Hay muchos tipos de siembra. En nuestra ciudad hay una Facultad de Agronomía que se encarga de formar profesionales que se ocupan de esa tarea tan enriquecedora. Argentina es líder en promover nuevas formas de siembra que permiten optimizar los rindes.
A nuestros niños los ponemos en esta experiencia vital desde muy temprana edad. Basta recordar nuestra niñez o ver en la actualidad cómo en determinado momento del año entran y salen con los "experimentos" de germinación. Las huertas comunitarias y escolares siguen teniendo todo el potencial educativo con el que se incorporaron a los sistemas de enseñanza. En todas éstas siembras, el sembrador espera ver su cosecha y recoger los frutos para aprovechar él mismo sus rindes.
Es universal analogar la imagen del educador a la del sembrador. Incluso Jesús, - El Único Verdadero Maestro, dirá San Agustín - recurrió a la imagen del sembrador para enseñar. Semejanzas se encuentran en todas las religiones universales.
Éste sábado pasado, - mientras las avenidas de la ciudad eran transitadas por sembradoras y cosechadoras entre otros vehículos -, volví al lugar de Azul donde se me abrieron por primera vez las puertas para esparcir las primeras semillas en el campo de la educación secundaria. La que ves en la fotografía es la Capilla San Francisco de Asís, que se encuentra en el barrio del mismo nombre. En su interior, entonces dividido con tabiques de madera donde se habían improvisado las aulas, tuve ocasión de participar de los primeros encuentros educativos a los tres meses de haberme recibido como Profesor. Era la primavera del año 1990. Cinco estudiantes formaban parte de la que iba a ser ese año la primera promoción del establecimiento educativo. Guardo muy especialmente en mi corazón a la entonces Directora Marta García que me convocó para realizar allí una suplencia, abriéndome las puertas de la docencia secundaria en Azul.
Contábamos con una mesa de comedor, un pequeño pizarrón - en el que nunca faltaron las tizas y el borrador - y, sobre una de las paredes de madera, una pequeña Cruz Franciscana. Yo llevaba mis primeros apuntes para las clases en el reverso de las hojas que, ya impresas e inservibles, se tiraban en el Ministerio de Economía de La Plata, de donde las rescataba un amigo que allí trabajaba. Todavía guardo algunos de mis apuntes en esas, hoy, amarillentas hojas. Recuerdo cuánto me costaba bajar la voz - soy de voz un tanto apasionada - cuando tomaba conciencia que tras el tabique de madera estaban funcionando los demás años. Me surge una sonrisa recordar aquel encuentro tan rico en debate que surgió a raíz que leímos un párrafo de las Confesiones de San Agustín, donde se refiere a "los anchurosos campos de la memoria". Quizás los acontecimientos de éstos días hagan que vuelva a esa lectura.
Creo recordar bien si digo que eran tres mujeres y dos varones ; aquella promoción está muy presente en mi corazón docente. Todavía suelo ver a dos de ellos, trabajando, que han formado su familia y aunque no recuerdo sus nombres, me alegro. La calidez del encuentro permitía el mate en clase y éste logró que, en poco tiempo, las distancias entre el que enseña y el que aprende se acercaran hasta encontrarse. Ellos me hablaban de sus inquietudes comunitarias para con el barrio, y yo me alegraba de ver adolescentes que pensaran en el bien común. Comenzaba la década del 90, una década en la que precisamente no iba a ser el bien común el norte de nuestra sociedad.
Hoy ya no están los tabiques, me contó un vecino con el que dialogué en la puerta, porque el esfuerzo de muchos azuleños logró construir el colegio, que hoy se encuentra a la vuelta de la Capilla. En alguna otra entrada subiremos su fotografía. Tal vez alguno de esos tabiques terminó en un asado, no lo sé, pero si así fuera, seguro que ese fuego ha tenido un calor inigualable. Las paredes de un aula, sean del material que sean, devuelven una calidez única. Las calles todavía son de tierra; bueno, después todo, para sembrar mejor.
