Diálogo de la Tarde y el Ocaso
La Tarde se sienta a las orillas del Día y
mientras refresca sus pies en el Agua del Callvú Leovú, dialoga con el
Atardecer. Cuando salís al aula vital te llevás muchas sorpresas, por eso no
hay que perder la capacidad de asombro.
- Tanto
tiempo juntos y nunca te lo he preguntado ¿Cómo prefieres que te llamen Ocaso o
Atardecer? – preguntó la Tarde
- - Aquí
en las orillas me conocen más como “la tardecita”, pero cuando escuchan
que alguien me dice Ocaso, se preguntan ¿y eso que es? Y yo me alegro mucho,
porque quien pregunta crece. Los poetas suelen llamarme Ocaso. “Tardecita”
me emparenta con vos, “Ocaso” con la Noche. Y a mi gusta ser Puente
entre ustedes.
-
Puente,
Puerta, Pedro…perdón, dijiste Puente y comencé a buscar Palabras con P… - dijo
la Tarde.
-
¡Cuidado
con esos juegos! Que podés parir primicias – Y se rieron.
-
¿Por
qué venís cada Día acá?
-
Para
ver los horizontes antes de legar a la Noche el Misterio y mis preguntas –
A veces pienso que cada vez son menos
quienes salen al aula vital al encuentro de las preguntas que les han legado.
Prefieren quedarse en casa. Uno de los rostros mas felices del que aprende es
cuando logra hacerse una pregunta que lo hace salir de sus prejuicios, de sus
presupuestos y lo hace mirar horizontes nuevos. Aunque estén lejos. Aunque
sienta que requerirá de su parte un esfuerzo que quizás le lleve toda la Vida,
la pregunta le permite peregrinar en la búsqueda de lo que se despliega allí en
el horizonte. La vida que vive se convierte así en un anticipo de una Vida
Mejor.
En el aula vital aprendí que quien no
quiere para vos una Vida Mejor, no deja que preguntes; te encierra en sus
respuestas de forma tal que no mires horizontes nuevos. Ver horizontes comunica
con la Belleza. Sentarse a ver horizontes nuevos con otros es indispensable
para discernir, para distinguir.
-
¿No
te vienen ganas de aplaudir cuando ves los horizontes? –
preguntó la Tarde
-
¡NO!
Basta de aplausos por favor – frunció el ceño el Atardecer – Hoy todo se
aplaude. Los aplausos son como los fuegos artificiales: efímeros, fugaces, sin
raíces; fáciles de encender, parecen que llevan al cielo, pero suben un poquito
y ni bien parece que levantan vuelo hacia las alturas se precipitan,
generalmente sin haber recorrido no mas que unos metros hacia el horizonte. No.
Cuando comienzan los aplausos se termina el Misterio y no tendría nada para
legarle a la Noche…
El Ocaso se puso de rodillas. Me llamó
poderosamente la atención ese gesto. Era la primera vez que lo veía en el Día.
La Tarde se puso de pie y se retiró. La Luz del Día se fue con ella, pero una
Luz distinta, interior, luego de un instante de sombras, permitió distinguir a
orillas del Callvú Leovú, muchos sonidos y colores que hasta hacía unos
instantes pasaban desapercibidos.
Cuando la Noche llegó encontró al Ocaso de
rodillas y se quedó esperando. Finalmente éste se puso de pie, la Noche
preguntó:
-
¿Qué
hacías? –
-
Escuchaba
el Lucero, que cada Día me avisa que estás por llegar. No es bueno que te
reciba así no más. No sé si será la última vez que nos veamos, y quiero estar
bien para recibirte –
La
Noche lo miró enamorada. Cómo no enamorarse de un Ocaso que no dejó de mirar
los horizontes ni por un instante; ni siquiera cuando estaba de rodillas. Cómo
no enamorarse de un Ocaso que le dijo:
-
No
temas, volverán las campanas a sonar mas que las sirenas. Me lo dijo el Lucero.
Ahora te dejo mi abrazo y te lego el Misterio… -
-
¡Gracias!
–
respondió la Noche, y luego preguntó:
- -¿no sabés quién es ese que salió para
contemplar nuestro encuentro? Quiero saber quien es ese que sale cuando quiere.-
No
sé a quien se referían. Sentí que me miraban.
Hasta
el próximo despojo.
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