Entre las riquezas que se heredan por nacer en un hogar católico cuenta una muy particular: la de compartir la sacralidad del tiempo. Mirar el almanaque no es, para el hijo de una iglesia doméstica - bella expresión nacida para designar la familia - entrar meramente en contacto con el nombre de un mes o el número de un año o el nombre y número de un día. El tiempo ya no es el mismo: después de la Encarnación del Hijo de Dios nos encontramos en la plenitud de los tiempos. Por eso cada día salen a nuestro encuentro multitud de hombres y mujeres que desde su santidad nos comunican algo de esa plenitud y a quienes recordamos en el santoral.
En este orden, para los educadores católicos, cada 28 de enero nos acerca la persona de aquel gordo de pocas palabras a quien sus compañeros de estudio llamaban "el buey mudo" y que cumpliendo la profecía de su maestro - Alberto Magno - sigue haciendo hablar a toda la humanidad: Tomás de Aquino. ¡Si hasta dejó este mundo a los 48 años! Cuando le comentaba esto hoy a mi vecina me dijo : "-¡el muerto que parla!" - , una expresión común en mi pueblo que utilizan las personas que apuestan en los juegos de azar y les sirve para identificar el número 48.
Dejando de lado esta referencia que intenta ser humorística, valga en este día que una vez mas pidamos la interseción de SantoTomás de Aquino para que en el ejercicio de nuestra docencia se nos de "agudeza para entender, capacidad para retener, método y facilidad para aprender, sutileza para interpretar, y gracia copiosa para hablar... acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar..", como reza el final de la bella oración que se atribuye a su autoría para antes del estudio.
No quisiera dejar de evocarlo sin sugerir a quienes se preparan para la tarea de educar que en algún momento de su formación puedan leer, estudiar, meditar, uno de los primeros escritos del magisterio de Tomás durante su docencia en París. Una de las cuestiones disputadas en la Universidad entre los años 1257-1258, mas concretamente la número 11 dentro de la colección denominada De Veritate, lleva por título De Magistro, El Maestro. Los cuatro artículos que en esta cuestión se tratan, se corresponden con interrogantes que en alguna etapa de la vida del docente se presentan. El modo de tratarlos, son además una muestra clara del respeto con que Tomás trata siempre las respuestas de los demás a las cuestiones que él trata. Hoy puede ser leído como un bello opúsculo donde se tratan principios de la pedagogía o de filosofía de la educación, y si bien presupone - para una mejor comprensión - el conocimiento de nociones provenientes de la filosofía aristotélica y el tratado del mismo nombre de San Agustín, una lectura sin esos conocimientos previos, seguramente conducirá al futuro docente a buscar fundamentos sólidos a su obra educadora. Por lo demás, su lectura, servirá para desvirtuar muchos de los prejuicios que sobre la educación medieval se mal enseñan en nuestras aulas. Muchas veces he asistido a exámenes donde los alumnos - repitiendo lo que se les enseña - denostan la enseñanza medieval por "memorística" y , se dice "por no tener en cuenta los conocimientos previos de los alumnos". Vaya sólo un fragmento para hacer pensar en la injustificada afirmación que acabo de transcribir. Dice Santo Tomás: "Las cosas que se nos enseñan por signos nos son en parte conocidas y en parte ignoradas. Por ejemplo, si se nos enseña qué es el hombre, es necesario que antes sepamos algo de él; a saber, el concepto de animal o de sustancia; o, al menos, que es un existente, lo cual es imposible ignorarlo. Del mismo modo, si se nos enseña una conclusión, es necesario que sepamos, con anterioridad, qué son un predicado y un sujeto, como también los principios de los que se deduce esa conclusión: Toda disciplina se forma por un conocimiento preexistente, se dice al comienzo de Posteriorum."
Valga la pregunta pues: ¿partir de los conocimientos previos, es un "descubrimiento" de las pedagogías del siglo XX, como a veces se pretende enseñar?.
No es mi ánimo polemizar en esta entrada, sino invitar al encuentro con la persona de Tomás de Aquino, quien según cuentan sus biógrafos afirmó que aprendió mas arrodillándose delante del crucifijo que en la lectura de los libros. Cabe pues que pensemos que, si no queremos leer "El Maestro", no estaría mal que busquemos un crucifijo...
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