29 de diciembre de 2020. Se acerca la hora.
Por segundo día
consecutivo en Tiempo de Navidad las puertas de la más que centenaria Escuela
se abrirán para llevar adelante un acto educativo. No es que no se hayan
abierto durante el resto del año, sólo que se abrieron para llevar adelante
actos administrativos, o reparaciones edilicias, quizás, o para repartir
insumos varios. Los sucesivos gobiernos van perfeccionando las técnicas
repartidoras y usan las escuelas para sus programas asistenciales. “El que
reparte, reparte, se queda con la mejor parte”, decía mi tía mientras cortaba
la torta.
Tomo de la mesa de trabajo un cuaderno, una lapicera, y una
declaración jurada. Juro que juré por segundo día consecutivo. La tarde es
bella. La lluvia de ayer dio lugar a un cielo luminoso que abrigó desde la
salida del sol y hasta el ocaso.
Mientras voy camino a la Escuela pienso en las muchedumbres
y en las masas que ruidosamente marchan hacia la Plaza del Congreso Nacional. También
en mi ciudad, las murgas se citan en las adyacencias de la sede del gobierno.
Se gestan y renacen las preguntas: ¿Cómo eran los tiempos en
que había Pueblo? ¿Cómo eran la conciencia y el corazón de los Pueblos? ¿Cómo
trabajaba ese pueblo que amaba el trabajo, que se deleitaba en el trabajo bien
hecho y bien concluido? ¿Cómo era la cultura del trabajo antes de que los gobiernos
se propusieran “educar para el trabajo” y dejaran a los pueblos sin
trabajo? ¿Cómo era enseñar en los tiempos en los que se enseñaba? ¿Cómo era
estudiar cuando se estudiaba?
Ayer se mintió con: “El Pueblo quiere saber de qué se
trata”; hoy se miente con: “El Pueblo quiere que sea ley”. Hay
mentiras que perduran, sólo se disfrazan.
En muchas familias hoy se reza mas que ayer. Un cierto
número de familias, quizás un número pequeño, dinastías populares, unidas por
el lazo indisoluble de la oración, entretejiendo con hilos invisibles del
patrimonio cultural recibido en herencia, tejen el Poncho de la Fe. Están
abrigando a lo que queda de Pueblo en la República perdida. Son un puñado de
familias que los historiadores ni siquiera nombrarán las que, en superior gesto
de mística heroica, manifiestan en plenitud la Piedad del Pueblo Argentino. Son
las leales a los fundamentos vitales. En esas familias se cuidan y protegen a
los mayores, a los abuelos, y en ellas se gestan y nacerán las generaciones
llamadas por la Vida a vivir un Cielo y una Tierra nuevas.
En el Congreso de la Nación, sede extendida a los domicilios
de algunos congresales que, “a la distancia”, representarán los intereses de
sus mandantes, se abre la última sesión del año. Las mayorías circunstanciales van
anudando dos cuerdas, van tejiendo dos lazos, más propiamente dos cinchas. Con
dos leyes van a cinchar los extremos generacionales: el cinchazo lo recibirán
los jubilados y los que se gestan. Será el Congreso que pasará a la historia
como el que llevó a la Argentina al siglo XXI, el congreso de los que se dan de
listos, el de la gente inteligente, la de aquellos que “la tienen clara”,
los de avanzada, la gente que manda, la que no tiene nada que aprender, la que
no hace preguntas, obedece a sus mandantes. Los que no son cándidos, ni
imbéciles como nosotros los retrógrados, los que no entendemos nada, los
oscurantistas, los que nos la pasamos haciendo preguntas y pretendemos enseñar.
