miércoles, 14 de octubre de 2020

Sócrates y los aplausos

 

 Reflexiones al volver a "El Banquete" o "Simposio" 

Es interesante observar cómo luego del aplauso que sigue al elogio que Agatón hace de Eros, el texto invita a centrar la mirada en la actitud de Sócrates. En principio parece haber estado entre los que aplaudieron “todos los presentes aplaudieron estruendosamente” (198ª), nos dice el texto. Entonces mirando a Eriximaco se dirige a él con una pregunta, tendiente a hacer notar que, tal como lo había previsto se iba a encontrar en una situación difícil al hablar después de Agatón. Y ante la respuesta de éste, Sócrates comienza un análisis del discurso que le ha precedido, análisis, no exento de ironía.

Expresa que no es fácil hablar después de un discurso “tan espléndido y variado”, hoy diríamos, que atiende a la diversidad. Para agregar “bien es cierto que los otros aspectos no han sido igualmente admirables…”, pero rescata “…la belleza de las palabras y las expresiones finales…” y se pregunta: “¿Quién no quedaría impresionado al oírlas?”; para decir más adelante: “Su discurso ciertamente me recordaba a Gorgias…terrible orador”

¿Quién fue Gorgias? Te invito a investigarlo. 




 A partir de tomar esa distancia temporal, a partir de las preguntas y su ironía, Sócrates comienza a calmar los ánimos de una concurrencia exaltada por el orador que le precedió. “Y entonces precisamente comprendí…” -va a agregar palabras más, palabras menos – que yo no sabía nada de cómo hacer un discurso para elogiar a alguien; y agrega algo que muestra la profundidad de su mirada intelectual: “Llevado por mi ingenuidad, creía en efecto que se debía decir la verdad sobre cada aspecto del objeto encomiado y que esto debía constituir la base, pero que luego debíamos seleccionar las cosas más hermosas y presentarlas de la manera más atractiva…” Es decir, Sócrates comienza a llamar la atención, comienza a hacer pensar a sus interlocutores: ¿Qué es más importante? ¿Cuál es la base, el fundamento de lo que se va a decir? ¿la verdad o la forma en que se dice? ¿la verdad o el discurso?

Ciertamente que esto habrá llevado a más de uno de los presentes a reconsiderar su aplauso.

Y entonces, haciendo uso de la llamada ironía socrática va a agregar: “…pero según parece…elogiar cualquier cosa…más bien consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y, si eran falsas, no importa nada…” (198 d -pag. 239).

Sócrates tensa la reunión, Sócrates con un agudo sentido crítico, lleva a sus oyentes no tanto a considerar si lo que se ha dicho está “bien dicho”, no si el discurso merece por su belleza ser aplaudido o no; eso no es lo importante, parece querer decir Sócrates, lo importante es: si es verdadero o no; si lo que se dice es cierto o no.

¿Cuándo aplaudimos a alguien en un discurso lo hacemos porque habla lindo o porque dice la verdad? Cuándo se dice de alguien mirá que bien que habla, mirá como improvisa, mirá como mantiene la atención de la audiencia o de sus seguidores: ¿lo hacemos por la forma del discurso o por el fondo del discurso? ¿Cuándo no le prestamos atención a alguien porque no se sabe expresar, o porque “mirá que bruto o bruta que es, mirá como se expresa”, nos detenemos a pensar si dice la verdad? ¿Qué importancia tiene para quien enseña la forma y el fondo de lo que dice? ¿Qué es más importante enseñar de forma verdadera o hablar bien, espléndida y variadamente? ¿o los dos aspectos son importantes en la enseñanza? ¿Qué otras preguntas te surgen al pensar en esta actitud de Sócrates?

 “Lo que antes se nos propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros diera la impresión de hacer un encomio a Eros, no que éste fuera realmente encomiado…” Acá Sócrates invita,  a considerar otro problema: la subjetividad y objetividad del conocimiento que se comunica, se podrá decir con términos no propios de su época. Puedo impresionar a los otros con lo que digo hasta cautivarlos y hacerles hacer, pensar o decir, lo que quiero; más aún si se trata de la niñez, cuya fragilidad es permeable a todo tipo de influencias; pero… ¿es real lo que comunico? Sócrates no duda en sostener que hay una realidad que le es ajena al sujeto, a quien habla, y que a esa realidad hay que referir lo que se va a decir. En el diálogo, esa realidad es Eros, el Amor. ¿Qué es importante: impresionarlos a ustedes con lo que digo acerca del amor o elogiar verdaderamente, hablar con la verdad acerca de ese objeto que se llama Eros, Amor ?, parece plantear Sócrates con su actitud.

