- Uff, por fin terminé, profe - y me entregó la "evaluación integradora". - ¿Te ayudé a pensar?-, le pregunté; y con una sonrisa me contestó : -"Ah, no ¡si le parece!"- . Pero se veía alegre. Entonces cuando llegué a casa, recordé que cuando cursé mi profesorado, un querido Profesor nos había hecho leer la obra de un filósofo francés que abrió algunos senderos para ayudar a reflexionar sobre "el significado de la alegría":
"...Los filósofos que han especulado sobre el significado de la vida y sobre el destino del hombre se han dado bastante cuenta de que la naturaleza se ha tomado el trabajo de informarnos sobre ello. Con una señal precisa nos advierte que se ha alcanzado nuestro destino. Esa señal es la alegría. Digo la alegría y no el placer. El placer es sólo un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser vivo la conservación de la vida; no indica la dirección hacia la que está lanzada la vida. Pero la alegría siempre indica que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria. Toda gran alegría tiene un acento triunfal. Si tenemos en cuenta esa indicación y seguimos esa nueva línea de hechos, hallamos que donde quiera que hay alegría, hay creación; cuanto más rica es la creación, mas profunda es la alegría. La madre que contempla a su hijo se siente gozosa porque tiene conciencia de haberlo creado psíquica y moralmente...Consideren unas alegrías excepcionales como la del artista que ha realizado su pensamiento o la del científico que ha descubierto o inventado algo. Oirán decir que esos hombres trabajan por la gloria y que su mas grande alegría la produce la admiración que se les tributa. ¡Gran error! Uno se aferra al elogio y a los honores en la exacta medida en que no se está seguro de haber triunfado. En el fondo de la vanidad hay modestia. Se busca la aprobación para obtener seguridad, y para sostener la vitalidad quizá insuficiente de la propia obra es para lo que se quisiera rodear a ésta de la cálida admiración de los hombres...Mas el que está seguro, completamente seguro de haber producido una obra viable y duradera, para ése no cuenta nada el elogio, y se siente por encima de la gloria, porque es creador y lo sabe, y porque la alegría que por ello experimenta es una alegría divina. Por lo tanto, si en todos los dominios, el triunfo de la vida es la creación ¿no debemos suponer que la vida humana tiene su razón de ser en una creación que, a diferencia de la del artista y de la del científico, prosigue en todo momento y en todos los hombres?. Es la creación de sí mismo por uno mismo, el crecimiento de la personalidad mediante un esfuerzo que saca lo mucho de lo poco, que saca algo de la nada, añadiendo sin cesar algo a la riqueza que había en el mundo.
Vista desde fuera, la naturaleza aparece como una inmensa eflorescencia de imprevisible novedad; la fuerza que la anima parece crear por amor, para nada, por puro placer, la variedad sin fin de las especies vegetales y animales; a cada una le confiere el valor absoluto de una gran obra de arte; se diría que se consagra a la primera que realizó tanto como a las demás, tanto como al hombre. Pero la forma de un ser vivo, una vez trazada, se repite indefinidamente, y los actos de ese ser vivo, una vez realizados, tienden a imitarse a sí mismos y a repetirse de un modo automático. Automatismo y repetición que dominan en todas partes, menos en el hombre, deberían advertirnos que estamos haciendo un alto, y que el paso que estamos marcando, sin avanzar, no es el movimiento propio de la vida. El punto de vista del artista es importante, , pero no definitivo. La riqueza y la originalidad de las formas denotan una expansión de la vida; pero en esa expansión, cuya belleza significa potencia, la vida manifiesta una detención o suspensión de su impulso y una momentánea impotencia para llegar mas lejos, como el niño que termina en graciosa vuelta el final de su patinaje.
El punto de vista del moralista es superior.(1)Tan sólo en el hombre, sobre todo en los mejores de entre nosotros, el movimiento vital continua sin obstáculo, lanzando a través de esa obra de arte que es el cuerpo humano, y que el movimiento vital ha creado al paso, la corriente indefinidamente creadora de la vida moral. El hombre, continuamente, llamado a apoyarse en la totalidad de su pasado para pesar con mayor fuerza sobre el futuro, es el gran triunfo de la vida. Pero creador por excelencia lo es aquel cuya acción, intensa en sí misma, es capaz de intensificar también la acción de los demás hombres, y de encender, generoso, focos de generosidad. Los grandes hombres fundamentalmente buenos, en especial aquellos cuyo heroísmo inventivo y simple abrió a la virtud nuevos caminos, son reveladores de verdades metafísicas. Por mas que estén en el punto culminante de la evolución, están los más próximos a los orígenes y nos hacen visible el impulso que proviene del fondo. Consideremoslos atentamente, intentemos experimentar por simpatía lo que ellos experimentan si queremos penetrar, mediante un acto de intuición, hasta el principio mismo de la vida. Para penetrar el misterio de las profundidades hay que tender a veces a las cimas. El fuego que está en el centro de la tierra sólo aparece en la cumbre de los volcanes..."(2)
(1) Aquí mi querido Profesor, el Dr. Omar Argerami, realizaba una apasionante reflexión del educador como moralista; de la educación como obra eminentemente moral.
(2) Fragmento de la conferencia que Henri Bergson pronunciara en la Universaidad de Birmingham el 29 de mayo de 1911, que forma parte de la obra publicada bajo el título "La energía espiritual". La tomamos de la edición de Espasa Calpe,en su famosa Colección Austral, Edic 1982, pags. 32/35
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