Aunque a veces se hacen preguntas: “… ¿Qué importa? Dicen
los políticos profesionales. ¿Qué consecuencias puede tener esto?... ¿Qué puede
sucedernos? Todo marcha bien…sabemos gobernar…si hemos olvidado la República hemos
aprendido a gobernar. Vean las elecciones. Son buenas. Siempre son buenas, y
serán aún mejores, porque nosotros que las hacemos, comenzamos a
perfeccionarnos…El gobierno hace las elecciones, las elecciones hacen el
gobierno. Es un préstamo devuelto. El gobierno hace los electores, los
electores hacen el gobierno. El gobierno hace los diputados, los diputados
hacen el gobierno. Y todo con gentileza. La gente mira. El país paga. El
Gobierno hace las Cámaras y las Cámaras hacen el gobierno. No es, como pueden
creer, un círculo vicioso, no lo es en absoluto. Es simplemente un círculo
perfecto, cerrado. Todos los círculos lo son, por otra parte, sino no serían
círculos. No es esto, sin duda, los que nuestros fundadores previeron; pero
ellos no salieron muy bien parados del asunto, y, por lo demás, no siempre es
posible fundar. Es fatigante. La prueba de que esto está firme y se mantiene es
que marcha desde hace más de cuarenta años. Y hay para cuarenta siglos, pues
los primeros cuarenta años son los mas duros, los que cuestan. Luego uno se
habitúa...” (1)
Quizás el problema entre nosotros es que en la escuela ya no
se enseña lo que son los hábitos. Que hay hábitos buenos, que son las virtudes,
y hábitos malos que son los vicios. Así los políticos profesionales no distinguen
a qué se han habituado. Tampoco parecen distinguir bien entre un poncho y una
cincha. Por eso revolean los ponchos como si revolearan el lazo, y pretenden
abrigar y proteger cinchando.
“... Se equivocan. Estos políticos se equivocan. Desde lo
alto de esta República no los contemplan cuarenta siglos de futuro…Nosotros
creemos por el contrario…en fuerzas y realidades infinitamente más profundas:
que son los pueblos los que hacen la fuerza y debilidad de los
regímenes…creemos que son los pueblos los que hacen los regímenes, la paz y la
guerra, la fuerza y la flaqueza, la enfermedad y la salud de los regímenes…” (1)
Por eso me pregunto: ¿Cómo eran los tiempos en los que había
Pueblo?
Y mientras nace la pregunta voy llegando a la Escuela. Hoy, como ayer,
llegué a la puerta de rejas de la decimonónica escuela. El enrejado abierto,
los ventanales abiertos, el portal abierto daban cuenta de una escuela abierta,
en acto; algo más pleno que una escuela activa. Pero vamos a ver que no todos
hoy se dan cuenta de ello. Vivimos tiempos en los que, a muchas personas les
cuesta darse cuenta de lo evidente: si puertas de acceso y ventanas de una
escuela están abiertas, la escuela está abierta. Y, lo mas sorprendente aún, ¡con
personas enseñando y aprendiendo adentro!
Hoy como ayer, toqué con la punta de los dedos de mi mano
derecha el último escalón de la escalera de ingreso. Me hice la señal de la
Cruz: en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Mientras me
colocaba el barbijo, entré. Nos saludamos con afecto cordial y el
distanciamiento protocolar. El personal de la institución que, con diligencia y
esmero preparó todas las instalaciones para llevar adelante el acto educativo,
y algunas estudiantes que iban entrando, manifestaban con su presencia la
vitalidad de una escuela abierta. Busqué en el cuaderno la declaración jurada.
Juré por segundo día consecutivo estar sano, y se completó el rubro
correspondiente en el formulario: treinta y seis cuatro, si mal no recuerdo. “Una
décima menos que ayer – pensé - Deberíamos tener una de estas pistolas para la
inflación, o para los índices de pobreza, por ahí comienzan a bajar”. El
pensamiento pujaba por manifestarse en palabras, pero sólo se guardó en la
memoria para volver hoy, mientras escribo. Los pensamientos, como la vida, se
gestan y nacen, sorprendiéndonos. Treinta y seis cuatro: la pistola otra vez
daba cuenta de mi salubridad. Lo que menos me esperaba hasta ese momento es que
iba a ver otras pistolas y armas largas en aquella histórica jornada escolar.
En aulas acondicionadas según los protocolos de salud
vigentes, con los ventanales abiertos que daban cuenta de una escuela abierta,
llevamos adelante con la profesora, por mas de dos horas, los exámenes finales
de integración de los contenidos desarrollados durante el año, en modalidad a
distancia. Salvo un día del taller inicial, todo el año el contacto con los
estudiantes de primer año había sido en entornos virtuales.