 Y entonces comienza a tomar distancia de quienes le han precedido “Yo no conocía en verdad este modo de hacer un elogio…” (199 a)…Yo no voy a hacer un encomio de esta manera, pues no podría…” Obsérvese el drama, la pasión con que considera Sócrates su propia situación; se pone ante la situación que vive y agrega: “…Pero con todo estoy dispuesto, si queréis, a decir la verdad a mi manera, sin competir con vuestros discursos, para no exponerme a ser objeto de risa…”. Decir la verdad; nadie antes que él en El Banquete se había puesto en esta situación; nadie había planteado el problema; y, aun así, con actitud de maestro, pregunta a la voluntad de sus oyentes, apela al querer de sus interlocutores: “…si queréis…”. Sabe que quien no quiere escuchar la verdad, no lo hará, quien no quiere aceptar la verdad, no lo hará; sabe del drama de la Verdad. Se la puede tener de pie ahí ante los ojos, sonriente, sufriente o sangrante, a veces, pero se puede endurecer el corazón ante ella y preguntar: “¿y qué es la verdad?”.

Y dice que lo va a hacer, sin competir. Para Sócrates, no se trata acá de quien tiene razón; recuerden ustedes que están celebrando que el anfitrión ganó una competencia; no pierdan de vista la ironía socrática una vez más: ¿Qué importancia tiene ganar? La verdad no necesita competir; más tarde o más temprano sale a la luz; no necesita ser sometida ni a los discursos ni al voto de la mayoría, sólo hay que salir a buscarla, porque se deja encontrar.

Y a sabiendas de que sus interlocutores pueden no necesitar recorrer un sendero como el que les propone insiste: “…Mira, pues, Fedro, si hay necesidad todavía de un discurso de esta clase y queréis oír expresamente la verdad sobre Eros…”. Insiste en apelar al movimiento de la voluntad de los oyentes. Recién ahí y ante el acuerdo de los asistentes iniciará su camino. Atrás quedaron los aplausos; ahora logró interesar, captar la atención hacia algo más importante y, aun así, no va a hablar todavía, sino que pide permiso para preguntar: “…déjame preguntar…unas cuantas cosas para que una vez haya obtenido conformidad en algunos puntos pueda yo hablar…”. Busca el acuerdo, busca comenzar a poner algunos puntos de partida en común a partir de los cuales hablar. La disputa, la competencia lingüística ha sido dejada a un lado para dar lugar a la pregunta; la amistad que unía a los asistentes en torno a la celebración abre los corazones y se crea un clima nuevo en El Banquete.

¡Qué diferencia con nuestros contemporáneos, o incluso con nuestras actitudes en las que tantas veces buscamos como punto de partida lo que me distingue del otro; aquello en lo que me puedo oponer al otro! Pensemos en nuestros dirigentes políticos que viven compitiendo con sus discursos; buscando imponer sus puntos de vista; sin importar si quieren o no ser escuchados. Pensemos en nuestras actitudes en casa o en ronda de amigos: ¿buscamos puntos de partida en común o partimos de las diferencias? ¿a dónde nos conducen unos u otros senderos?

Es entonces cuando Sócrates presta su acuerdo a un principio sentado por Agatón: “…que había que exponer primero cuál era la naturaleza de Eros y luego sus obras. Este principio me gusta mucho…”, va a agregar (199 c; pag. 240). Manifiesta lo que siente, parte de algo que le es común con quien le precedió en la palabra. Esto demuestra: que estuvo atento al otro, una capacidad de escucha que le hace aún recordar y concordar con algo que Agatón, incluso, había dicho al principio de su discurso. A la hospitalidad del anfitrión de la fiesta suma Sócrates su hospitalidad a la palabra del otro.

¡Que distinta actitud a lo que tantas veces tenemos nosotros de tomarnos de la última expresión de quien dialoga con nosotros, para mostrarle nuestras diferencias, para competir dialécticamente con él, tratando de dejar sentado que pensamos distinto que él!

Y a partir de allí comienza a realizar preguntas a Agatón, en las que no me voy a detener, aunque cada una de ellas, despierta nuevas reflexiones cada vez que las pensamos. Sino que invito a considerar a ese joven Agatón que llega a decir: “Me parece Sócrates, que no sabía nada de lo que antes dije” (201 b). Maravillosa coincidencia con aquel no saber del maestro que señalábamos al principio, a la vez que muestra las diferencias de que hay varias formas de no saber. Y que recibe como respuesta del maestro: “Y sin embargo hablaste bien Agatón”. ¡Se puede hablar bien sin saber! El maestro Sócrates, una vez más, enseña. Hablar bien no es sinónimo de decir la verdad.

Me atrevo a agregar que tampoco escribir bien es sinónimo de escribir para comunicar verdaderamente. Por ello hasta aquí llego y tengan a bien hacerme saber si no he comunicado con verdad.

Cierro esta reflexión que comparto con ustedes con un deseo: que nos una en nuestros senderos de aprendizaje el amor a la verdad y podamos descubrir juntos nuevas sendas para comunicarnos de forma cada vez más bella.

La Vida, la Cultura y la Educación, se embellecen cuando caminan unidas por los senderos de la Verdad.  

 

 

 

 

 

1 comentario:

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