sábado, 16 de agosto de 2008

Las medias de los flamencos

Cuando el reloj marca las 15.30 los veintisiete estudiantes del séptimo año de la educación primaria regresan al aula. La preceptora los recibe con una sonrisa, pensando en todas las planillas con las notas que tiene que pasar para cerrar el trimestre. Tiene tres cursos a cargo y todos con mas de treinta adolescentes. Hoy, en éste curso, han faltado algunos. Como dos de ellos están cerca del máximo de faltas permitido habrá que citar nuevamente a los padres. "Aunque con seguridad no van a venir...ya lo he intentado cinco veces...pero claro, con la situación que están atravesando...", piensa.

Trata de que se ordenen un poco, en el escaso lugar del aula improvisada hace ya mas de diez años con un tabique de madera para hacer dos salones donde antes había uno. Algun tipo de orden logra y se va antes de que llegue la docente.

Son las 15.35 y llega la profesora, va hasta el frente del salón y se para con su maletín a un costado del cuerpo y grita "¡Parados con las manos fuera de los bolsillos!". El grito provoca la ausencia de conversaciones y paulatinamente disminuyen los ruidos. Los que están más atrás en esas hileras paralelas que se agachan para ocultar alguna risa entre sus manos. La ausencia de conversaciones y ruidos de ninguna manera constituye silencio. El silencio es un ambiente muy precioso, muy hondo, muy interior, que se puede lograr con mucho esfuerzo, que requiere hábito. A veces se logra aún cuando el exterior se nos pretende imponer con su estruendo y estímulos.

"¡Buenas tardes chicos!", saluda la profesora mientras deja sobre el escritorio el maletín lleno con los libros que necesita para los seis cursos a los que da clase durante el día; con las evaluaciones que debe corregir ("¡Ya se me juntaron mas de cien!", piensa y agrega para sí "¡Y ya tendría que haber entregado las planillas para cerrar el trimestre!"); y con la monografía que debe entregar a la noche porque cierra el cuatrimestre del curso de perfeccionamiento que está haciendo. Es consciente que las conclusiones debió redactarlas de apuro, pero confía en que quienes tengan que evaluarla serán misericordiosos con ella.

"¡Buenas tardes profesora!" se escucha a los que están mas adelante, un poco menos a los del medio y los que están mas atrás comentan en voz baja "Hoy parece que vino buena..."

Mientras llena el libro de temas, piensa cómo le habrá ido a su hijo de ocho años en la prueba de matemáticas y a su hija de once en la de lengua. Se le cruza por un instante el rostro triste de su esposo que hace tres meses está sin trabajo.

Controla que sean coincidentes la cantidad de chicos que figura en el parte diario y los que efectivamente se encuentran en el aula. Estan todos los que deben estar.

Son las 15.40 y pide a los estudiantes que saquen el libro que vienen leyendo hace tres semanas y que "repasen porque voy a tomar lectura". Busca un lugar para colgar su campera, pero recuerda que en los salones no hay un perchero o algo similar. La cuelga, como siempre, en el respaldar de su silla, aunque sabe que los bordes rozarán el piso y se terminará ensuciando mucho al final del día. Mira por la ventana y ve pasar un hermoso cero kilómetro que maneja... "¡Mirá quien maneja!" se sorprende: el diputado que años atrás se había sentado en aquellas aulas y había sido su alumno... Lo recordó con cariño...

Se sienta para buscar en su libro la lectura que hay que leer y con enojo le grita a los estudiantes por el desorden que hay en el aula.

Son las 15.43 y se pone de pie para escribir en el pizarrón con la tiza que trae en una bolsita dentro de su maletín: "Las medias de los flamencos". Y escucha una voz desde el fondo que levantando la mano advierte: "¡Yo me olvidé el libro, profe!..¿me puedo sentar con él?".

La profesora consiente y pregunta si hay algún otro que no tiene el texto. Ocho más levantan sus manos. Su ubican con otro compañero.

