Bicentenario del Cruce de los Andes
La
Séptima Ruta: el Paso de la Esperanza
Distinguir es un arte de
peregrinos; se gesta en el matrimonio del silencio y la contemplación. La
distinción nace en las altas cumbres y/o en las profundidades de los establos a
donde concurren asombrados los humildes.
Hace un tiempo, a partir del bello
título de “General del Silencio” que
le diera a San Martin el ex Juez e historiador Enrique Díaz Araujo (1), invité
al diálogo contemplando a José Francisco
San Martín y Matorras, como aquel que mira lejos y camina, el hombre de
silencios con horizontes de esperanza. Hoy retomo ese camino, para
rememorar el Bicentenario del Cruce de los Andes.
El Pueblo Cuyano celebra por estos
días lo que, en gran parte, se debe a su entrega y laboriosidad. Son
comunidades que se gestaron en el encuentro de pueblos peregrinos. El estratega
San Martín y su estado mayor, planificaron y ejecutaron el Cruce de los Andes
por seis rutas en un movimiento que sigue siendo estudiado hasta hoy en las
principales Academias Militares del mundo: los Pasos del Planchon, del
Portillo, de Uspallata, de los Patos, de Guana y de Come-Caballos, fueron vasos
comunicantes de la savia libertadora. ¿Qué mueve a un pueblo a responder al
llamado del estratega para una campaña cómo la sanmartiniana? Pregunta que
admite diversidad de respuestas. Quizás, - solo quizás-, San Martín la respondería
así: “El pueblo jamás se empieza a mover
por raciocinio, sino por hechos” (2). A esa pregunta, que encuentra una
respuesta posible en los hechos que se ven, le voy a buscar otras respuestas en lo que no se ve. Me
atreveré a considerar el interior del ser humano San Martín en su condición
vital de peregrino, en su carácter de caballero andante, para preguntarme:
¿existe la posibilidad de una séptima ruta, de un séptimo paso, que aún no he
visto, y que sea también lo que mueve a un pueblo a realizar grandes obras para
ser libre?
El hombre que mira lejos y camina
Quizás, solo quizás, quien mira
lejos y camina, siente sed y bebe en el silencio del agua cristalina de la
naturaleza redimida. Se es peregrino en este mundo, cuando se cree en Otro. Eso
distingue al peregrino del viajero, del turista, del curioso que por causas
afectivas, o estéticas, o científicas, recorre las maravillas de la casa común
y crece en humanidad al contacto con ellas. Invito al lector a considerar a San
Martín como peregrino, para proponerle que se detenga a ver en él lo que no se
ve. Quizás ayude considerarlo como alguien que sabe de dónde viene y a dónde
va; sabe del principio, porque sabe del fin; sabe que va con otros gestando
lugares para los que vendrán después, por un Camino que él no hizo; sabe que no
va sólo, aunque camine en soledad; espera llegar al Hogar, al Puerto –como
gustaba decir él en el uso de sus metáforas marinas - con otros, aunque para ello, quienes van con
él, recorran caminos distintos o surquen
mares diferentes. El peregrino, como el navegante, camina, con la mirada en
horizontes de esperanza y aún cuando descansa, cuando duerme, su corazón está
allí en lo que desea alcanzar.
En nuestra época se usa, se estila
mucho, caminar, hacer viajes, en una especie de “búsqueda interior de si
mismo”, se suele decir; quizás como una reacción que satisfaga el deseo de la
afirmación de la propia identidad, ante una sociedad de consumo que masifica y
despersonaliza. Y estos viajes, una vez finalizados suelen traer un tiempo de
sosiego, descubrimiento de aspectos personales que se desconocían, etc. pero que
más tarde o más temprano, reclaman otros viajes. El peregrino al que me
refiero, es aquel que recorre un Camino – quizás lo hace varias veces -, pero
es un Camino que se convierte en vital, porque
al transitarlo surge en su recorrido lo mejor de su ser, y con ello
cambia, para mejorar, todo o casi todo aquello que va tocando a su paso. El
peregrino es un ser que vive su ser social a pleno, y la manifiesta en obras.
¿Hay una séptima ruta
sanmartiniana, un séptimo paso, ignorado, olvidado por mi, y que San Martín
recorre como peregrino? ¿Qué vé quien mira lejos y camina? Ve horizontes, desde
el principio ve el fin que lo mueve desde el principio. Porque conoce el fin,
puede caminar mirando lejos; se preparó, se formó, se forjó, se educó, trabajó
en la sencillez de lo cotidiano, lo que le permitió – entre otras cosas –
descubrir los obstáculos que se pueden presentar de forma imprevista. En el
trayecto se admiró y se detuvo a contemplar las huellas de los que le
precedieron; preguntó, indagó, registró en su memoria lo verdadero y aprendió a
distinguir lo que se presenta engañoso o falso o efímero. Quien mira lejos pre-ve;
ve antes que los demás.
