La primera vez que ingresé a un aula escolar tenía cinco años y con mis compañeros del primer grado de la Escuela Nº 18 de Azul "Juan Bautista Alberdi", estrenamos el lugar. Aula nueva, escuela nueva, guardapolvo nuevo, valija nueva - si llevábamos valijas de cuero para los cuadernos y útiles -, mástil nuevo. Todo comunicaba novedad. También este recuerdo es nuevo cada vez, y dibuja una sonrisa en mis labios al verme de guardapolvo blanco, pelo corto, frente ancha, ojos abiertos a la novedad, y el corazón y la lengua inquieta, aquella que hiciera volcar en mi primera calificación escolar, que era buen alumno pero debía conversar menos en clase. Nada sabía yo entonces - año 1969 - acerca de que en el mundo comenzaba un cambio de época.
Para mis mayores de entonces, que habían estudiado sobre pupitres, era toda una novedad que nosotros dispusiéramos de mesas que compartíamos entre dos, y que al juntarlas podíamos formar pequeños grupos de trabajo. Mesas hechas a nuestra medida de niños, al igual que las sillas. Mobiliario todo nuevo, al igual que el escritorio de la maestra y creo que también el pizarrón; aunque en esto mi memoria no sea tan fidedigna.
Señorita Ivonne Lettry, aunque en el apellido puedo fallar - tal vez sea Letty-, para nosotros fue durante los tres primeros años de nuestra formación, la señorita "Ivon". No padecí aula superpoblada y nos conocían a cada uno por nuestro nombre a los pocos días, aunque para observarnos en nuestras conductas se privilegiara nuestro apellido: "¡Boggi, donde va!", podía escucharse cuando el timbre sonaba y salíamos literalmente disparados desde nuestro lugar en rauda carrera hacia el patio.
Perfectamente iluminada con grandes ventanales que daban paso a la luz natural, no recuerdo haber pasado frío en aquel aula. Disponíamos de percheros para colgar nuestras camperas y la sólida mampostería hacía de cada espacio aúlico un lugar de trabajo que sólo se veía interrumpido por el aula contigua, cuando el lío del grado vecino era mayúsculo.
Las paredes recién pintadas de blanco, - al igual que el cielo raso-, todas despejadas en los primeros días, poco a poco se irían cubriendo con el abecedario, los primeros números, algún mapa de Argentina, el Cabildo, la Casita de Tucumán, la imagen de algunos próceres, y tantos otros íconos escolares. Muchos resisten el paso del tiempo y los veo en las aulas de hoy tal cual los evoca mi memoria.
No deseo avanzar más hoy, en los sucesos de aquel aula, tan gratificante para nuestra niñez. Sólo deseaba describir el aula. Y a poco andar me fui dando cuenta, que todo aquello vale poco, casi nada, sin las personas que las ocuparon aquel primer día de clase, y las personas que las siguen ocupando hasta el día de hoy. Por eso me es irresistible pasar por las calles Castellar y Miñana de mi ciudad, en cuya esquina queda mi Escuelita 18, sin que un gratificante silencio me invada por unos segundos y me vea allí, sentado en mi primer aula; lugar que con el tiempo se convertiría en uno de mis espacios vitales preferidos.-
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