En esos encuentros los estudiantes sembraron en mí los primeros interrogantes, algunos de los cuales vuelven con el tiempo. Por eso si te estás formando para ser docente, te sugiero prestes mucha atención a las primeras preguntas que te hagan tus primeros alumnos, seguro se repiten con el tiempo. Recuerdo que aquellos primeros encuentros se planteaba el tema de la libertad, y los adolescentes me decían: "Profesor nosotros queremos ser libres, pero no nos dejan, ¿cómo hacemos para estudiar lo que queremos si no podemos?". Esa pregunta la sigo escuchando hoy.
Preguntas como éstas van a llegar un día a tus oídos si vas a ser docente, será mejor que te prepares para ayudar a buscarle una respuesta, aunque tu disciplina de enseñanza sea la matemática o la literatura. Entre mis apuntes guardo un texto con el que intenté algún día proporcionar un instrumento para que encuentren alguna respuesta, dice así:
"La libertad es la victoria aplicada sobre el arbitrio. Pues la libertad coincide con la necesidad de la verdad. Cuando soy libre, no quiero tal cosa o la otra porque la quiero, sino porque me he persuadido de que es justo. Lo que exige la libertad no es que actúe arbitrariamente, o por obediencia ciega, o bajo cualquier coacción exterior, sino después de haberse asegurado uno mismo, después de una certeza. De ahí viene la exigencia de experimentar las cosas por sí mismo, de tender a realizaciones inmediatas, de alimentar su querer en sus propias fuentes, vinculándose firmemente a la fuente de todas las cosas. Pero me equivoco con facilidad. Una simple opinión no es todavía certeza. El arbitrio se impone de nuevo cuando quiero imponer una opinión pretendiendo que toda opinión es válida desde el momneto que uno la defiende. La conquista de la certeza, por el contrario - la libertad - exige que las opiniones vulgares se superen.
Esta victoria se cumple por los vínculos que, como individuos, nos imponemos en nuestras relaciones con los otros. La libertad no se realiza sino en la comunidad de todos. No se puede ser libre sino en la medida en que todos lo son.
Saber hace libre. Espiritualmente, lo que es decisivo no es la libertad exterior que procura, en dominios limitados, el señorío de las ciencias sobre las fuerzas naturales. Lo que es decisivo es la libertad interior. Esta reside ya en el hecho de que, cuando veo claro, ceso de depender por completo de una realidad exterior, pero no se completa sino en un acuerdo amoroso con la realidad. El es el que constituye el fin del saber...
El individuo debe exigirse mucho. Debe saber ponerse en el lugar del otro, sea quien sea, poner a las claras la verdad en la comunicación, no dejar endurecérsele el corazón, sino estar abierto, preparado a escuchar, preparado a ayudar activamente y a corregir sus propias concepciones. El problema fundamental que se le plante al hombre que quiere encontrarse a sí mismo, es salvar las posibilidades de comunicación..." (1)
Ahora que vuelvo a leer estos apuntes viejos, me parece sentir el olor a la madera de los tabiques del aula, aunque muchas de las afirmaciones de Jaspers siguen teniendo el calor de un buen fuego a la orilla del Callvú Leovú.
Cuando regresaba pedaleando crucé el puente sobre el arroyo y me detuve en el medio. Miré correr el agua hacia el Río Salado y pensé en el mar. Alguna vez ese arroyo fue lugar de encuentro de culturas; con el tiempo dividió la ciudad entre "los que están de este lado y los que están del otro lado del arroyo"; la construcción del Barrio y del Colegio San Francisco abrió caminos hacia un nuevo encuentro; cuando volví a mirar la Avenida anhelé que volvieran a salvarse las posibilidades de comunicación...hoy domingo peregriné con el mismo anhelo...
(1) Karl Jaspers, El espíritu europeo, Guadarrama, Madrid, 1957, pags. 291, 299, 312.
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