Comienzos y finales. Hay
días que se resumen en una mirada. Hay vidas que son una mirada. Otras una nota
musical. Todas un soplo. Y hay vidas que ya no se ven. O sí. Con los ojos del
corazón. Los mismos ojos con los que se mira el Cielo en las Noches de Azul.
Porque el Atardecer, que contemplaba horizontes, ya se despidió y ella llegó
con sus Silencios y sus Palabras. Para instalar aquí, por un rato, a las Tres
Marías y a la Cruz del Sur. Y para seguir abrazándonos con su Misterio.
-
Te
lego el Misterio - le había dicho hace un rato el Atardecer.
-
¡Gracias!
– respondió la Noche – Somos grandes amigos con él, aunque hay quienes no
soportan vernos juntos.
-
¡Ustedes
sabrán por qué! – ironizó el Atardecer con una sonrisa.
-
Es
sencillo – dijo la Noche mientras avanzaba a paso lento – Hay quienes no
soportan los abrazos; tanto que pretenden prohibirlos…
Mientras escuchaba el diálogo sentí que la
Noche avanzaba a paso lento y me tendía sus brazos para abrazarnos, a mí, a mis
vecinos. A los habitantes de mi Pueblo. De los pueblos vecinos. De esta
Provincia de los Buenos Aires de corazón Azul. Me dejé abrazar por la Noche y el
Misterio. La misma Noche y el mismo Misterio que permite hoy la saciedad de
algunos y el hambre de muchos. La guerra y la paz. Que enriquece a unos pocos y
empobrece a tantos: en todos los órdenes. El mismo que sostiene el mundo en
este Universo en el que, hoy, el Atardecer dejó de dialogar con la Noche, para
volver al Silencio que dará origen a la Aurora. Mañana.
El Atardecer. La Noche. El pasto. Los
grillos. El nogal. El techo. El gato. La rama. La torcaza. La hoja de menta. El
aroma. La mano. El verdor. El damasco. La mirada. La voz. El hijo. La esposa. Las
risas. Los llantos. El pueblo. La Cruz del Sur…todo; todo, todos tenemos el
mismo origen común. Todo sale del mismo seno. Todos salimos del mismo seno. Salimos.
Todos. Desde todos los tiempos. Desde que el Tiempo es Tiempo. También el
Tiempo salió, de un soplo de Paternidad.
Y todos vamos a salir por la misma Puerta.
Al final. También el Tiempo. Un día ya no habrá más Tiempo. Se va a ir. Va a
salir. El Tiempo, todo y todos: vamos a salir como salimos para llegar hasta
acá. Desnudos.
- ¿Hacia dónde vas hoy? – le preguntó el
Atardecer, antes de despedirse, a la Noche.
- Hacia Oriente. ¡No perdamos el Oriente!
– le contestó. Rieron juntos.
Entre la salida de origen – común a todo y
a todos – y la salida final – común a todo y a todos – peregrino. Aprendo.
Aprendo que más aprendo cuando me desprendo. De todo. Para que la última salida
me encuentre desnudo.
Cada Día que se me da, salgo al aula vital
– porque se aprende cuando se sale al aula – y, como la hoja de menta, se me
ofrecen al alcance de la mano, infinidad de prendas. Lo cotidiano, lo diario,
mercantilizado al extremo por el paradigma tecno económico vigente, te prenda.
Se te prende. Te viste y reviste. Te agrega prenda sobre prenda, en cotidianos
“créditos” prendarios que al final serán ejecutados. Y seguiré saliendo.
Hoy, el diálogo del Atardecer y la Noche
me muestra que a – prender, implica, quizás también, estar sin – prenda.
Despojarse. Como se despojan tantos hoy y enseñan como pueden en tantos
misteriosos lugares de este mundo y este tiempo que nos son comunes.
El Atardecer llegó con sus grillos, sus
siembras, sus malezas, sus frutos…entró en diálogo con la Noche…se terminó
despojando de todo para que brillaran al final las Tres Marías y la Cruz del
Sur…A - prendió…se despojó…se desnudó…Quizás por eso el horizonte enrojeció un
poco: fue bello.
Hoy me despojo de esta reflexión, que
nació al escuchar un diálogo. Sigo aprendiendo. Sigo despojándome de pensar que
sé algo: la peor de mis ignorancias. Vuelvo al Silencio. Lo escucharé y hablaré
con él. Seguiré siendo peregrino de senderos, rastrilladas, huellas y Camino. Aunque
quieran inventar un mundo donde haya unos que decidan las salidas de los otros.
Seguiré saliendo para seguir siendo aprendiz de Esperanzas y de los sonidos del
Silencio.
-
¿Y
para qué sirve el Oriente? – preguntó el Atardecer, casi despidiéndose.
-
Para
rumbear, para no perder el rumbo, nomás; porque si se pierde el rumbo se
olvidan los sueños… Y la Aurora no tendrá nada para contar… ¡Hasta Mañana!
Busca la Verdad. Sé libre. – Se despidió la Noche.
Hasta el próximo despojo.
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