Hay una cuenta que es necesario realizar al comenzar el ciclo lectivo. ¿Con cuántos estudiantes voy a compartir los encuentros educativos? ¿Cuántas horas nos podemos dedicar mutuamente?Paso a explicarme: ayer fue mi primera clase con un curso de veinticinco estudiantes, con los cuales me encontraré todos los viernes durante dos horas. Eso hace, -incluyendo las dos horas de ayer-, un total de 72 horas anuales para nuestros encuentros: tres días completos. Del total de horas anuales, por lo menos 12 deben ser dedicadas a tareas exclusivamente evaluadoras; 5 horas han de considerarse de la suma de minutos que se acumulan anualmente en acomodarse, saludarse, realizar los aspectos administrativos (llenar libros, dar avisos, etc.). Nos quedan 65 horas en las que se desarrollan las demás actividades que conforman el universo de las clases. Si las personalizamos son un poco mas de dos horas que puedo dedicarle en el año a cada estudiante de este curso. ¿Cuántos minutos de esas dos horas usaré para dialogar con él?
Ahora, querido lector, te pido que hagas el esfuerzo - si lo deseas - de pensar esa realidad en la persona de un profesor que trabaja a doble turno (mañana y tarde), y que tiene seis cursos de - por lo menos - veinticinco estudiantes cada curso. O que pienses en una profesora de primer año del nivel primario, que trabaja a dos turnos y tiene dos cursos de mas de 30 niños de 5 y 6 años.
Las formas de responder a ésta realidad son casi tan variadas como docentes hay. Pero hoy quiero reflexionar acerca de una práctica que distorsiona nuestros encuentros educativos y a las que suele recurrirse , mas o menos conscientemente, con cierta asiduidad. Practica que, por otra parte, va minando paulatinamente la convivencia social. Nos referimos a la demagogia en clase.
Cualquiera que ejerce alguna forma de autoridad es tentado para convertirse en un demagogo, con el fin de captar las voluntades ajenas. Incluso, si lo pensamos, existe hasta una auto-demagogia por la cual mediante la acción de "darnos los gustos" vamos erosionando nuestra propia voluntad y así desaparece el autogobierno, autodominio, o como quieras llamarlo. Pero volvamos a los encuentros educativos.
La demagogia nace allí donde se instaura la masificación. Cuando nuestros estudiantes dejan de ser Juan, Diego, María, Lourdes, y pasan a ser "los de 1ª segunda división"; o "tuve clase con tercero de matemáticas". La masificación se manifiesta cuando ya no los evoco por su rostro, sino por su cantidad: "Ah, si...ese curso en el que los varones son mas que las chicas..." o " ahh, si, los que se sientan contra la pared...". Ahora bien, el niño y el adolescente, no se "masifican a si mismos", hay toda una fuerza cultural, una acción de sus mayores - nosotros - que provocamos las condiciones necesarias para la masificación. Desde los hogares los acostumbramos a vivir con la radio o la televisión encendida todo el día, negándoles la posibilidad de silencio y recogimiento. Poniendo barreras a su propia subjetividad los hacemos vivir en forma ex-temporánea; fuera de su tiempo, pues los tiempos los imponemos los mayores. Así los adolescentes hoy podrían hacer suyas las palabras que Heidegger pone en boca del hombre-masa, en "El ser y el tiempo": "Disfrutamos y gozamos como "se" goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura como "se" ve y juzga; incluso nos apartamos del montón como "se" apartan de él; encontramos indignante lo que "se" considera indignante..." (1)
La habilidad de la demagogia comenzó a difundirse en las horas inmediatas a la creación cuando uno habló para captar la voluntad de los primeros y les dijo "coman, que serán como Dios...". En el medio, y hasta nuestros días una larga historia sembradas de hitos demagógicos podría relatarse. Los modos cambian con el tiempo, la estructura es semejante en toda época: sígueme, que no te voy a defraudar. Bastaría recordar el reparto de "óbolos" de Pericles, claro que sólo para los ciudadanos (metecos, esclavos y adversarios, quedaban excluídos, por supuesto). Entre esos hitos no pueden dejarse de lado los mitos modernos, como el de "Leviathan"... ¿Hay mucha distancia entre lo anterior y lo que suele escucharse en nuestras escuelas: "...portate bien, y te pongo un diez" o "...al que ayuda con el acto se lo tengo en cuenta para la nota de concepto..."?.
La despersonalización y la anonimia, preparan el camino al demagogo; mientras en nuestras escuelas se masifique, no es extraño que los que gobiernen puedan recurrir a prácticas demagógicas sin medir las consecuencias. Ni siquiera es dable masificar "para el bien", si se me permite la expresión; como cuando se dice: "Ah no, mirá ya los tengo dominados, porque saben que el que estudia conmigo anda bien". ¿Acaso podemos arrogarnos el derecho de dominio sobre las personas?.
Por lo demás existen algunas prácticas que en los encuentros educativos nos pueden ayudar a personalizar nuestra comunicación, para crecer en la verdad, el bien y la belleza; y para ello la utilización de las nuevas tecnologías son una valiosa herramienta, pero eso será motivo de otra entrada.
Como docentes no podemos masificar, so pena de caer necesariamente en la demagogia y consecuentemente continuar preparándole el camino a los demagogos. No se debe masificar para que mañana vayan a vitorear al rey, porque la semana próxima seguro que lo crucifican.
(1) Citado porA. Saenz en, "El hombre moderno", Gladius, Bs.As., 2001,pag. 36
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