sábado, 21 de diciembre de 2024

Los inicios de la República

 

Ayer bajé al Pireo...”. El pasado inmediato; el recuerdo de Sócrates de su descenso al Puerto para hacer una plegaria a la diosa tracia Bendis, llamada por otros Artemisa; y los deseos del maestro del diálogo de contemplar cómo hacían la fiesta, que celebraban entonces por primera vez, abren las puertas del “República”. “Me pareció hermosa la procesión de los lugareños, aunque no menor brillo mostró la que llevaron a cabo los tracios”: opina y distingue. “Tras orar y contemplar el espectáculo marchamos hacia la ciudad...” (1)

Descender, desear, orar, contemplar y marchar: un pentagrama de verbos encarnados en un Sócrates a quien Platón, durante toda la obra, nos lo mostrará como colocando notas sobre ese pentagrama, en la búsqueda de “...atravesar el río del Olvido manteniendo inmaculada el alma...capaz de mantenerse firme ante todos los males y todos los bienes...” ateniéndose siempre “...al camino que va hacia arriba...” y practicando “...en todo sentido la justicia acompañada de sabiduría, para que seamos amigos entre nosotros y con los dioses, mientras permanezcamos aquí y cuando nos llevemos los premios de la justicia, tal como los recogen los vencedores...” Y tanto aquí, como en el último viaje, seremos dichosos. (2)

A esa escena inicial, en la que vemos a Sócrates marchar desde el Puerto hacia la ciudad, suma Platón, - quizás con la ironía que aprendió de su maestro-, a Polemarco, hijo de Céfalo, que le ordena a un esclavo que corra tras Sócrates para que le diga que lo espere.

Polemarco, etimológicamente, es algo así como “el capo o señor de la guerra”; de hecho, en la antigua Grecia existía el cargo del Polemarca, una especie de General o Comandante en jefe de las fuerzas militares de una ciudad estado. El Polemarco de la escena es un contemporáneo de Sócrates, hermano de Lisias, el orador; hijos del meteco Céfalo de Siracusa, proveedor de armas – por ello rico mercader – de los ejércitos atenienses. Polemarco, al igual que Sócrates, será condenado a beber la cicuta. Aquel sin juicio previo, éste con un “juicio a medida”.

El esclavo corre, jala el manto de Sócrates por detrás, y le dice algo así como: “Polemarco dice que lo espere”. “Me volví y le pregunté dónde estaba su amo”, se lee en esa primera página del República. Significativa esta primera pregunta de Sócrates en el “República”; y más significativo aún es, a mi juicio, que la primera pregunta vaya dirigida por Sócrates al esclavo enviado por el hijo del extranjero mercader de armas, hermano del orador: ¿Dónde está tu amo?

Quizás toda República comienza a transitar el camino que va hacia arriba practicando en todo sentido la justicia acompañada de sabiduría, cuando los esclavos escuchan por primera vez ésta pregunta: ¿dónde está tu amo?

Ayer bajé al poblao pucha que andaba...” El pasado inmediato; el recuerdo de un deseo, que por acá le solemos decir ganas, pero esta vez de pelearse hasta con el Dios, en el que “entoavía” se cree y al que se le alza la plegaria: “tírame algún trabajo mirá que yo entoavía creo en vos”. Sobre el pentagrama de verbos encarnados las notas de la canción surera forman parte de un disco que José Larralde llamó “Como quien mira una espera”, quizás en la búsqueda de atravesar el río del Olvido. (3)

“El asunto viene duro...” y el poeta surero no divisa en la llanura a quien jalarle el manto para decirle que espere. Y aunque mira una espera, parece no ser capaz de salir del abrazo de su guitarra, y la mirada se hunde en los “augeros” del pobre peón para alcanzar a ver que entre los pajonales se han “enredao” los males.

Acá no hay quien pregunte: ¿dónde está tu amo?; aunque podemos atisbar tras las “brutas escopetas” - que hoy se promueve poner al alcance de cualquier mano-, a los esclavos enviados por los hijos de los extranjeros mercaderes de armas, hermanos de los oradores.

Signos de los tiempos: hay más oradores que orantes.

El Sócrates que Platón nos invita a considerar bajando al Pireo lo hace acompañado de Glaucón, hijo de Aristón, es decir, alguien de las familias patricias de la ciudad que remontan sus raíces a los míticos orígenes de Atenas. Sócrates no fue a orar solo, no marcha sólo. Y se sumarán algunos más a aquella primera escena del República, que llegaron como en procesión, dice el texto antiguo.

Mientras escuchaba la canción surera, seguí pensando que, quizás, no hay República si no hay quienes sean capaces de encarnar los verbos descender, desear, orar, contemplar y marchar. No hay República si no hay quien pregunte ¿dónde está tu amo?; no hay República si no hay quien pregunte.

Hoy, que gobiernan los esclavos, puestos a gobernar por los señores de la guerra, siguiendo los imperativos de los extranjeros mercaderes de armas, rodeados de oradores conocidos como los que transmiten en tiempo real, los corifeos sacrílegos y blasfemos del “streaming”, quizás haya llegado la hora de bajar al Pireo para hacer una plegaria y después marchar.

Como no tengo puerto cerca, pensé que no es mera coincidencia que Pireo comience con la misma letra de Pesebre y que también al Pesebre el Maestro se abajó. No es mera coincidencia que haya que contemplar la Fiesta. No hay Fiesta sin oración y contemplación del Pesebre, por más que inunden de pinos, luces artificiales y gordos vestidos de rojo las calles. No es mera coincidencia que tras orar y contemplar haya que marchar.

¿Dónde está tu amo?

Contemplo el Pesebre veo como si se encarnara la Luz y don José sigue cantando: “…la liebre es una luz con tanta bala, mi perro ni las ve pa donde van; entre los pajonales, se han enredao mis males, por un cuerito flaco que es mi pan…”

A los pastores que están acampando al raso y pasan esta noche custodiando su rebaño los está por envolver la Luz; esperemos no se duerman. Y si están dormidos que en sueños se encuentren jalando la túnica del Maestro que les pregunte:

¿Dónde está tu amo?

 

Notas

(1)   Cfr. República, I 327 a. b.

(2)   Cfr. República, X 621 a. c.

(3)   Escuchar “Ayer bajé al poblao” José Larralde

 

Azul, viernes, 20 de diciembre de 2024 – se termina la Primavera

Hugo Boggi