Caminar con Esperanza
¿Cómo camina un peregrino? El
caminar del peregrino, resulta ininteligible para quien no tiene horizontes de
esperanza; y en el esfuerzo por comprenderlo, desiste, porque termina
confundido, agobiado. No se comprende el obrar del estratega peregrino desde la
cómoda posición de un sillón frente a una pantalla o una cámara. A quien lo
sofocan las grandes alturas o ciegan las profundidades, comienza a buscar las
fallas, los yerros, las debilidades, se detiene en los aconteceres accidentales
de la historia; con la excusa de “humanizar”,
deshumaniza, con la intención de “deconstruir”, destruye. Cuando ve pasar un
peregrino, mira que marca de zapatillas usa.
San Martín mira lejos y camina con
esperanza, porque es capaz de rememorar, de obrar su presente en conmemoración
de quienes le precedieron y porque es capaz de ver a los que le sucedan mas
allá de su propio horizonte vital. Nutre su obra en la savia vital de sus
raíces sabiéndose sarmiento de una Vid de la que otros harán vino.
Sabe que para caminar con
esperanza hay que hacerlo con otros y a esos otros hay que atraerlos al
peregrinaje; y para ello sabe que “el
camino más seguro de llegar a la cabeza es empezar por el corazón” (3). Quizás, solo quizás, para entender al
estratega San Martín en sus seis rutas, se requiere también realizar ese
recorrido. ¿Qué hay en el corazón de San Martín que nos invite a partir para
llegar a su estrategia libertadora? ¿Habrá allí una séptima ruta, el Paso de la
Esperanza?
En este atrevimiento, se nos
presenta un San Martín capaz de contemplar en el silencio los arquetipos que
por su ejemplaridad le atraían, esos que, a la vez que atraen, impulsan hacia
horizontes de esperanza. Se nos figura que en su peregrinar interior era capaz
de realizar ese movimiento ancestral del arquero que tensa su arco para lanzar
la flecha con certeza hacia el fin que persigue. Capaz de tomarse el tiempo, - a
sabiendas que éste es más importante que el espacio -, para forjar la causa de
la América que quiere libre. En esa contemplación silenciosa de su interior, se
nos presenta capaz de encontrar sus propias cordilleras, los Andes de su corazón,
con sus fértiles valles y sus cumbres heladas, con cuevas a las que nunca llegó
el sol (hizo un arte del secreto en sus campañas); con arroyuelos por donde
desciende cristalina el agua en primavera; y lechos que saben de sequías o se
hielan en inviernos que a veces aparecen antes de tiempo y en otras ocasiones
se prolongan mas de lo esperado. El “General
del Silencio” es capaz de recorrer sus propios cordones montañosos de ida y
de vuelta, varias veces; cruzarlos en salud y en enfermedad; camino a la gloria
o de regreso a un destierro. En sus Andes interiores se enfrenta a la quietud
de las luminosas auroras de sus virtudes y a las erupciones volcánicas de sus
pasiones, que a veces cubren de ceniza y humo su peregrinar. Quizás allí, -solo
quizás-, aprendió que su mejor amigo es el que enmienda sus errores y reprueba
sus desaciertos.(4) Es en el silencio donde aprende a escuchar, a estar atento
a la palabra que trasciende – asciende subiendo -, y en esas cordilleras
interiores que atraviesa con la energía de la juventud conducida por cauces de
ascetismo y sobriedad, aprende la distancia que hay entre lo que se es y lo que
se debe ser (5); y así va conquistando ese tiempo en el que ya no se pertenece
a si mismo sino a la causa del Continente Americano (6). “En sí pensaba, y en América; porque es gloria suya, y como el oro puro
de su carácter, que nunca en las cosas de América pensó en un pueblo u otro
como entes diversos, sino que, en el fuego de su pasión, no veía en el
continente mas que una sola nación americana”, escribirá de él José Marti.(7)
Quizás, - solo quizás-, en sus
cordilleras interiores aprendió a conjugar el tiempo llano de los valles
florecidos con la aridez de cumbres heladas por las que asomarse a sus propios
abismos, y así forjarse libre por ser capaz de no abandonarse a los excesos. (8)
Es la mirada interior la que le permite al Peregrino de la Libertad, ver lejos
con esperanza. Peregrina en horizontal y en vertical y así comienza, desde
dentro, a trazar “la Cruz en su esfera
durable” tal cual la significará Leopoldo Marechal en su Didáctica de la
Patria. (9)
Por la ruta de la Cruz o la no enseñada
¿Tendrá el trazado de la Cruz el
séptimo paso, la séptima ruta que se va abriendo desde el principio, en el
corazón sanmartiniano? Primera en la intención y última en la ejecución, ¿no
será esta ruta una de aquellas realidades a las que Exupery llama esenciales
por invisibles a los ojos?