Quienes se presentaron manifestaron la alegría que sentían
de haber podido volver a las aulas, pudieron poner en palabras algunos de sus
temores, dudas, miedos, y expresar sus deseos de que el año 2021 les permitiera
mayor presencialidad en la institución. Pero sobre todo pusieron de manifiesto
el esfuerzo realizado para preparar la materia, dieron cuenta de lo aprendido,
y pudieron formularse preguntas. Me alegró. Comenzaron a preguntarse y dar
pasos en los senderos que los llevarán a obtener la titulación como profesores.
Al finalizar salimos al patio. Eran los últimos minutos de
luz de los días de verano en Azul. Comunicamos las calificaciones y nos
despedimos con la alegría de haber podido hacer preguntas y comenzar a
responder: ¿Cómo es estudiar, como es enseñar, en esta época, en este tiempo?
Nos comprometimos a seguir haciéndonos preguntas para conocernos más a nosotros
mismos y a seguir preguntando para buscar la Verdad que nos hace libres.
Las estudiantes se fueron. Antes, solicitaron sacarse una
foto con nosotros. Aunque pensándolo bien no sé si fue este día o el anterior.
Nos quedamos compartiendo las primeras impresiones de la jornada con la
profesora y el directivo presente.
De pronto, nuestro diálogo se interrumpió. Nuestras miradas
se dirigieron hacia los ruidos de personas que parecían venir corriendo por las
galerías de la institución. Y por la esquina norte una patrulla policial se acerca
por la galería con sus armas reglamentarias – cortas y largas – en la mano.
Comienzan a detener su carrera al vernos. Con la sorpresa e incertidumbre
propia del momento, el directivo pregunta qué sucede, y el personal policial a
cargo comienza a dar sus explicaciones: habían recibido una llamada de que
había gente en la escuela, y decidieron entrar por las ventanas laterales para
sorprenderlos y aprehenderlos. Nos miramos con la profesora.
Lo demás, entiendo que habrá quedado plasmado en las
actuaciones o informes labrados al efecto por el personal policial. Eso si, todo se llevó a cabo cumpliendo con los protocolos de
distanciamiento y con los barbijos correspondientes.
Era mi último día del ciclo lectivo 2020. Miré a los jóvenes
de la fuerza de seguridad. Seguían dando explicaciones al director acerca
del procedi-miento. Opté por realizar una caminata hasta el aula donde habíamos
estado con las estudiantes; miré los ventanales abiertos y pensé qué hubiera
sucedido si el personal policial ingresaba en el momento en que estábamos allí.
Una cierta nostalgia de los años jóvenes se hizo presente al notar la agilidad
del personal policial para ingresar a la escuela por la ventana, mientras
estaban todas las puertas de ingreso abiertas. Sentí que se gestaban preguntas.
Me fui embarazando con ellas.
El Congreso Nacional a esas mismas horas se encontraba todo
vallado y rodeado de fuerzas policiales con escudos y sin armas. Estaban
trenzando las cinchas.
Este caballo viejo buscó sabana no sin antes dejarle algunas
preguntas al directivo, nacidas bajo la influencia de haber sido formado en el
siglo XX, en el que las filosofías de la sospecha erosionaron la modernidad con
sus interrogantes. Me desembaracé un poco.
Me despedí con las formas protocolares propias de épocas de
distanciamiento social preventivo y obligatorio. Pensé en los dos grupos de
jóvenes con los que había compartido el último acto educativo del 2020. Y sentí
que se seguían gestando preguntas que nacerán en este 2021. Porque seguirán
naciendo: será ley.
Así terminó el día segundo.
Y en los primeros días de enero perdido en un rincón de la
biblioteca, mientras registraba esta experiencia, asomó el libro de Charles
Péguy, aquel socialista converso que gestó y parió preguntas para los franceses.
Y aparecieron líneas subrayadas en mis años jóvenes:
“… a los jóvenes sólo
nos es dado decirles: tengan cuidado. Nos tratan de viejos tontos, bien, pero
tengan cuidado. Cuando hablan a la ligera, cuando tratan ligeramente a la
República, tan ligeramente a la República, no cometen tan solo una injusticia,
… sino que arriesgan nada menos que ser considerados tontos. Olvidan,
desconocen que ha habido una mística republicana…Han muertos hombres por la
libertad como han muerto por la fe…”
Las citas son todas de Charles Péguy, Nuestra juventud, EMECE, Bs As, 1945, pag.
22 ss.