sábado, 16 de mayo de 2009

La persona en las vías modernas


Te llegaste nuevamente hasta este sitio y te lo agradezco. Espero que vengas enriquecido por la experiencia de vivir encuentros interpersonales fecundos. Ten en cuenta que, cada vez que eso sucede, aprendemos. En cierta medida aprender es siempre dar frutos. Tiempo atrás (http://educazul.blogspot.com/2009/04/aprender-de-las-personas.html) te propuse salir al encuentro de las personas.
No quisiéramos que lo hagas al “estilo modernista”. En líneas generales, cuando la filosofía emprende el viaje de desprendimiento de la teología, - fecunda unidad que había dado como resultado esa institución educativa que dio en llamarse Universidad -, estaba siendo conducida hacia “las vías modernas”. No hay – como afirman muchos, una “vía moderna” – pues lo moderno lleva implícito en sí un proceso de división que ha desembocado en nuestra época en una total fragmentación de los saberes. La modernidad se caracterizará – entre otras cualidades – por iniciar multiplicidad de vías, la mayoría de las cuales se convirtieron en “vías muertas”, inconducentes. Propiciaron la “cultura de la muerte”. Entre nosotros permanece con cierta vigencia aún la expresión: “otra vez en la vía”, para poner de manifiesto la indigencia, la soledad, la desorientación, de quien, habiendo iniciado algo, se encuentra allí –“en la vía” – sin saber qué hacer. La música popular de algunas décadas atrás lo recogió al cantar “otra vez en la vía, tirado en la silla de un viejo café…”.
El juicio precedente no ha de tomarse como determinante de un período tan complejo, como la modernidad, pero sin atender a esa característica no es posible una comprensión satisfactoria de ese tiempo histórico.
Entre esa multiplicidad de vías se comenzaron a extender los durmientes que posibilitaron poner los rieles por donde deslizarse desde el término persona, hacia el de individuo, o hacia el de sujeto, unas veces , o hacia el de clase o masa, en otras oportunidades; por dar sólo algunos ejemplos. En todos esos casos la persona quedó atrás o al costado o muchas veces ha sido atropellada por el tren del progreso, que también terminó en un ismo.
Todavía en un clima de reflexión metafísica, hacia finales del s. XIII y principios del s. XIV, la distinción entre persona e individuo comenzó a ser un tema que ocupa, por ejemplo, a Duns Scot y Jean Chevrier. Línea de pensamiento que también ocupará a Tomás de Vío. Aunque se mantienen todavía en íntima conexión con el término persona, ya hay en ellos, cierta predisposición a considerar mas los aspectos dinámicos de la realidad personal, lo que será uno de los rasgos típicos de la mirada moderna.
Esta mirada promoverá una exteriorización de la persona, se convertirá en motor de indagaciones que privilegiarán una aproximación experiencial relativa a cada individuo particular, alejándose cada vez de lo que es propio, y como tal patrimonio común, de la naturaleza humana como tal. Ésta es una de las vías por la que se llegará al olvido de la noción de bien común, que pretenderá ser ensombrecida paulatinamente, por las ideas de igualdad y consenso.
A mi juicio, ese recorrido ha sido jalonado por autores como Descartes, Locke, Kant, Hegel, Marx, entre otros. De allí que, en la medida que la reflexión filosófica sobre la obra de estos y otros pensadores no encuentre un espacio que posibilite entender la influencia que han ejercido en la mirada sobre la persona que privilegia los aspectos relacionales y dinámicos, es muy difícil una comprensión acabada de la ruptura total de las relaciones interpersonales que ha significado el siglo XX. Más aún teniendo en cuenta que sus obras han ejercido y ejercen profunda influencia en quienes han estructurado sistemáticamente los sistemas educativos americanos.
Mientras el siglo XXI se acerca a su primera década, todavía está padeciendo las consecuencias de la paulatina despersonalización que se inicia por diversas vías modernas. En algunos casos, esa despersonalización se manifestó y se manifiesta de forma grosera, en otros ha alcanzado altos grados de sutileza.
Quienes en el siglo XX advirtieron esas consecuencias, comenzaron a promover prácticas educativas cada vez mas personalistas. Algunos en las calles, piensen ustedes en Teresa de Calcuta, por ejemplo; otros desde la cátedra, pienso yo en Karol Wojtila. Pero seguramente cada uno de nosotros habrá visto como se ha activado una especie de “instinto educativo” – si se me permite la impropia expresión – en muchos docentes de enseñanza inicial, primaria, media, que cada vez más van promoviendo prácticas educativas que atiendan a la persona de los niños y jóvenes, y la de los integrantes de sus familias. A veces desde pequeños gestos de acompañamiento y escucha, otras desde proyectos institucionales que promueven encuentros educativos donde la persona es respetada y promovida integralmente

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