Quizás, -solo quizás-, porque esta
séptima columna no se enseña, no se aprende cuando aprendemos las seis rutas sanmartinianas
para conocer algo del Cruce de los Andes, quizás por eso ya la hazaña no mueve,
no despierta en el que enseña y en el que aprende, dos de las condiciones
necesarias para los mejores aprendizajes: la admiración y el deseo. Y en la repetición
constante de un Cruce de los Andes en seis rutas, se puede producir lo de
aquella vieja sentencia latina: “Assueta
viles cunt”, algo así como, “las
cosas que se reiteran se envilecen”; se cae en la rutina, no se admira, se
apaga el deseo, no se aprende.
¿Cómo se puede trazar en un mapa
la séptima ruta? ¿Cuáles son sus escalas, sus acampes, sus escaramuzas, sus
combates, sus batallas, sus lugares de aprovisionamiento, sus fuentes de agua,
los mojones en los que se sepultan los caídos?
“Aquel hombre que se hacía el desayuno con sus propias manos, se sentaba
al lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con piedad, daba audiencia
en la cocina – entre el puchero y el cigarro negro – dormía al aire, en un
cuero tendido…Campeó entre aquellos trabajadores el que trabajaba mas que
ellos;…el que en los conflictos de justicia sentenciaba conforme al criterio
natural; el que solo tenía burla y castigo para los perezosos y los hipócritas;
el que callaba, como una nube negra, y hablaba como el rayo…”, en la
descripción de José Martí (10); ese hombre, es capaz de mirar lejos porque está
atento a lo que tiene cerca. Porque posee hábitos virtuosos, que descubrió,
fortaleció, desarrolló, en su ruta interior, puede mostrarle a los demás, y
exigirle esfuerzos y renuncias, en pos de un bien mayor que él conoce y pone de
manifiesto que lo busca, con sus obras cotidianas.
José Francisco San Martín y
Matorras: su ejemplo arrastra a las altas cumbres y/o sumerge en las
profundidades de los establos a donde concurren asombrados los humildes; su
ejemplo invita a recorrer el único paso que podemos seguir recorriendo con él,
el séptimo, la ruta que estuvo primera en su intención y última en su
ejecución, la ruta que se renueva en cada corazón argentino que quiere seguir
cruzando cordilleras para encontrarse con la Verdad que lo hace libre: por el
Paso de la Esperanza, por la Ruta de la Cruz, la no enseñada.
(1) Cfr.
Díaz Araujo Enrique, San Martín: cuestiones disputadas, UCALP, 2015, T.II, pag.
364.
(2) y (3) Documentos del Archivo
del General San Martín, Bs.As., 1910, Santiago 1° de enero de 1819, T. VII, pag. 163.
(4) Mitre Bartolomé, Obras
completas, Bs.As., 1940, Mendoza 12 de abril de 1816, T V, pag. 254.
(5) Carranza Adolfo P.,
Correspondencia del Gral. San Martín, Carta fechada en Montevideo 27 de abril
de 1829, pag. 173.
(6) Documentos del Archivo del
General San Martín, Bs.As., 1910, Lima 19 de enero de 1822, T. XI, pag. 577.
(7) y (10) Marti José, San
Martín, Bolivar, Washington y otros escritos, Ed. Sopena Argentina, 1945, pag.
26 y 27
(8) Cfr. El Legado de San Martín,
Inst. Nac. Sanmartiniano, 1978, La estatua del Gral. San Martín y su
inauguración, A los habitantes del Perú, Valparaíso, 22 de julio de 1820, pag. 191.
(9) Marechal Leopoldo, Heptameron,
Sudamericana, 1974, pag. 70
Hace varios años inicié una recopilación tomada de varios historiadores sobre la vida de "El más Grande entre los Grandes" (como lo define la cueca "Los Sesenta Granaderos"), sumándole esta fantástica herramienta que es INTERNET, que me proveyó de un sin de hechos, anécdotas, fechas y lugares, como así también óleos y fotografías, que fui insertando en mi trabajo. Lo que empezó con la intención de abrir con una charla relacionada con San Martín las actividades de una biblioteca popular para el 25 de febrero (natalicio de nuestro prócer) prosiguió y aún prosigue con un deseo permanente lo de seguir investigando y sumando notas, personajes, etc. y a medida que incorporo datos AUMENTA MI ADMIRACION POR DON JOSE DE SAN MARTIN. Lei este artículo, que tiene un enfoque muy distinto a lo visto y le agrega otro matiz a la vida del "Gran Capitán". La persona que lo plasmó creo que le otorga a nuestro "che rubichá" (mi jefe en guaraní) una característica más INTEGRAL y no sólo como un gran estratega militar (que sin duda lo fue) sino a un VERDADERO PENSADOR Y EJECUTOR DE UN PLAN MAESTRO. Felicito a la persona que insertó este escrito en EDUCAZUL
ResponderEliminarGracias Jorge Lorenzo; que podamos seguir aprendiendo.
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