Antes de comenzar la lectura les recuerda que es el último día antes de que ella entregue los promedios del trimestre y por eso le pedirá a aquellos que "necesitan nota", que lean.

Son las 15.45 y la docente dispone que todos lean cinco minutos en silencio para prepararse a leer en voz alta. Hay algunos comentarios por parte de quienes dicen ya haber leído en sus casas y algunas quejas de los que quieren "levantar nota" que los dejen leer.

Son las 15.55; los cinco minutos se hicieron casi diez y la profesora le pide a Juancito que le muestre firmada la nota que le envió a los padres para advertirle que Juan debía cambiar algunas conductas y profundizar algunos aprendizajes para llegar bien al cierre del trimestre. La nota no está firmada. Dicta una nueva nota y pide que venga firmada para la semana próxima. Recuerda que le han avisado que los padres de Juancito están pasando por un conflicto familiar muy grande, apenas dos meses después de que falleciera la abuela que tanto ayudaba a Juan con su estudio.

Cuando termina con él observa a todo el grupo y se da cuenta que sólo algunos están leyendo. Algunos conversan en voz baja, los mira y no dice nada. Son los que ya han aprobado el trimestre.

Son las 16.00 y la profesora se sienta y comienza a leer el cuento advirtiendo que dónde ella deja designará a un alumno para que continúe. Todos comienzan a seguir la lectura en sus textos, aunque la atención en algunos, dura apenas, unos pocos minutos. Juegan a levantar la vista cuando la profesora la baja para leer y a bajar la vista cuando la profesora la levanta para mirarlos.

Son las 16.10 y la profesora pregunta si les gustó la lectura, comentando que a ella le parecen muy hermosos los cuentos de Quiroga. En el fondo Esteban le pregunta a Pedro, si ese Quiroga es el caudillo del que hablaron en historia. Simultaneamente comienza un murmullo y alguna alumna levanta la mano y manifiesta que no le gusta lo que están leyendo; y otra compañera le contesta que a ella sí, aunque no todos los cuentos del libro.

Son las 16.14 y la profesora le indica a Sofía que comience a leer. A las cinco palabras la interrumpe y le grita: "¡No así no, con fuerza! así no te podemos escuchar...dale, ponele ganas".

Sofía dice que no quiere leer, que si quiere que le ponga un uno. Entonces Clara levanta la mano y dice que ella quiere leer. La profesora acepta la propuesta y le sugiere que lea con Ramiro, una parte del texto donde aparace un diálogo.

Son las 16.18 y en el medio del diálogo a Josefina se le cae una regla que hace mucho estruendo y los lectores se desconcentran. Carlos pide permiso para correr la cortina porque le molesta el sol. En el fondo Agustín está pasando los problemas de matemáticas que debe entregar en la próxima hora y que no pudo hacer porque hace una semana que está ayudando a su padre en una "changa" de pintura que tomó. Su padre también está sin trabajo.

Son las 16.25 y ya estamos en la segunda estudiante que lee, pero es interrumpida por la profesora: "¡El punto y aparte nena, el punto y aparte!, volvé a leer ese párrafo...". La nueva lectura se realiza mejor.

Son las 16.29 y Carina es señalada con el dedo: "Seguí vos". "¿Por dónde tengo que seguir"?", pregunta. Estaba mirando el libro y pensando que sus tres hermanitos mas chiquitos la tienen cansada, y que ella le va a decir a su mamá que no los va a cuidar mas; pero enseguida piensa que no puede ser así, que sus hermanitos son hermosos y que después de todo, su mamá sale a limpiar casas para que todos puedan terminar la escuela. Comienza a leer; lo hace muy bien, y la profesora, la felicita: "¡Muy bien así!, vos sossss.... esperá ya me va a salir tu nombre...". Carina, dice ella.

"Ahora seguí vos", dice la Profesora señalando a Julio, pero toca el timbre. "Safé", piensa Julio.

En la otra hora seguimos!, salgan...".

Termina ¿la clase?

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